¿Cómo trabajar por la paz social? Combatiendo las inequidades

Por un final feliz para el cuento de Cesar Vallejo, “Paco Yunque”

Las consecuencias de la inequidad social en tiempos de crisis

La carencia de paz social, de convivencia, tiene que ver, entre otras cosas, con las inequidades.

En sociedades drásticamente estratificadas, a los que están situados en los márgenes no les queda más campo que el de la informalidad o la ilegalidad (esto no quiere decir que sean dignas de felicitación las conductas delincuenciales; sólo se está tratando de comprender el fenómeno).

De hecho, muy pocos son los marginados sociales que delinquen –tal vez el porcentaje de delincuentes en los otros estratos sea mayor, solo que éstos cuentan con impunidad garantizada-.

Lo que más hacen las gentes condenadas a la marginalidad es soportar casi sin consuelo una vida llena de dificultades, fracasos, negaciones, tragedias y efectos irreversibles de cosas que hubieran podido evitarse, cosas que no era forzoso que condujeran a consecuencias fatales.

Padecer y después perecer por enfermedades curables, carecer de servicios oportunos y básicos de salud, estar condenados a solo obtener empleos subalternos, precarios, mal remunerados, por haberles sido negado un nivel de estudios básico –negación que hace mucho más injusta el hecho de que no hicieron nada para merecerla-. No haber tenido oportunidades de formación pese a que la tecnología cada vez más permite capacitarse.

Pero esas soluciones, naturales, obvias, fáciles y baratas para los privilegiados, están fuera del alcance de poblaciones, de regiones periféricas enteras: en pandemia, 70.000 millones de pesos colombianos (15 millones 600 mil dólares), dinero estatal cuyo propósito era que las zonas rurales tuvieran conectividad y así pudiera ser posible la educación virtual de millones de niños y jóvenes, toda esa reserva presupuestal del gobierno nacional fue hurtada en forma de anticipo mal habido por contratistas corruptos que contaron con la acción u omisión de las autoridades al más alto nivel, tanto que a la ministra de las Tecnologías de la información y las comunicaciones, TIC, de entonces, subalterna y defendida por el expresidente Iván Duque, cuyo apellido es Abudinem, le tocó el dudoso privilegio de ensanchar el castellano: robar con sevicia y alevosía, contando con una impunidad asegurada y burlándose de los beneficiarios que seguirán largamente postergados, todo eso se llama ahora en Colombia: abudinear…

En contraste con esta conducta impresentable, ruin y cobarde, miles de maestros anónimos, yendo en pequeñas motocicletas por caminos que más que todo son barriales, llevaron a sus discípulos, en pandemia, fotocopias de talleres, tareas individuales y grupales, para que los chicos las contestaron por celular, por whatsapp, consumiendo los escasos planes de datos de sus padres porque recordemos que ocurrió, siguió ocurriendo lo dicho antes: no había conectividad, se la robaron, fue abudineada…

Los medios de comunicación convencionales de Colombia, suelen estigmatizar a los maestros de la educación pública porque hacen paros, reclaman el reconocimiento, el restablecimiento de sus derechos. Son estigmatizados al igual que sus sindicatos. Pero ninguno de esos medios se hizo eco del heroísmo de los maestros que mantuvieron viva la interacción educativa, que lograron que no se interrumpiera a pesar de la pandemia.

La lucha de los maestros por la equidad en la educación latinoamericana: una mirada a través de la obra de César Vallejo

El gran poeta peruano y universal de inicios del siglo XX, César Vallejo, quien antes de irse al exilio en Europa fue maestro de educación básica pública en localidades de la periferia andina de su país, escribió “Paco Yunque”, un cuento en el que se refleja, en el plano educativo, la inequidad, la estratificación social vertical y profundamente contrastada de nuestras sociedades latinoamericanas.

El protagonista es un pobre muchacho de origen campesino al que sólo lo ponen a la escuela para que acompañe al señorito Armando, su contemporáneo y verdugo, el hijo de los encopetados patrones a los que sirve con humildad, solicitud y obsecuencia la madre de Paco…


El maestro, cuya conducta debiera ser igualadora de todos los niños, participa de la inequidad, la fomenta en la medida en que prácticamente corteja al poderoso, lo exculpa, dice de él que lo que hace no es con mala intención sino que las cosas ocurren, así porque sí. Y si hay perjudicados, mala suerte…

La escuela, los maestros no tendrían por qué ser de este modo. Las leyes dicen que la educación ha de ser igualadora y además la estabilidad de los maestros no depende o no debería depender de los caciques de los pueblos, no deberían temerle los maestros al poderoso porque su puesto lo ha asignado un Ministerio impersonal que simplemente se tiene que fijar en que el candidato sea competente, íntegro, experto, apto para relacionarse con niños y jóvenes, inspirador con el ejemplo y que contagie amor por el conocimiento.

Así como un juez que cumple su misión en los sitios periféricos y que no se supone impresionable por los poderosos de la localidad, así el maestro debería ser inaccesible para la menuda política, para los poderes mezquinos y omnímodos que en los pequeños lugares son quienes mandan.

Así de intocable, independiente, respetable, debería ser el maestro. Es bastante probable que con base en los hechos, más que con base en las palabras, lo logre. Basta con que al primer manipulador que aparezca, lo ponga en su sitio…

El cuento “Paco Yunque” del que hablamos al principio, no tiene final feliz: al pobre Paco le va como al propio César Vallejo en uno de sus poemas finales, donde dice que “todos le pegaban sin que él les hiciera nada”.

Un maestro como el que hemos venido proponiendo, íntegro, orgulloso, no manipulable, ha de ser respaldado por su Ministerio porque dicen la Constitución y las leyes que la educación es dignificadora, igualadora, un factor de esperanza.

Este tipo de escuela, este tipo de maestro, construyen en silencio -como cuando llevaban folders con fotocopias por los caminos embarrados, en pandemia-, un final feliz para “Paco Yunque”, cien años después de cuando fue escrito.

Y construyen paz social, convivencia, porque forman para la libertad, forman gente que conoce sus derechos y está dispuesta a hacerlos valer. Así como también está dispuesta a cumplir sus deberes sociales.

Eduardo Gómez. Doctor en Ciencias de la Educación de la Red de Universidades de Colombia y miembro de la Academia latinoamericana de Líderes Católicos