Como a través de los ojos de un niño

Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el reino de los cielos. (Mateo 18, 3)

(C) Pexels
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Hace algunos meses, cuando estaba viviendo con mi esposa en Asís por un período de investigación académica, una muy cercana amiga nos envió un correo electrónico expresando sus saludos y felicitaciones por la Navidad. Un mensaje especial escrito en italiano, que concordaba muy bien con el tiempo navideño y con aquel maravilloso lugar de Italia, completaba sus palabras amorosas. En esta oportunidad me gustaría compartir aquí una traducción de aquellas palabras: “Los milagros suceden cada día, pero es más importante entender que aquello que ocurre es un milagro”. Aunque esta frase podemos verla como una expresión más o menos familiar, no hay duda que también es parte de una creencia genuina, y quizás pudiéramos aceptarla y estar de acuerdo con su significado si nos detenemos a considerar todas y cada una de sus palabras. Aún más, tal vez dicho pensamiento podría ser visto al menos como una sugestiva invitación a renovar nuestra visión de la realidad. Esta visión nos lleva a una forma de celebración de la existencia muy similar a la que encontramos en varios autores que hablan de la infancia, acerca de las características de esta y de su concepción como un “paraíso perdido”, el cual, no obstante esa condición de pérdida, podría ser recuperado en parte a través de la nostalgia y las memorias. Pero iremos paso a paso sobre estas ideas con la ayuda de varios escritores.

La palabra milagro, en un sentido general y de acuerdo a la mayoría de los diccionarios, se define en primer lugar como “un evento extraordinario y felizmente recibido que no es explicable por las leyes naturales o científicas, y que es por tanto atribuido a la intervención divina” [1], un significado que podemos encontrar otras lenguas en los que esta palabra existe como derivada del latín: miracle en francés, miracolo en italiano, miracle en inglés, etc.  No hay duda que, en una primera mirada, esta descripción contradice la perspectiva propuesta por la frase que cité al inicio. Lo extraordinario es lo raro, lo inusual, y en el caso del milagro, este es el mejor y el más asombroso e inesperado hecho. Sin embargo, de acuerdo con nuestra frase, las maravillas ocurren todos los días, y esta posibilidad de entenderlas como hechos responde a una fe que es, al mismo tiempo, una mirada capaz de descubrir continuamente lo milagroso en la realidad y sus facetas. La etimología nos ayuda una vez más en este sentido. En latín miraculum es un “objeto de asombro, admiración”, y deriva de mirari “asombrarse”, “admirar”; mirus es “maravilloso”, mirabilis “maravilla” y también “lo maravilloso”, y por lo tanto hay una relación directa con la raíz mir, asociada a “mirar”. Lo visual es la clave[2], aunque ello no excluye que otros mirabilia sean percibidos por los otros sentidos. Pero hay algo más en esta aventura etimológica: de mirare en italiano existe también la relación mirari-smirari que varios estudiosos vinculan con la raíz smi, y de aquí la palabra inglesa smile (sonrisa) con el mismo agradable significado en otras lenguas[3]. ¿No es asombrosa esta relación? Quizás podríamos decir que lo maravilloso, el milagro diario es descubierto cuando miramos con atención y placer, disfrutando y sonriendo. Sin duda es una mirada especial por la cual el ser humano alcanza una cierta plenitud en su experiencia con la realidad.

Esta mirada, esta atención al asombro vinculada al descubrimiento de la realidad, que podemos llamar contemplación –la misma palabra dada también a la práctica de los monjes y los místicos en sus intentos de aproximarse al amor de Dios y a su Creación–, puede ser asociada también con la mirada de un niño en su inicial relación con el mundo, cuando comienza a explorar y a dar sus primeros pasos. Puede pensarse que esta concepción de la infancia no es más que una idealización; una creencia común construida sobre tradiciones, y por lo tanto probablemente cuestionable de diferentes maneras. Si hay algo cierto en este prejuicio o sospecha, acaso también lo es el que nosotros creemos, desde nuestra perspectiva presente, que la infancia tiene algo que hemos perdido y que queremos o necesitamos recuperar. ¿Qué es en verdad aquello que añoramos como una aparente promesa de reconciliación íntima? Saint-John Perse, en su poema “Para celebrar una infancia”, introduce un interesante leitmotiv después de nombrar las maravillas que la voz poética recuerda con asombro y placer: aquellas cosas plenas de luz que él descubrió como un niño: “Si no la infancia ¿qué había allí entonces que ya no está?”

Asombro, contemplación, comunión son actos o acciones que el niño realiza naturalmente: todos ellos constituyen una gracia –como la que Adán y Eva tenían en el Edén–, la gracia que permite vivir, habitar la realidad en un completo estar-ser allí. No estoy hablando acerca de las diversas circunstancias que determinan la infancia de cada persona, o acerca de la supuesta felicidad de la infancia. Estoy hablando de elementos comunes de toda infancia que configuran una deseada plenitud de la existencia y que pueden ser distinguidos. Quizás tratamos de responder a la pregunta de Saint-John Perse con el fin de pensar cómo podríamos recuperar aquellos elementos en nuestro presente.

En una conferencia sobre el mar Mediterráneo y la cultura, Paul Valéry recuerda especialmente aquellas palabras-actos de su infancia que lo formaron o construyeron como persona, y llega a afirmar que en aquel entonces podía “sentir sin esfuerzo y sin reflexión la verdadera proporción de nuestra naturaleza, el paso a nuestro grado más alto, que es también el más «humano»”.

Tal vez por esta razón es esencial a este respecto la segunda parte de la frase inicial de esta meditación: “comprender”, ser y estar conscientes de esta forma de mirar la realidad y de habitar el mundo en su totalidad. Heidegger describe el rasgo fundamental del habitar como el cuidar el ser humano, el mirar, atender y preservar su esencia, y añade con precisión: “Habitar es haber sido llevado a la paz y permanecer a buen recaudo en ella, en lo libre que cuida todas cosas llevándolas a su esencia”. ¿Cómo alcanzar este singular cuidado del ser humano que apunta a la plenitud de la libertad y la paz? Al tratar de recuperar el sentido de la contemplación, como a través de los ojos de un niño, pero con una conciencia atenta; una mirada de amor hacia las cosas, sin prejuicios ni ideas preconcebidas, y con un alma receptiva de manera que sea capaz de reconocer la maravilla de la realidad como un don y aceptar lo milagroso. Esto parece ser una buena indicio de para comenzar a “entender” y para construir ese habitar ideal.


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[1]Miracle: An extraordinary and welcome event that is not explicable by natural or scientific laws, is therefore attributed to a divine agency” (Oxford Dictionary. Dirección web: http://www.oxforddictionaries.com/us/definition/english/miracle. Consulta: 13 de septiembre de 2012). En el Diccionario de la lengua española leemos de forma similar en la primera acepción: “Hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino” (https://dle.rae.es/?id=PEYpsXJ).

[2] Jacques Le Goff observa el mismo hecho cuando subraya estos aspectos del vocabulario en su estudio “Lo maravilloso en el Occidente medieval” (en Lo maravilloso y lo cotidiano en el Occidente medieval. Barcelona: Gedisa, 1986, pp. 9-24).

[3] Vocabolario Etimologico della Lingua Italiana di Ottorino Pianigiani. In the web page: http://www.etimo.it/?term=mirare&find=Cerca. Consult: September 13, 2012.