¡Comencemos los procesos de renovación pastoral!

La propuesta del Santo Padre Francisco de un “catecumenado matrimonial”

Itinerarios Catecumenales - Cathopic

Hoy, 15 de junio de 2022, el Papa Francisco ha donado a pastores, cónyuges y todos aquellos que trabajan en la pastoral de la familia las “Rutas Catecumenales para la vida conyugal”.

Se trata de una herramienta pastoral preparada por el Dicasterio para los laicos, la familia y la vida.

Prefacio del Santo Padre

«El anuncio cristiano relativo a la familia es verdaderamente una buena noticia» (Amoris laetitia, 1). Esta declaración de la relatio finalis del Sínodo de los Obispos sobre la familia mereció abrir la Exhortación apostólica Amoris laetitia. Porque la Iglesia, en todo tiempo, está llamada a anunciar nuevamente, especialmente a los jóvenes, la belleza y la abundancia de gracia que encierra el sacramento del matrimonio y la vida familiar que de él se deriva. Cinco años después de su publicación, el Año “Familia Amoris laetitia” pretende volver a situar a la familia en el centro, hacernos reflexionar sobre los temas de la Exhortación apostólica y animar a toda la Iglesia en el alegre compromiso de la evangelización para las familias y con las familias.

Uno de los frutos de este Año especial son los “Itinerarios catecumenales para la vida matrimonial”, que ahora tengo el placer de entregar a los pastores, a los cónyuges y a todos los que trabajan en la pastoral familiar. Se trata de una herramienta pastoral preparada por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida a raíz de una indicación que he expresado en repetidas ocasiones, o sea, «la necesidad de un “nuevo catecumenado” en preparación al matrimonio»; de hecho, «es urgente aplicar concretamente todo lo ya propuesto en la Familiaris consortio (n. 66), es decir, que así como para el bautismo de los adultos el catecumenado es parte del proceso sacramental, también la preparación para el matrimonio debe convertirse en una parte integral de todo el procedimiento del matrimonio sacramental, como un antídoto para evitar la proliferación de celebraciones matrimoniales nulas o inconsistentes» (Discurso a la Rota Romana, 21 de enero de
2017).

Lo que se puso de manifiesto fue la grave preocupación de que, con una preparación demasiado superficial, las parejas corran el riesgo real de celebrar un matrimonio nulo o con unos cimientos tan débiles que se “desmorone” en poco tiempo y no pueda resistir ni siquiera las
primeras crisis inevitables. Estos fracasos traen consigo un gran sufrimiento y dejan profundas heridas en las personas. Se desilusionan, se amargan y, en los casos más dolorosos, acaban incluso por dejar de creer en la vocación al amor, inscrita por Dios mismo en el corazón del ser humano.  Por tanto, existe ante todo el deber de acompañar con responsabilidad a quienes expresan la intención de unirse en matrimonio, para que sean preservados de los traumas de la separación y no pierdan nunca la fe en el amor.

Sin embargo, también hay un sentimiento de justicia que debe animarnos. La Iglesia es una madre, y una madre no tiene preferencias entre sus hijos. No los trata de forma desigual, les da a todos el mismo cuidado, la misma atención, el mismo tiempo. Dedicar tiempo es una señal de amor: si no dedicamos tiempo a una persona, es una señal de que no la queremos. Esto me viene a la mente muchas veces cuando pienso que la Iglesia dedica mucho tiempo, varios años, a la preparación de los candidatos al sacerdocio o a la vida religiosa, pero dedica poco tiempo, sólo unas semanas, a los que se preparan para el matrimonio. Al igual que los sacerdotes y las personas consagradas, los matrimonios también son hijos de la madre Iglesia, y una diferencia de trato tan grande no es justa. Los matrimonios constituyen la gran mayoría de los fieles, y a menudo son pilares en las parroquias, grupos de voluntarios, asociaciones y movimientos. Son verdaderos “guardianes de la vida”, no sólo porque engendran hijos, los educan y los acompañan en su crecimiento, sino también porque se ocupan de los mayores en la familia, se dedican al servicio de las personas con discapacidad y, a menudo, a muchas situaciones de pobreza con las que entran en contacto. Es de las familias de donde nacen las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada; y son las familias las que componen el tejido de la sociedad y “remiendan sus desgarros” con paciencia y sacrificios diarios. Por ello, es un deber de justicia para la Iglesia madre dedicar tiempo y energías a preparar a quienes el Señor llama a una misión tan grande como la familia.

De esta manera, para concretar esta urgente necesidad, «aconsejé realizar un verdadero catecumenado de los futuros esposos, que incluya todas las etapas del camino sacramental: los tiempos de la preparación al matrimonio, de su celebración y de los años inmediatamente
sucesivos» (Discurso a los participantes en un curso sobre el proceso matrimonial, 25 de febrero de 2017). Esto es lo que propone el Documento que presento aquí y por el que doy las gracias. Se estructura según las tres etapas: la preparación al matrimonio (remota, próxima e inmediata); la celebración de la boda; el acompañamiento de los primeros años de vida conyugal. Como verán, se trata de recorrer un tramo importante del camino junto a las parejas en su trayectoria vital, incluso después de la boda, especialmente cuando pueden pasar por crisis y momentos de desánimo. De este modo, intentaremos ser fieles a la Iglesia, que es madre, maestra y compañera de viaje, siempre
a nuestro lado.


Es mi ferviente deseo que a este primer Documento le siga cuanto antes otro, en el que se indiquen métodos pastorales concretos y posibles itinerarios de acompañamiento, dedicados específicamente a aquellas parejas que han experimentado el fracaso de su matrimonio y viven en
una nueva unión o se han vuelto a casar civilmente. La Iglesia, en efecto, quiere estar cerca de estas parejas y caminar también con ellas por la via caritatis (cf. Amoris laetitia, 306), para que no se sientan abandonadas y puedan encontrar en las comunidades lugares accesibles y fraternos de acogida, de ayuda al discernimiento y de participación.

Este primer Documento que se presenta ahora es a la vez un don y una tarea. Un don, porque pone a disposición de todos un material abundante y estimulante, fruto de la reflexión y de experiencias pastorales ya puestas en práctica en diversas diócesis/eparquías del mundo. Y también es una tarea, porque no se trata de “fórmulas mágicas” que funcionan automáticamente. Es un vestido que debe estar “hecho a medida” de las personas que lo van a llevar. Se trata, en efecto, de orientaciones que piden ser recibidas, adaptadas y puestas en práctica en las situaciones sociales, culturales y eclesiales concretas en las que cada Iglesia particular se encuentra. Apelo, por tanto, a la docilidad, al celo y a la creatividad de los pastores de la Iglesia y de sus colaboradores, para hacer más eficaz esta vital e indispensable labor de formación, de anuncio y de acompañamiento de las familias, que el Espíritu Santo nos pide en este momento.

«Ustedes saben que no he omitido nada que pudiera serles útil; les prediqué y les enseñé» (Hch 20,20). Invito a todos los que trabajan en la pastoral familiar a hacer suyas estas palabras del apóstol Pablo y a no desanimarse ante una tarea que puede parecer difícil, exigente o incluso superior a nuestras posibilidades. ¡Ánimo! ¡Demos los primeros pasos! ¡Iniciemos procesos de renovación pastoral! Pongamos nuestra mente y nuestro corazón al servicio de las futuras familias, y les aseguro que el Señor nos sostendrá, nos dará sabiduría y fuerza, hará crecer el entusiasmo en todos nosotros y, sobre todo, nos hará experimentar la «dulce y confortadora alegría de evangelizar» (Evangelii gaudium, 9), mientras anunciamos el Evangelio de la familia a las nuevas generaciones.