“La primera vez que me recibió tras mi nombramiento como secretario de la Comisión Pontificia para la Revisión del Derecho de la Iglesia le expliqué a san Juan Pablo II la ‘teología del burro’. Contraponer a Benedicto XVI y a Francisco es diabólico”. El cardenal Julián Herranz, presidente emérito del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos, es un testigo privilegiado de la vida de la Iglesia en los últimos sesenta años.
Desde 1960 hasta hoy ha estado al servicio, como experto en Derecho de la Iglesia, de seis papas: desde Juan XXIII hasta el Papa Francisco. Y vivió 21 años, hasta su muerte el 26 de junio de 1975, junto al fundador del Opus Dei. Recientemente ha reeditado un libro de recuerdos. Al acercarse el aniversario de la muerte de san Josemaría, nos recibe en su casa para contar a los lectores de Exaudi un poco de su singular experiencia.
***
Exaudi: ¿Qué ha supuesto para usted trabajar con seis Papas y convivir con el fundador del Opus Dei?
Cardenal Julián Herranz: He tratado de servir a seis papas y debo decir que en la historia de la Iglesia no ha habido una cadena de Papas santos como la actual. De esos seis, tres ya han sido canonizados: san Juan XXIII, san Pablo VI y san Juan Pablo II. Uno de ellos, Juan Pablo I, está en camino de ser beatificado, seguramente este año. Y dos aún viven, pero ya los he santificado en mi corazón. Este es un inmenso regalo que el Señor ha hecho a la Iglesia contra esas visiones un tanto pesimistas y negativas que a veces existen, sin pensar que si hay algo en el mundo que nunca desaparecerá es la Iglesia, que es Cristo mismo, ayer, hoy y siempre. A pesar de todas nuestras debilidades y pecados personales, la Iglesia es el Cuerpo de Cristo y Cristo nunca muere. Uno de los frutos de esto es la santidad de estos papas.
En cuanto a san Josemaría mi experiencia es que fue un precursor del Vaticano II y esto lo dijeron los seis santos a los que he aludido, de una forma u otra todos lo reconocieron. Las enseñanzas de san Josemaría y del Opus Dei fueron una anticipación de lo que dijo el Concilio Vaticano II sobre la absoluta necesidad de que los laicos retomen su responsabilidad en la evangelización del mundo. Porque la Iglesia está formada fundamentalmente por laicos. A lo largo de la historia, a causa de tantos “enredos” de la Iglesia con el poder temporal, ha habido una visión clerical, como si la Iglesia estuviera formada por clérigos y obispos… Por el amor de Dios, la Iglesia son los bautizados que se convierten en hijos de Dios y por el Bautismo adquieren derechos y deberes que no son confiados a los laicos por la jerarquía, sino directamente por Dios: el derecho-deber de ser santos y apóstoles, de imitar a Jesús a pesar de la debilidad de la naturaleza humana y de llevar el mensaje de Cristo al mundo.
Exaudi: Usted también trabajó en el Concilio Vaticano II: ¿cuál es, en su opinión, la aportación más importante, la enseñanza más significativa del Concilio para la vida de la Iglesia?
Cardenal Julián Herranz: Muchas cosas importantes pertenecen a la enseñanza del Concilio: la colegialidad episcopal, la reforma litúrgica, el ecumenismo, el diálogo interreligioso… para mí lo más importante está contenido en dos capítulos de la constitución Lumen Gentium. Primero: presentar a la Iglesia como pueblo de Dios, como dijimos antes. Segundo: el que contiene la llamada universal a la santidad y al apostolado de la que fue precursora la enseñanza de san Josemaría Escrivá. ¿Qué significa esto? Cuando el Concilio dice que la Iglesia es el pueblo de Dios quiere decir que no hay que tener una visión “jerárquica” (literal, ndr.) y clerical. La Iglesia son todos aquellos que por el Bautismo nacen a una vida nueva. Deben imitar a Cristo, el comportamiento de Jesús en el Evangelio. Conocer el Evangelio, porque es ahí donde el cristiano debe ver reflejada la imagen de Cristo que debe tratar de encarnar en su propia vida. Ser santo y como consecuencia llevar el mensaje de Jesús al mundo. Un mundo triste, desconcertado, que trata de encontrar la felicidad en las cosas feas… A veces cuando uno mira hacia abajo sólo ve los charcos del camino en lugar de los bellos horizontes de los hijos de Dios que miran hacia la vida eterna. El Concilio ha querido esto: hay que poner en pie de guerra… mejor, porque alguno se podríaescandalizar: ¡soy pacifista!, “en pie de evangelización” a todos los laicos que viven sobre todo en las naciones donde abunda la riqueza, la comodidad, el bienestar, que no son malos, pero que pueden conducir, si no hay sentido de la moderación, de la sobriedad, a una vida aburguesada, dulzona, de un cristianismo en agua de rosas, sin garra, sin incisividad apostólica y evangelizadora.
Exaudi: ¿Cómo evangelizar?
Cardenal Julián Herranz: Con el ejemplo y la palabra. Primero con el ejemplo. ¿Qué hizo Jesús? En el capítulo 25 de Mateo nos dijo por qué seremos juzgados. Lo que el Papa Francisco nos recuerda constantemente y tantos no quieren oír: dar de comer y beber a quien no tiene, vestir al que está desnudo… Vivir la caridad cristiana porque Jesús dijo a los cristianos, empezando por los apóstoles, “en esto os reconocerán, si os amáis”. Toda la alianza de Dios con la humanidad que Cristo recordó con tanta fuerza, se resume en esas palabras. La Iglesia se ha desarrollado porque en un mundo pagano en el que cada uno se ocupaba sólo de sí mismo, de su propio placer, de su propio interés, sin una dimensión trascendente, el cristianismo aportó esta visión. El cristiano que vive así hoy, en medio de una sociedad neopagana, atrae a los demás, porque en las almas hay sed, necesidad de Cristo y lo ven reflejado en su mirada, en su forma de hablar, en su forma de comportarse. Es la gran revolución del Vaticano II, que está en marcha. El Papa Francisco está empujando mucho a ser verdaderamente cristianos, a amar al prójimo, a dar ejemplo… a los hermanos todos. Porque sólo hay un barco y si no, éste se hundirá.
Exaudi: Basado en esta larga experiencia personal, usted acaba de publicar en Francia un libro de recuerdos personales sobre san Juan Pablo II y san Josemaría, publicado hace unos años en italiano con el título Nei dintorni di Gerico (En el entorno de Jericó). ¿Cuáles son los puntos principales de este libro?
Cardenal Julián Herranz: He escrito sobre los cuatro primeros papas a los que serví. Estoy escribiendo otro sobre los otros dos, no sé si lo terminaré, tengo 91 años… La novedad editorial consiste sobre todo en actualizar todas las notas. Es un libro histórico en cierto modo, una especie de blog personal de recuerdos e interpretaciones personales de diversos acontecimientos, con muchas notas que tuve que actualizar. De este modo se actualizan muchos de los contenidos que se proyectan hacia el futuro. No he querido hablar de los dos últimos pontífices porque he vivido con ellos experiencias que tocan problemas muy actuales de gobierno.
Exaudi: ¿Cuál es el recuerdo más bonito de su relación con san Juan Pablo II?
Cardenal Julián Herranz: Un hecho puramente anecdótico. Nos veíamos a menudo por cuestiones de gobierno, pero una vez le expliqué la “teología del burro” y se quedó realmente impresionado. Era la primera vez que acudía a él tras ser nombrado secretario de la Comisión Pontificia para la Revisión del Derecho de la Iglesia. Tuve que llevarle algunos papeles, pero también un pequeño regalo para agradecerle su confianza. Y se me ocurrió llevarle la estatuilla de un burro. Tengo muchos porque aprendí la “teología del burro” del fundador del Opus Dei: para llevar a Cristo al mundo hay que ser humilde, pensar que se lleva a Cristo, no a uno mismo. Era un pequeño burro de hierro. San Josemaría me lo había dado al principio del Concilio, cuando me llamaron para trabajar allí, y me dijo: “Tendrás que trabajar mucho, el burrito es la imagen del Opus Dei, la Obra de Dios”. Cuando llegué le dije “Santo Padre, le he traído unos papeles y este regalito”. Lo dejó a un lado, era realmente una cosa pequeña. Pero vi que mientras hablábamos miraba la bolsa en la que lo había metido.
Finalmente, me preguntó qué era y le pedí si podía explicarle la “teología del burro”. El Papa me hizo hablar con curiosidad y empecé a referirme al burrito del pesebre que calentaba al Niño Jesús. A continuación, la entrada en Jerusalén, para la que el Señor no eligió un caballo sino un asno. Es la única vez en el Evangelio que Jesús dice “el Señor necesita”… ¡Un burro! En ese momento llegó a la puerta el secretario del Papa, don Estanislao (Cardenal Dziwisz, ndr.), recordando que había un embajador esperando. Y Juan Pablo II me dijo: “Que espere un poco… siga”. Reanudé, recordando que el burrito en Jerusalén tenía los ojos tapados; oía los hosannas pero no se llenaba de orgullo… Si nosotros también queremos entrar en las ciudades de los hombres debemos ser humildes: llevar al Señor a los demás no es nuestro mérito… de nuevo apareció don Estanislao y el Papa de nuevo: “¡que espere!”. Y entonces le hablé del burrito de Noria, que da vueltas al pozo para sacar agua, una imagen que el fundador utilizaba para describir el trabajo ordinario, siempre el mismo, las mismas horas… Trabajo gracias al cual florece un jardín o una huerta. Al final, el Papa se despidió de mí pero diciéndome que debíamos seguir hablando de la “teología del burro!.
Exaudi: ¿Y sus recuerdos más tristes y alegres del Fundador del Opus Dei?
Cardenal Julián Herranz: Lo más triste es el día en que murió. Como médico me llamaron a su lado, estaba tumbado en el suelo por un infarto, intenté, con otro hijo suyo, también médico, hacer la respiración artificial y no lo conseguimos. En ese momento le pedí al Señor que me llevara, que yo no servía para nada mientras la Obra necesitaba al Padre (así se llamaba el fundador en el Opus Dei y ahora se llama el prelado, ndr). Lloré. Fue el día más triste de mi vida. En cambio, la más alegre fue cuando concelebré con san Juan Pablo II y le oí declarar santo al fundador del Opus Dei. Yo lo había canonizado antes que el Papa, pero no importaba lo que yo pensara sino que la Iglesia lo propusiera como estrella para iluminar a la humanidad.
Exaudi: Aparte del libro, ¿cómo fueron sus años junto a Benedicto XVI y cómo juzgaría su pontificado? ¿Sigue teniendo alguna relación personal con el papa emérito?
Cardenal Julián Herranz: Para mí, Benedicto XVI ha sido un padre de la Iglesia para el mundo moderno. Lo he dicho a menudo. Los padres de la Iglesia se preocuparon ante todo de dar a conocer a Cristo a los bautizados y la gran obra de Benedicto XVI ha dado mucha luz doctrinal. Y luego iluminaron un mundo pagano, para evangelizar, y eso es lo que ha hecho el papa emérito con su monumental obra teológica. En su ministerio hay cuatro discursos que considero fundamentales. El de las Naciones Unidas en el que retomó el tema de la dictadura del relativismo, punto central de su magisterio. El de París, centro de la cultura mundial: quaerere Deum, buscar a Dios viviendo razonablemente. Después, en el Bundestag de Berlín, donde habló de ecología, de respeto a las leyes de la creación, pero también de la ley natural. Por último, el de la reina Isabel, sobre las relaciones entre la Iglesia y la política. Todavía voy a verle de vez en cuando, para llevarle unos dulces romanos que le gustan mucho.
Exaudi: Para concluir, uno de los objetivos de la agencia Exaudi es fortalecer la unidad de los católicos con el Santo Padre. Desde la altura de su experiencia, ¿qué piensa de las divisiones, de las tendencias contrastantes que hay en la Iglesia hoy?
Cardenal Julián Herranz: En el mundo está el bien y el mal, está Cristo y está el padre de la mentira que intenta dividir a los cristianos. Todos los Papas, al menos los seis que he conocido, han tenido oposición. De lo que debemos estar muy atentos, como dijo también el padre Cantalamessa en el sermón del Viernes Santo, es de vivir fraternalmente para dar testimonio a la humanidad de que todos somos hermanos, porque hay un Dios creador y estamos en el mismo barco. Nuestro hogar es común, debemos defenderlo. Lo más triste es cuando los cristianos se dividen por la política, en la que hay principalmente intereses económicos. Es triste cuando hay personas que se inclinan ante el poder humano y olvidan la necesidad del amor, que es el gran poder con el que se hacen las revoluciones. También nosotros, los sacerdotes, tenemos la culpa, porque muchas veces hemos hablado de política en lugar de Cristo. Es cierto que en circunstancias dramáticas hay que hacerlo, pero una vez superadas las situaciones excepcionales la libertad política debe ser parte integrante de la persona humana. Pero por esto no deben surgir contraposiciones, como ocurre en cambio. Ahora se tiende a contraponer dos pontificados. Es absurdo: utilizar la fe al servicio de los intereses políticos y económicos. Utilizar a Cristo, utilizar la Cruz como una especie de trampolín. Esto es lo más diabólico. Benedicto XVI y el Papa Francisco se tienen en gran estima, soy testigo directo de ello. La espiritualidad cristiana es como un diamante, con muchas facetas. Benedicto XVI hace brillar la doctrina de Cristo; el Papa Francisco resalta la faceta de la caridad. Pero no se oponen: el Señor en la historia hace girar el diamante de esta riqueza del mensaje cristiano hacia el mundo, y según la época histórica, brilla más un aspecto u otro. Quien los utiliza para oponerse es diabólico.