El cardenal Felipe Arizmendi Esquivel, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), ofrece a los lectores de Exaudi su artículo semanal titulado “Otro país, del partidismo a la participación”.
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El próximo 1 de enero, en nuestro Estado (Provincia, Departamento) de México, habrá cambio de presidentes municipales. Pregunté a uno que fue candidato si asistiría a la toma de protesta de quien resultó vencedor en su municipio, y entendí que ni siquiera se le podría mencionar ese evento, pues durante la campaña se ofendieron mucho, se descalificaron y quedaron como enemigos de por vida. Los partidos parten, haciendo honor a su nombre.
En las discusiones de las diferentes cámaras legislativas, con frecuencia lo que aparece no es la búsqueda del bien común, sino la prevalencia de los partidos y de sus alianzas. Muchas veces no se discuten las ventajas o inconveniencias de una posible ley, en forma serena y objetiva, sino que se imponen las mayorías sólo para demostrar su fuerza, o para complacer al jefe supremo. Son pocas las ocasiones en que los partidos se unen y todos apoyan una iniciativa, aunque no haya salido de sus filas, porque es para el bien de la comunidad. Pero cuando diariamente, desde la tribuna mañanera, sólo se escuchan descalificaciones, ofensas y desconfianzas hacia quienes ven las cosas desde otro punto de vista, desde otros datos, es difícil construir consensos. No se escuchan las razones de los adversarios, sino que se les descarta sistemáticamente, como si sólo una persona tuviera la razón siempre y en todo. Con estas actitudes, se crispan los ánimos y las diferencias partidistas se vuelven un campo de batalla, como si los demás nunca tuviera razón y fueran una jauría de malvados.
En una ocasión, reuní a los dirigentes de los distintos partidos políticos del municipio sede de mi diócesis anterior, para un diálogo sobre dos puntos: ¿Cómo ven el servicio de nuestra diócesis y qué nos proponen para mejorar? Hablaron con toda libertad y nos manifestaron propuestas muy importantes. Al final, me dijeron: Le pedimos que nos reúna con más frecuencia, pues sólo aquí, con Usted, no nos peleamos entre nosotros.
Algo semejante sucede al interior de algunas diócesis o parroquias. Por ejemplo, hay quienes llevan la pastoral por el camino de las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs), y no aceptan a los de Renovación Católica en el Espíritu Santo, como si éstos parcializaran su vivencia religiosa sólo en un sentido espiritualista, sin compromiso social. Se excluyen unos a otros, en vez de unir fuerzas en la evangelización, cada quien desde su identidad propia, incluso para complementarse. No siguen el ejemplo de Jesús y Juan Bautista, que son muy diferentes en sus estilos y opciones, pero que mutuamente se alaban, no se descalifican uno a otro y juntos trabajan por el Reino de Dios, cada cual a su manera.
Pensar
El Papa Francisco, en su reciente visita a Grecia, en un discurso a las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático, dijo:
“No se puede dejar de constatar con preocupación cómo hoy, no sólo en el continente europeo, se registra un retroceso de la democracia. Ésta requiere la participación y la implicación de todos y, por tanto, exige esfuerzo y paciencia. La democracia es compleja, mientras el autoritarismo es expeditivo y las promesas fáciles propuestas por los populismos se muestran atrayentes. La participación de todos es una exigencia fundamental, no sólo para alcanzar objetivos comunes, sino porque responde a lo que somos: seres sociales, irrepetibles y al mismo tiempo interdependientes.
Pero, en relación a la democracia, también existe un escepticismo provocado por la distancia de las instituciones, por el temor a la pérdida de identidad y por la burocracia. El remedio a esto no está en la búsqueda obsesiva de popularidad, en la sed de visibilidad, en la proclamación de promesas imposibles o en la adhesión a abstractas colonizaciones ideológicas, sino que está en la buena política. Porque la política es algo bueno y así debe ser en la práctica, en cuanto responsabilidad suprema del ciudadano, en cuanto arte del bien común. Para que el bien sea realmente participado, hay que dirigir una atención particular, diría prioritaria, a las franjas más débiles. Esta es la dirección a seguir, que un padre fundador de Europa indicó como antídoto para las polarizaciones que animan la democracia, pero que amenazan con exasperarla: ‘Se habla mucho de quien está a la izquierda o a la derecha, pero lo decisivo es ir hacia adelante, e ir hacia adelante significa encaminarse hacia la justicia social’. En este sentido, es necesario un cambio de ritmo, mientras cada día se difunden miedos, amplificados por la comunicación virtual, y se elaboran teorías para oponerse a los demás. Ayudémonos, en cambio, a pasar del partidismo a la participación; del mero compromiso por sostener la propia facción a implicarse activamente por la promoción de todos.
Del partidismo a la participación. Es la motivación que nos debe impulsar en varios frentes: pienso en el clima, en la pandemia, en el mercado común y sobre todo en las pobrezas extendidas. Son desafíos que piden colaborar de manera concreta y activa. Lo necesita la política, para poner las exigencias comunes ante los intereses privados. Puede parecer una utopía, un viaje sin esperanza en un mar turbulento, una odisea larga e irrealizable. Y, sin embargo, como enseña el gran relato homérico, el viaje en un mar agitado es a menudo el único camino” (4-XII-2021).
Actuar
Aprendamos a escuchar a los que piensan en forma diferente, en la misma familia, en la comunidad, en la parroquia, en la diócesis, en los partidos políticos, en la sociedad. Apreciemos nuestras diferencias como una riqueza, siempre y cuando busquemos juntos el bien de todos. Los partidistas parten; los participativos trabajan juntos.