El cardenal Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), ofrece a los lectores de Exaudi su artículo semanal titulado “Oración y acciones por la paz”.
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MIRAR
La Iglesia en México ha promovido oraciones y diversas iniciativas para ayudar a reconstruir la paz social, asunto que es competencia del gobierno, pero en el que todos estamos implicados. Quizá alguien diga que las oraciones para nada sirven; sin embargo, para quienes creemos en el amor omnipotente y en la justicia de Dios, la oración tiene una fuerza extraordinaria. Nuestra confianza está en el Señor, porque nos enfrentamos a poderes muy fuertes, a grupos con armas muy destructivas, a líderes de organizaciones criminales empecinados en enriquecerse a como dé lugar, sin importarles vidas ni instituciones. Nos sentimos desamparados por quienes deberían poner más esfuerzos para proteger al pueblo; por quienes deberían implementar más estrategias de inteligencia, para superar la gran capacidad que han desarrollado quienes extorsionan y matan a quien no se doblega a sus exigencias económicas. Por mi rumbo, están explotando los bosques sin consideración; no les importa el medio ambiente, ni que se vayan agotando las fuentes de agua, sino llenarse los bolsillos de dinero. El poder del crimen es enorme y algunos líderes políticos no tienen más que sujetarse a sus imposiciones, si quieren figurar en puestos públicos.
Nosotros tenemos la experiencia de la gran fuerza que nos viene de lo alto, para no doblegarnos ante amenazas, temores y desconsuelos. Ni la muerte tiene dominio absoluto, pues en Cristo ha sido derrotada. Sin embargo, sin disminuir la importancia y la necesidad de la oración, es cierto que no basta rezar. Por ejemplo, pedimos a Dios el pan de cada día, pero quien no trabaja para conseguirlo, no tiene derecho a comer. Dios alimenta diariamente a los pajarillos, pero éstos tienen que salir a buscar su alimento y no quedarse todo el tiempo en el nido. Dios nos dio manos y pies, inteligencia y creatividad para derrotar la enfermedad, los males y los desórdenes, las guerras y violencias, y no podemos esperar que El haga todo. Para eso nos puso en este mundo. No somos títeres o estatuas, que contemplan pasivamente el devenir del mundo, sino gestores de nuestra historia, con la ayuda de Dios.
Por eso, además de oraciones, también se han promovido diversas actividades para ayudar a reconstruir la paz. Se hacen procesiones y marchas, declaraciones y variadas iniciativas. Quienes podemos, hablamos con las autoridades de diversos niveles; pero algunas nos dicen que hay asuntos federales que no les competen, y que desde arriba no les dejan actuar ni les apoyan. Hay algo más que todos podemos hacer: educar a los hijos a no pelear, sino a compartir; educar a los escolares en la no violencia entre sí; promover en los jóvenes el amor al estudio, formación de su conciencia en la fraternidad y solidaridad, no en la competencia y en los pleitos, y que tengan oportunidades de trabajo. Los medios informativos pueden equilibrar más sus noticias, no dando tanto tiempo a las notas rojas, sino también resaltando acciones positivas que hay en la sociedad. Si podemos acercarnos a líderes de esos grupos criminales, exhortémosles a su conversión. Sobre todo, protejamos la familia y que se haga todo lo posible por preservar su unidad e indisolubilidad; que no haya violencia intrafamiliar ni feminicidios. Aquí está la base de una sociedad armonizada y en paz.
DISCERNIR
El episcopado mexicano, en su Proyecto Global de Pastoral 2031+2033, da una razón básica para nuestro compromiso con la paz: “El corazón del Reino de Dios es el “shalom”, la paz. Esta palabra bíblica tan rica y expresiva, comprende mucho más que la ausencia de guerra y de violencia; en ella se alcanza todo el bienestar y concordia que Dios proporciona a sus hijos para una sana armonía con Él, con los demás hermanos, consigo mismo y con la naturaleza. Para nosotros los creyentes la paz es una Persona, es el Don de amor de Dios por excelencia, es Jesucristo mismo (cfr. Ef 2,14) que, en su misterio de Redención, ha venido a restaurar nuestra imagen de hijos de Dios en Él y a reconciliar consigo todos los pueblos. Así, cuando hablamos de una tarea y compromiso de la Iglesia por la paz, no sólo pensamos en los actos de violencia contra la vida humana y todas las injusticias que la provocan, sino que queremos poner en el centro de nuestra vida a Jesús y su Reino de Vida para que crezca y se establezca, pues la paz es una tarea y un compromiso para todas las personas, que ha de ser acogida en la vida de cada día” (174).
ACTUAR
El episcopado mexicano ofrece, entre muchas otras cosas, implementar en las diócesis estas acciones:
- Incorporar la Doctrina Social de la Iglesia como un eje transversal en la formación de los agentes de pastoral, en las catequesis ordinarias y pre-sacramentales de todos los fieles cristianos.
- Impulsar y reconstruir el sentido comunitario de nuestras comunidades, para que toda persona se involucre y participe en las causas sociales de la sociedad.
- Dialogar y colaborar con la sociedad civil y con los organismos nacionales e internacionales para construir la paz.
- Apoyar y acompañar las causas indígenas en el cuidado y protección de sus riquezas naturales, de su territorio y su cultura.
- Apoyar la fundación de centros de Derechos Humanos en las comunidades cristianas, de manera que se fortalezca el Estado de derecho en nuestro país.
- Recibir con caridad, acompañar, defender los derechos e integrar a los hermanos y hermanas migrantes que transiten o deseen permanecer con nosotros.
- Fomentar el sentido de responsabilidad civil de los ciudadanos.