El cardenal Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), ofrece a los lectores de Exaudi su artículo semanal titulado “Navidad en un país de contrastes”.
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MIRAR
Con motivo de las fiestas a la Virgen de Guadalupe, el pasado 12 de diciembre, millones de mexicanos expresaron, algunos hasta el heroísmo, su amor a la guadalupana. No sólo fueron incontables los que en esos días visitaron su basílica en la Ciudad de México, sino que en todos los rincones del país se desbordaron las manifestaciones de esta devoción. En la mayoría de los hogares no falta su imagen. Muchos la llevan en una estampita, o al cuello como un escapulario. Sin embargo, el contraste es que, en este país que se considera mayoritariamente católico, y casi todos creyentes de alguna denominación cristiana, los crímenes aumentan en todas partes, sobre todo la extorsión, sin que la autoridad pueda lograr su disminución significativa. ¿Por qué esta contradicción? Nuestra fe nos orienta para creer firmemente en Dios, esforzarnos por poner en práctica sus mandamientos, en particular el amor al prójimo, pero los grupos armados no le dan a Dios el lugar que le corresponde, y se dedican a perjudicar a todo mundo. La mayoría de esos criminales se consideran creyentes, pero sus obras los contradicen.
Con ocasión de Navidad, la inmensa mayoría celebra esta fiesta; adorna sus casas al menos con el árbol; muchos ponen el Nacimiento. Todos se desean felices fiestas, aunque las califiquen solamente como decembrinas, de fin de año… Muchos se hacen regalos y algunos salen de vacaciones. Todo esto es por el Nacimiento del Salvador; sin embargo, muchos no lo tienen en cuenta. No faltan quienes hagan consistir estos días en excesos de todo tipo, sobre todo de bebidas embriagantes. Y si el Nacimiento de Jesús trae un mensaje de ¡Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a quienes ama el Señor!, en la práctica no se le da gloria a Dios, ni vivimos en una paz serena y tranquila. Nuestros pueblos, y también las ciudades, han perdido su paz tradicional. ¿Eso es Navidad?
Estamos en plenas campañas hacia la Presidencia de la República, hacia algunas gubernaturas, senadurías y diputaciones federales, y la mayoría de los candidatos son oficialmente católicos, o al menos cristianos; sin embargo, su fe religiosa casi no aparece. En sus discursos y propagandas, lo que más abunda son argumentos para que la gente vote por ellos, descalificaciones hacia sus adversarios, pactos con diferentes personas o grupos, en algunos casos hasta con criminales. Casi no van a Misa y al culto dominical, porque sus campañas los tienen obsesionados. ¿De verdad son creyentes?
Estos y otros aspectos de nuestra situación nacional nos preocupan y nos pueden robar la esperanza. Podemos pensar que nada se puede hacer para que la situación cambie, o dejarle todo al gobierno en turno, cuando se ha demostrado que la autoridad está rebasada por la realidad imperante. Sus discursos repiten diariamente que vamos bien, que el pueblo está contento, que su partido es la solución a los problemas. ¡Y cuánta gente sigue creyéndole! Los hechos dicen lo contrario.
DISCERNIR
El episcopado mexicano, en su mensaje para esta Navidad, dice: “México enfrenta enormes desafíos que nos duelen y preocupan: la violencia, la corrupción, las desigualdades, la polarización política, el desempleo, tantas familias que no logran salir adelante. Pero no podemos quedarnos en el pesimismo estéril ni en los fatalismos destructivos. Como cristianos, estamos llamados a ver más allá, a encender esa «luz gentil» de la esperanza de la que nos habla el Papa Francisco. Y el fundamento de esa esperanza es precisamente la fe en ese Niño Dios que nace hoy, en quien se inaugura, en palabras del Concilio Vaticano II, «una nueva y definitiva alianza» que «renueva todas las cosas» (LG 1 y 9). Es Él la prenda viva del amor entrañable de Dios por la humanidad. En Él hallamos la certeza de que la paz, la justicia y la fraternidad que anhelamos son posibles si nos abrimos decididamente a su gracia transformadora”.
Y el Papa Francisco, en su reciente Mensaje Urbi et Orbi (a la Ciudad y al Mundo), afirma: “En medio de las tinieblas de la tierra, hoy en Belén se ha encendido una llama inextinguible; en medio de la oscuridad del mundo, hoy prevalece la luz de Dios, que «ilumina a todo hombre» (Jn 1,9). ¡Alegrémonos por esta gracia! Alégrate tú, que has perdido la confianza y las certezas, porque no estás solo, no estás sola: ¡Cristo ha nacido por ti! Alégrate tú, que has abandonado la esperanza, porque Dios te tiende su mano; no te señala con el dedo, sino que te ofrece su manito de Niño para liberarte de tus miedos, para aliviarte de tus fatigas y mostrarte que a sus ojos eres valioso como ningún otro. Alégrate tú, que en el corazón no encuentras la paz, porque se ha cumplido la antigua profecía de Isaías: «Un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado y se le da por nombre: Príncipe de la paz» (9,5). La Escritura revela que su paz, su reino no tendrán fin (cf. 9,6)”.
Y más adelante agrega: “Isaías, que profetizaba al Príncipe de la paz, escribió acerca de un día en el que «no levantará la espada una nación contra otra»; de un día en el que los hombres «no se adiestrarán más para la guerra», sino que «con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas» (2,4). Con la ayuda de Dios, pongámonos manos a la obra para que ese día llegue”.
ACTUAR
Seamos coherentes con nuestra fe y hagamos realidad el mensaje navideño: Demos gloria a Dios, reconozcámoslo como el Señor, adorémoslo reverentes, y construyamos la paz, la armonía familiar y social, respetándonos unos a otros y haciendo el bien a nuestro alrededor.