El cardenal Felipe Arizmendi Esquivel, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), ofrece a los lectores de Exaudi su artículo semanal titulado “El ministerio de catequista”.
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Mirar
El próximo domingo, III del Tiempo Ordinario, por iniciativa del Papa Francisco, en toda la Iglesia se celebra el Domingo de la Palabra, con el objetivo de que la comunidad eclesial valore más la importancia de la Sagrada Escritura en la vida cristiana. Con tal motivo, en la basílica de San Pedro en Roma, el Papa conferirá el Ministerio de Catequista a varias personas de diversas partes del mundo, también a mujeres. Es un reconocimiento a un servicio evangelizador que siempre han desarrollado muchos laicos y laicas, y una misión que la Iglesia les confía y confirma. Además, el Papa instituirá en los ministerios laicales de Lector y Acólito a varios hombres y mujeres. No falta quien vea en esto un pasito para el sacerdocio femenino. ¡Nada de eso!
Yo soy hijo de un catequista, un campesino que apenas sabía leer y escribir, pues en aquel tiempo no había escuela en el pueblito. El párroco iba muy de cuando en cuando a celebrar Misa. Mi papá llevaba, sobre todo para las fiestas y los “primeros viernes”, a un sacerdote español, misionero pasionista, para las confesiones, la Misa y la atención a los enfermos. La evangelización y catequesis eran sostenidas por mi padre, educado para ello por mi abuela Rosa. Dos tías solteras se encargaban de nosotros los niños, con la catequesis semanal tradicional, para prepararnos a la Primera Comunión. Mi padre pertenecía a la Acción Católica y frecuentaba los cursos que allí se impartían, para capacitarse. Los domingos, presidía a la comunidad celebrando lo que llamaban “Misa de los campesinos”, sin sacerdote. Se hacía todo como en una Misa normal, con oraciones y lecturas bíblicas, sin consagración ni comunión, como se hace hoy en las Celebraciones de la Palabra. Como mi padre no leía muy bien, pedía que alguien proclamara las lecturas y él hacia la explicación, equivalente a una homilía, con aceptación cordial de la comunidad. Daba también temas semanales a jóvenes varones, a muchachas, a señoras y señores de la Acción Católica, para su formación cristiana. Cuando llegó el primer obispo de nuestra nueva diócesis y se nombró al primer párroco, el obispo decía que mi pueblo estaba mejor atendido por mi papá, que por el sacerdote… Así nació y creció mi vocación sacerdotal. De esto, hace ya más de 70 años.
El servicio de las y los catequistas ha sido fundamental en la conservación de la fe en nuestras comunidades. Ahora se le reconoce como un ministerio con un rito litúrgico, pero su importancia siempre ha sido notable. ¿Qué sería de la Iglesia sin su servicio?
En mi anterior diócesis, para una población de más de dos millones de habitantes, la mayoría indígena, con un poco más de un centenar de sacerdotes y unas doscientas religiosas, se cuenta con el servicio ejemplar de unos 6,000 catequistas varones para las comunidades dispersas, más unas 2,000 mujeres, casi todas jóvenes, para los niños en los centros urbanos. Como se deben recorrer montañas y lugares distantes, son varones quienes dan este servicio, todos hablantes de sus idiomas originarios. Son una fuerza increíble de evangelización. Donde ellos trabajan, tienen menos presencia las denominaciones protestantes. Su servicio es gratuito y su formación es permanente. Algunos llevan muchos años en ello, con mucha aceptación de la comunidad. Por su capacidad y su entrega generosa, son escogidos para otros cargos comunitarios, incluso de índole política, pues son reconocidos como buenos servidores de la comunidad. Desde luego, no todos son candidatos para este ministerio, sino sólo aquellos que lo asuman como un compromiso de por vida, y no sólo por unos años.
Discernir
El Papa Francisco, en su Motu Proprio titulado Antiquum ministerium, dice: “El ministerio de Catequista en la Iglesia es muy antiguo. Entre los teólogos es opinión común que los primeros ejemplos se encuentran ya en los escritos del Nuevo Testamento” (1). “Desde sus orígenes, la comunidad cristiana ha experimentado una amplia forma de ministerialidad que se ha concretado en el servicio de hombres y mujeres que, obedientes a la acción del Espíritu Santo, han dedicado su vida a la edificación de la Iglesia. Dentro de la gran tradición carismática del Nuevo Testamento, es posible reconocer la presencia activa de bautizados que ejercieron el ministerio de transmitir de forma más orgánica, permanente y vinculada a las diferentes circunstancias de la vida, la enseñanza de los apóstoles y los evangelistas” (2).
“Muchos catequistas capaces y constantes están al frente de comunidades en diversas regiones y desempeñan una misión insustituible en la transmisión y profundización de la fe” (3).
“Sin ningún menoscabo a la misión propia del Obispo, que es la de ser el primer catequista en su Diócesis junto al presbiterio, con el que comparte la misma cura pastoral, y a la particular responsabilidad de los padres respecto a la formación cristiana de sus hijos, es necesario reconocer la presencia de laicos y laicas que, en virtud del propio bautismo, se sienten llamados a colaborar en el servicio de la catequesis” (5).
“El catequista, en efecto, está llamado en primer lugar a manifestar su competencia en el servicio pastoral de la transmisión de la fe, que se desarrolla en sus diversas etapas: desde el primer anuncio que introduce al kerygma, pasando por la enseñanza que hace tomar conciencia de la nueva vida en Cristo y prepara en particular a los sacramentos de la iniciación cristiana, hasta la formación permanente que permite a cada bautizado estar siempre dispuesto a «dar respuesta a todo el que les pida dar razón de su esperanza» (1 P 3,15). El Catequista es al mismo tiempo testigo de la fe, maestro y mistagogo, acompañante y pedagogo que enseña en nombre de la Iglesia. Una identidad que sólo puede desarrollarse con coherencia y responsabilidad mediante la oración, el estudio y la participación directa en la vida de la comunidad” (6).
“Es conveniente que al ministerio instituido de Catequista sean llamados hombres y mujeres de profunda fe y madurez humana, que participen activamente en la vida de la comunidad cristiana, que puedan ser acogedores, generosos y vivan en comunión fraterna, que reciban la debida formación bíblica, teológica, pastoral y pedagógica para ser comunicadores atentos de la verdad de la fe, y que hayan adquirido ya una experiencia previa de catequesis. Se requiere que sean fieles colaboradores de los sacerdotes y los diáconos, dispuestos a ejercer el ministerio donde sea necesario, y animados por un verdadero entusiasmo apostólico” (8).
Actuar
Recordemos a nuestros catequistas y seamos agradecidos. Oremos al Espíritu Santo para que dé este carisma a muchos laicos y laicas, y encuentren su vocación en este ministerio, tan esencial a la vida cristiana de las comunidades. Religiosas, sacerdotes y obispos, descubramos esta vocación en nuestros agentes pastorales y animémonos a confiar en su servicio.