El cardenal Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), ofrece a los lectores de Exaudi su artículo semanal titulado “Mi palabra es la ley”.
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MIRAR
“Mi palabra es la ley” es lo que expresa con euforia una melodía popular mexicana, y que algunos cantan con todo el corazón, reflejando muchos sentimientos que se llevan en lo más profundo del alma. El titulo de la canción lo dice todo: El rey. En otras palabras: yo mando, aquí se hace lo que yo digo, nadie está sobre mí…
En cuántos hogares esta es la escena que prevalece todos los días. Aunque no faltan mujeres con actitudes semejantes, somos los varones quienes seguimos imponiendo nuestro tradicional machismo y, en casa, el papá no toma en cuenta a su esposa ni a sus hijos, no los consulta ni los escucha, sino que se hace lo que a él le parece lo mejor. Por esta actitud impositiva de algunos papás, ¡cuántos hijos crecen con un resentimiento contra su padre por toda la vida! Y repiten la misma actitud en forma casi inconsciente; se disculpan diciendo que así son…¡y qué!…
En nuestras comunidades eclesiales, varios clérigos asumimos la misma actitud: en la diócesis se hace lo que el obispo quiere, sin tomar en cuenta a sus Consejos que por ley canónica están establecidos, y sus consejeros no tienen la audacia de expresarle opiniones contrastantes. En las parroquias, prevale la autoridad del párroco, que si llega a oír las propuestas e inquietudes de su pueblo, no lo escucha ni lo toma en cuenta. Él es la autoridad y es quien sabe y decide. En este ambiente, es imposible convertirnos a la espiritualidad que requiere el proceso sinodal que estamos impulsando en toda la Iglesia, pues el clericalismo nos delata.
Hay gobernantes de todos los niveles que reflejan diariamente lo que expresa la melodía mexicana: ellos son los reyes y su palabra es la ley. En sus reacciones mañaneras deciden lo que les parece adecuado, sin tomar en cuenta otras voces, sin preguntar opiniones a los expertos, saltándose incluso las leyes vigentes, porque su palabra es la ley. Sus colaboradores tienen que hacer malabares para deshacer los entuertos de su jefe, porque, de lo contrario, corren el riesgo de que los exponga a la crítica pública y les quite el trabajo. Con tal de no quedarse en la calle, tienen que aguantar las arbitrariedades de su jefe. Aunque éste hable de democracia, es lo que menos practica; no es un demócrata, sino un autócrata.
DISCERNIR
El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, dice: “Jesucristo nunca invitó a fomentar la violencia o la intolerancia. Él mismo condenaba abiertamente el uso de la fuerza para imponerse a los demás: «Ustedes saben que los jefes de las naciones las someten y los poderosos las dominan. Entre ustedes no debe ser así» (Mt 20,25-26). Por otra parte, el Evangelio pide perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22) y pone el ejemplo del servidor despiadado, que fue perdonado, pero él a su vez no fue capaz de perdonar a otros (cf. Mt 18,23-35)” (238).
Si leemos otros textos del Nuevo Testamento, podemos advertir que, de hecho, las comunidades primitivas, inmersas en un mundo pagano desbordado de corrupción y desviaciones, vivían un sentido de paciencia, tolerancia, comprensión. Algunos textos son muy claros al respecto: se invita a reprender a los adversarios con dulzura (cf. 2 Tm 2,25). O se exhorta: «Que no injurien a nadie ni sean agresivos, sino amables, demostrando una gran humildad con todo el mundo. Porque nosotros también antes éramos detestables» (Tt 3,2-3). El libro de los Hechos de los Apóstoles afirma que los discípulos, perseguidos por algunas autoridades, «gozaban de la estima de todo el pueblo» (2,47; cf. 4,21.33; 5,13)” (239).
“Pido a Dios que prepare nuestros corazones al encuentro con los hermanos más allá de las diferencias de ideas, lengua, cultura, religión; que unja todo nuestro ser con el aceite de la misericordia que cura las heridas de los errores, de las incomprensiones, de las controversias; la gracia de enviarnos, con humildad y mansedumbre, a los caminos, arriesgados pero fecundos, de la búsqueda de la paz” (254)
“El culto a Dios sincero y humilde no lleva a la discriminación, al odio y la violencia, sino al respeto de la sacralidad de la vida, al respeto de la dignidad y la libertad de los demás, y al compromiso amoroso por todos. En realidad «el que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor» (1 Jn 4,8)” (283). “Cada uno de nosotros está llamado a ser un artesano de la paz, uniendo y no dividiendo, extinguiendo el odio y no conservándolo, abriendo las sendas del diálogo y no levantando nuevos muros” (284).
ACTUAR
En este tiempo cuaresmal, revisemos si nuestras actitudes reflejan la melodía mexicana El Rey; en caso afirmativo, debemos luchar con nosotros mismos para transformarnos interiormente, ser más humildes y no prepotentes.