Cardenal Arizmendi: Lejos de la tan anhelada paz

Intensificar la oración por la paz

Orando por la paz © robertocastillo-cathopic

El cardenal Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), ofrece a los lectores de Exaudi su artículo semanal titulado “Lejos de la tan anhelada paz”.

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MIRAR

Que nuestra patria no disfruta de paz, es algo que podemos constatar diariamente, tanto en la vida personal y en nuestras comunidades, como en los medios informativos que compiten en notas rojas. Aunque alguien diga que tiene otros datos, éstos quizá son de su escritorio, a donde sus colaboradores sólo le llevan informes que le alagan los oídos. La realidad es triste y dolorosa. Afirmar esto no es cuestión política, ni consigna de conservadores y enemigos partidistas, sino experiencia que cotidianamente lamentamos. Casi nadie se atreve a presentar una denuncia formal, porque con ello casi firmaría su sentencia de muerte. Pero que vivimos en inseguridad y violencia, sin suficientes acciones de parte del gobierno para enfrentarlas, es un dato de cada día.

En algunos lugares del país, incluso en la capital nacional, hay guerras de diferentes cárteles que se disputan el territorio para vender en exclusiva algunas drogas. Y quien no colabora con ellos, se expone a todo; por ello, muchos huyen del lugar donde siempre han vivido. Las guerras más frecuentes son las extorsiones, el cobro de piso, el control de casi todo el comercio, grande y pequeño. Por mi rumbo, imponen sus precios a productores de jitomate, chile, aguacate, durazno, flor, etc. No se pueden comprar materiales de construcción en la ciudad, donde son más baratos, sino a quien ellos dicen y al precio que arbitrariamente imponen. Ni cigarros se pueden libremente adquirir, sino que ponen un sello a las cajetillas autorizadas por ellos, y si alguien se sale de sus normas, le clausuran su negocio, lo secuestran, lo golpean y lo pueden asesinar. ¿Esto no es una guerra? No es como en Ucrania y en otras latitudes, pero es un clima violento con el convivimos diariamente. El domingo pasado, regresando de mi pueblo, cerca de El Capulín, nos rebasó en una camioneta un grupo de unas 10 personas, fuertemente armadas, con una prepotencia que nos impulsó a hacernos a un lado para que pasasen libremente, como Juan por su casa.

El episcopado mexicano, junto con congregaciones religiosas, ha promovido una intensa jornada de oración por la paz en nuestra patria. Se está orando por asesinados y desaparecidos, incluso por los victimarios para que se conviertan, para que cambien de vida. También oramos por nuestras autoridades, y por tantos que aspiran a cargos públicos, para que asuman en su corazón el dolor de tanta gente que se siente desprotegida y abandonada. No somos partidarios de responder con violencia a la violencia, como se nos ha acusado dolosamente, sino que queremos paz social, y estamos dispuestos a colaborar para lograrla. Para que haya paz, es necesaria la justicia. Sin justicia, no hay paz. Y el gobierno tiene obligación constitucional de ejercer la justicia, de proteger al pueblo, de evitar que se le siga perjudicando, no sólo regalarle dinero cada dos o tres meses, con fines electorales.

 


DISCERNIR

El episcopado mexicano, en su Proyecto Global de Pastoral 2031+2033, expresa: “El panorama social se ha ido ensombreciendo paulatinamente por el fortalecimiento alarmante del crimen organizado que tiene múltiples ramificaciones y un entorno internacional que lo alimenta y fortalece, corrompiendo la mente y el corazón de personas y autoridades.  Son muchas las causas que alimentan esta hoguera y que mantienen encendida esta llama de dolor: la pérdida de valores, la desintegración familiar, la falta de oportunidades, los trabajos mal remunerados, la corrupción galopante en todos los niveles, la ingobernabilidad, la impunidad, etc. Esta sociedad que tendría que ofrecer a todos los ciudadanos las condiciones necesarias para vivir con dignidad, está dañada y es necesario que todos como miembros de ella tomemos conciencia de esta realidad y nos hagamos responsables, para que pueda cumplir como un espacio de vida digna para todos sus miembros” (57).

 “Como Obispos, vemos con inquietud que nuestro Pueblo reclama un mayor acompañamiento espiritual y un especial coraje profético frente a las circunstancias actuales, basado en el testimonio humilde, la vida sencilla y la cercanía habitual al Pueblo de Dios. Como nos lo señaló el Papa Francisco, pastores que sepan reflejar la ternura de Dios, con mirada limpia, de alma transparente y mirada luminosa, que tienen en su rostro las huellas de quienes han visto al Señor, de quienes han estado con Él. Obispos que tengan una particular cercanía con los pobres, sepan escucharlos y ofrecerles el consuelo de Dios, especialmente quien ha sido víctima de la violencia en estos últimos años, que tanto dolor han provocado a nuestras familias” (68).

 “En el rostro mestizo de la Virgen de Guadalupe vemos la propuesta de un mensaje de comunión. Es posible superar las diferencias entre las razas a través de la paz y la armonía. El mestizaje no es mostrado como un hecho humillante, sino como una riqueza. Pero, además, María de Guadalupe ha unido a los mexicanos de una manera asombrosa en muchos momentos de la historia de nuestra patria y lo ha hecho, sobre todo, mostrándonos a su hijo Jesucristo. Ya nuestros antecesores decían: La Virgen no busca esta salvación en Cristo recordando derrotas pasadas, suscitando violencias o predicando el odio y la división; antes, omitiendo toda mención que pudiera enconar las heridas. María anuncia la Buena Nueva de la Fe y el Amor, del Perdón y de la Paz. A través, sólo de este ‘evangelio’, como vínculo de unión y fraternidad, supera las tensiones, propicia el acercamiento y hace nacer un pueblo nuevo. En una sociedad fragmentada, como la nuestra, todos, los obispos y los agentes de pastoral estamos llamados a trabajar por la unidad. Todos estamos invitados a superar las diferencias que nos lastiman y entristecen” (161).

 ACTUAR

¿Qué hacer? Ante todo, tener fe en la oración e intensificarla por esta intención. Educar nuestras reacciones, para que seamos personas pacíficas. Promover la cultura de la no violencia activa, pero exigiendo justicia en favor de quienes viven amenazados y en zozobra permanente.