El cardenal Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), ofrece a los lectores de Exaudi su artículo semanal titulado “La Homogeneización Empobrece”.
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MIRAR
Homogeneizar, en el sentido cultural, social, político y religioso, es querer imponer en todo una uniformidad que elimine las diferentes formas de ser, de pensar y de vivir; que se hable un solo idioma y se acaben las expresiones culturales de otros pueblos, sobre todo indígenas y afrodescendientes; que todos piensen igual, luchen por las mismas causas y se aplasten o eliminen las legítimas diferencias; que haya un solo partido, hegemónico y absolutista, que no tome en cuenta las voces y los derechos de las minorías, como si, a la voz del jefe, todos tuvieran que someterse a sus deseos y preferencias; que las celebraciones religiosas fueran idénticas en todas partes, sin tomar en cuenta las diversas formas culturales de expresar la fe.
En nuestro país, como en cualquier otra instancia humana, somos muy diferentes en todos los aspectos: cultural, social, económico, político, religioso, deportivo, etc. Pretender homogeneizarnos, sería dañino y nos empobrecería. No somos máquinas hechas en serie, sino personas con historias, visiones, pensamientos y anhelos distintos. Como nuestro cuerpo: todos sus miembros son diferentes, aunque algunos se parezcan. Se parecen la mano derecha y la izquierda, pero son distintas; ambas se necesitan. En vez de pelearse una contra otra, porque una es izquierda y la otra derecha, se apoyan mutuamente, por ejemplo, para tomar el azadón, la pala o el pico. Con una sola mano, la que sea, no avanzamos. Lo mismo pasa en la sociedad. Una coalición que no toma en cuenta a los demás, se debilita.
En la política, en las cámaras legislativas, en el gobierno, pretender ser y pensar todos igual, imponer una única visión de la realidad y una ley porque el jefe supremo así lo desea, sin cambiarle una coma, es empobrecer al país. Ganaron la mayoría de votos, no de los electores. De un total de casi cien millones de electores, obtuvieron la Presidencia con sólo 36 millones; la oposición logró 22, y el abstencionismo, 40 millones. Más de 60 millones de electores no les apoyan. No representan, por tanto, como se ufanan, a la mayoría del pueblo, sino sólo a sus simpatizantes, que no son la mayoría. Escuchar a los diferentes partidos y a grupos sociales, incluso a los opositores, para descubrir y asumir su parte de verdad, eso enriquece mucho y todos nos beneficiamos. Las minorías también piensan y tienen derechos, que sería injusto no tomar en cuenta. Creerse los únicos y los más poderosos, es un proceso de autodestrucción.
En lo religioso pasa lo mismo. Hay diferentes formas de pensar y vivir la fe. Algunos son de Comunidades Eclesiales de Base (CEBs), otros de Renovación Católica en el Espíritu Santo, otros del Camino Neocatecumenal, etc. Unos somos católicos, otros protestantes, ortodoxos y de muchas otras religiones, pero todos somos hermanos y hemos de aprender a respetarnos, amarnos y unirnos para trabajar juntos, cada quien desde su identidad religiosa, por el Reino de Dios; es decir, para que haya verdad y vida, santidad y gracia, justicia, amor y paz. Todos unidos, no peleando todo el tiempo unos contra otros, ni tratando de destruir y descalificar a quienes van por caminos diferentes. Hay muchas formas de vivir el catolicismo, como son diferentes Jesús y Juan Bautista, son diferentes los apóstoles y los evangelios, son diferentes los papas, pero todos trabajando por la gloria de Dios y la vida digna y plena de la sociedad.
DISCERNIR
El Papa Francisco, en su viaje a Asia y Oceanía, dijo en Indonesia: “La armonía en el respeto a las diferencias se logra cuando cada opinión particular tiene en cuenta las necesidades que son comunes y cuando cada etnia y confesión religiosa actúa con espíritu de fraternidad, persiguiendo el noble objetivo de servir al bien de todos. El ser conscientes de que se está participando en una historia compartida en la que cada uno brinda su propia contribución, y donde la solidaridad de cada cual hacia el conjunto es fundamental, ayuda a identificar las soluciones adecuadas, a evitar la polarización de las diferencias y a transformar la confrontación en colaboración eficaz.
Este sabio y delicado equilibrio entre la multiplicidad de culturas, las diferentes visiones ideológicas y las razones que fundamentan la unidad, debe ser defendido continuamente contra cualquier desajuste. Se trata de un trabajo artesanal, repito, un trabajo artesanal que corresponde a todos, pero de manera especial a la tarea que realiza la política, cuando se propone como fin la armonía, la equidad, el respeto de los derechos fundamentales de los seres humanos, el desarrollo sostenible, la solidaridad y la consecución de la paz, tanto en el seno de la sociedad como en la relación con los demás pueblos y naciones. Y aquí reside la grandeza de la política. Ya lo dijo un sabio, que la política es la forma más elevada de la caridad. Esto es maravilloso.
A fin de favorecer una armonía pacífica y constructiva que garantice la paz y unifique los esfuerzos para vencer los desequilibrios y bolsas de miseria que aún persisten en algunas zonas, se podrán eliminar los prejuicios y se fomentará un clima de respeto y de confianza mutua, factores imprescindibles para afrontar los retos comunes, entre los cuales, el de contrastar el extremismo y la intolerancia, que intentan imponerse sirviéndose del engaño y la violencia. En cambio, la cercanía, el escuchar la opinión de los demás, eso crea la fraternidad de una nación. Y eso es algo muy bonito, muy hermoso” (4-IX-2024).
En Papúa Nueva Guinea: “Cuando decidimos distanciarnos de Dios, de los hermanos y de quienes son diferentes a nosotros, entonces nos encerramos, nos atrincheramos en nosotros mismos y terminamos girando sólo entorno a nuestro yo, nos hacemos sordos a la Palabra de Dios y al grito del prójimo y, por lo tanto, incapaces de dialogar con Dios y con el prójimo” (8-IX-2024).
ACTUAR
Aprendamos a escuchar y valorar a quienes son y piensan en forma diferente a la propia. En vez de insultarlos y querer aplastarlos, descubramos lo bueno que tienen y aportan, para llegar a ser una imagen de la Santísima Trinidad: tres personas distintas, pero un solo Dios, porque Dios es amor.