El cardenal Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), ofrece a los lectores de Exaudi su artículo semanal titulado “El País depende también de ti”.
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MIRAR
Se calienta más y más la contienda electoral en nuestro país. Cada quien espera que se designe al candidato o candidata de su preferencia, porque en esa persona y en su partido deposita su confianza, sin advertir que todos somos frágiles, falibles y pecadores. A pesar de tantas decepciones que hemos vivido, algunos se imaginan que con esa opción partidista se acabarán todos los males y todo va a ser diferente.
Hay líderes que tienen mucha facilidad para hacer propuestas que suenan muy atractivas, aunque en la práctica sea muy difícil ponerlas en práctica. Hay quienes aceptan lo que dice su líder o su candidato, sin hacer un análisis basado en datos comprobables, sino sólo fiándose de sus promesas, sobre todo si van acompañadas de dinero para atraer electores.
Algunos ponen su confianza en su relación personal con algún candidato, o en personas que les puedan recomendar con esa persona, esperando que, si sale elegido, se resolverán todos sus problemas económicos. Son los eternos dependientes de un cargo que les puedan dar, a pesar de que estos son eventuales, o quienes sólo toman en cuenta los apoyos mensuales o bimensuales que les hacen llegar, con los que les tapan la mente y les compran su voto, aunque lo disfracen de justicia social. Los pobres, los ancianos, los minusválidos, los desempleados, los jóvenes tienen derecho a que la sociedad, encabezada por los gobernantes, les proporcione los apoyos necesarios, pero no a costa de su dignidad, considerándolos sólo una inversión electoral. Eso es degradante y es viciar la democracia y el ejercicio del poder.
Hay personas que se pasan toda la vida quejándose de todo y de todos, del clima frío o caliente, de los baches en las calles y carreteras, de la violencia e inseguridad, de la degradación de la política y de los malos testimonios de los clérigos, y hay razón para quejarse. Lo que no sirve es reducirse a quejas y lamentos, sin hacer algo, aunque sea pequeño, para mejorar la situación. No podemos esperar que todo lo resuelva el gobierno. Cada quien podemos hacer algo por la comunidad.
DISCERNIR
El Papa Francisco, en el viaje que está realizando a la República Democrática del Congo y a Sudán del Sur, acaba de decir algo que nos sirve a todos, aunque lo diga en un contexto africano. La inspiración de fondo está tomada de la Palabra de Dios y vale para todos. Dijo:
“Estoy aquí para abrazarlos y recordarles que tienen un valor inestimable, que la Iglesia y el Papa confían en ustedes; que creen en vuestro futuro, en un futuro que está en vuestras manos y en el que merecen invertir los dones de inteligencia, sagacidad y laboriosidad que poseen. ¡Ánimo! Levántate, vuelve a tomar en tus manos, como un diamante puro, lo que eres, tu dignidad, tu vocación de proteger en armonía y paz la casa que habitas.
Es precisamente a partir de los corazones que la paz y el desarrollo siguen siendo posibles porque, con la ayuda de Dios, los seres humanos son capaces de justicia y perdón, de concordia y reconciliación, de compromiso y perseverancia en el aprovechamiento de los talentos que han recibido. Que la violencia y el odio no tengan ya cabida en el corazón ni en los labios de nadie, porque son sentimientos antihumanos y anticristianos que paralizan el desarrollo y hacen retroceder, hacia un pasado oscuro.
Gracias a Dios no faltan quienes contribuyen al bien de la población local y a un desarrollo real a través de proyectos eficaces, y no de intervenciones de mero asistencialismo, sino de planes orientados al crecimiento integral.
Tomar partido obstinadamente por la propia etnia o por intereses particulares, alimentando espirales de odio y violencia, va en detrimento de todos, ya que bloquea la necesaria ‘química del conjunto’. Nuestro Padre del cielo quiere que sepamos acogernos como hermanos y hermanas de una misma familia y que trabajemos por un futuro que sea junto con los demás, no contra los demás. La verdadera riqueza son las personas y las buenas relaciones con ellas. De manera especial, las religiones, con su patrimonio de sabiduría, están llamadas a contribuir a ello, en su esfuerzo cotidiano por renunciar a toda agresión, proselitismo y coacción, que son medios indignos de la libertad humana.
Quienes ostentan responsabilidades cívicas y de gobierno están llamados a actuar con transparencia, ejerciendo el cargo recibido como un medio para servir a la sociedad. De hecho, el poder sólo tiene sentido cuando se convierte en servicio. Qué importante es actuar con este espíritu, huyendo del autoritarismo, del afán de ganancias fáciles y de la avidez del dinero, que el apóstol Pablo llama «la raíz de todos los males» (1 Tm 6,10). Y, al mismo tiempo, favorecer la celebración de elecciones libres, transparentes, creíbles; ampliar aún más la participación en los procesos de paz a las mujeres, los jóvenes y los diversos grupos, los grupos marginados; buscar el bien común y la seguridad de la gente por encima de los intereses personales o de grupo; hacerse cargo de las numerosas personas desplazadas y refugiadas. No debemos dejarnos manipular ni comprar por quienes quieren mantener al país en la violencia, para explotarlo y hacer negocios vergonzosos; esto sólo trae descrédito y vergüenza, junto con muerte y miseria. En cambio, es bueno acercarse a la gente para darse cuenta de cómo vive. Las personas tienen confianza cuando sienten que quien las gobierna está realmente cercano, no por cálculo ni ostentación, sino por servicio” (31-I-2023).
“La paz requiere combatir el desaliento, el malestar y la desconfianza, que llevan a creer que es mejor recelar de todos, vivir separados y distantes, en vez de darse la mano y caminar juntos. Nuevamente, en nombre de Dios, reitero la invitación para que no bajen los brazos, sino que se esfuercen por construir un mundo mejor. Un futuro de paz no caerá del cielo, pero será posible si se destierra de los corazones el fatalismo resignado y el miedo de involucrarse con los demás. Un futuro diferente llegará, si es para todos y no para algunos, si es en favor de todos y no contra algunos. Un futuro nuevo llegará, si el otro ya no es más un adversario o un enemigo, sino un hermano y una hermana en cuyo corazón es necesario creer que existe, aun escondido, el mismo deseo de paz. ¡Creámoslo! Trabajemos por ello, sin delegar el cambio” (1-II-2023).
ACTUAR
Seamos correponsables de la suerte de nuestra patria, empezando por la propia familia, por la comunidad local, y hagamos cuanto podamos por el bien de los demás y por desenmascarar a quienes usan a los pobres para sus intereses. ¡Eso es indigno!