El cardenal Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), ofrece a los lectores de Exaudi su artículo semanal titulado “El Aborto, otra barbarie”.
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MIRAR
Nuestro México lindo y querido, del que tanto presumíamos, se va despeñando de barbarie en barbarie.
Nos aterrorizó que al presidente municipal de Chilpancingo, apenas a seis días de haber tomado posesión de su cargo, lo decapitaran y depositaran su cabeza sobre el cofre de su camioneta. Asesinatos y degüellos se multiplican en varias partes. Varias familias chiapanecas han tenido que huir a Guatemala, para escapar de los grupos armados que mandan en la región. Muchas personas han huido a Estados Unidos o a otras partes, solicitando asilo político, porque las bandas criminales les quitan sus bienes y hasta la vida. Los delitos de alto impacto y los de la llamada delincuencia común no disminuyen como se desearía; los noticiarios están llenos de notas rojas. Pareciera que el crimen organizado ha sentado sus reales en el país. ¿No es esto una barbarie? ¡Y eso que nos declaramos mayoritariamente cristianos, entre católicos y protestantes! Nuestros hechos demuestran lo contrario.
El partido en el poder arrasa con todo, regresando a un poder hegemónico y absolutista de otros tiempos. Como tienen mayoría en el congreso federal y en casi todos los estatales, hacen lo que quieren. Están destruyendo la autonomía del poder judicial y echando a la calle a muchos jueces que, después de tantos años de estudio y trabajo, no salieron positivos en una tómbola de la suerte. Con la falacia de que la mayoría de los votantes les favoreció en diversos cargos, deducen que nuestro pueblo les apoya en todo lo que deciden. ¿No es esto una barbarie?
Aumentan las legislaturas locales que despenalizan el aborto, porque la Suprema Corte de Justicia de la Nación así lo determinó. ¡Quizá está pagando su pecado! Con el argumento de no criminalizar a las mujeres que abortan, porque dicen que pueden hacer con su cuerpo lo que quieran, no toman en cuenta el derecho natural del concebido a la vida. Es un ser humano al que se asesina, aunque tenga unos segundos de haber sido concebido. Es un ser inocente e indefenso, no un criminal que se elimina cruelmente. No es la religión, sino la ciencia misma la que afirma que hay ya vida humana no hasta la doceava semana, sino desde el inicio de la gestación. La mayoría de legisladores son creyentes en Dios, pero no les importa ir contra el quinto mandamiento que ordena no matar, sino que obedecen consignas del partido, y si no se ajustan a ellas, pierden poder e ingresos económicos. Traicionan su fe, venden su conciencia. Vamos al despeñadero moral. ¿No es esto una barbarie?
DISCERNIR
El Dicasterio para la Doctrina de la Fe, en su Declaración sobre la Dignidad Humana, afirma en forma categórica:
“La Iglesia no cesa de recordar que la dignidad de todo ser humano tiene un carácter intrínseco y vale desde el momento de su concepción hasta su muerte natural. Precisamente la afirmación de tal dignidad es el presupuesto irrenunciable para la tutela de una existencia personal y social, y también la condición necesaria para que la fraternidad y la amistad social puedan realizarse en todos los pueblos de la tierra.
Sobre la base de este valor intangible de la vida humana, el magisterio eclesial se ha pronunciado siempre contra el aborto. Al respecto escribe san Juan Pablo II: ‘Entre todos los delitos que el hombre puede cometer contra la vida, el aborto procurado presenta características que lo hacen particularmente grave e ignominioso. Hoy, sin embargo, la percepción de su gravedad se ha ido debilitando progresivamente en la conciencia de muchos. La aceptación del aborto en la mentalidad, en las costumbres y en la misma ley, es señal evidente de una peligrosísima crisis del sentido moral, que es cada vez más incapaz de distinguir entre el bien y el mal, incluso cuando está en juego el derecho fundamental a la vida. Ante una situación tan grave, se requiere más que nunca el valor de mirar de frente a la verdad y de llamar a las cosas por su nombre, sin ceder a compromisos de conveniencia o a la tentación de autoengaño. A este propósito resuena categórico el reproche del Profeta: “¡Ay de los que llaman al mal bien, y al bien mal!; que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad” (Is 5, 20). Precisamente en el caso del aborto se percibe la difusión de una terminología ambigua, como la de “interrupción del embarazo”, que tiende a ocultar su verdadera naturaleza y a atenuar su gravedad en la opinión pública. Quizás este mismo fenómeno lingüístico sea síntoma de un malestar de las conciencias. Pero ninguna palabra puede cambiar la realidad de las cosas: el aborto procurado es la eliminación deliberada y directa, como quiera que se realice, de un ser humano en la fase inicial de su existencia, que va de la concepción al nacimiento’.
Los niños que van a nacer son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana en orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo.
Se deberá, por tanto, afirmar con total fuerza y claridad, también en nuestro tiempo, que esta defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano. Supone la convicción de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cada etapa de su desarrollo. Es un fin en sí mismo y nunca un medio para resolver otras dificultades. Si esta convicción cae, no quedan fundamentos sólidos y permanentes para defender los derechos humanos, que siempre estarían sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno. La sola razón es suficiente para reconocer el valor inviolable de cualquier vida humana, pero si además la miramos desde la fe, toda violación de la dignidad personal del ser humano grita venganza delante de Dios y se configura como ofensa al Creador del hombre. Merece mencionarse aquí el compromiso generoso y valiente de santa Teresa de Calcuta en defensa de todo concebido” (No. 47).
ACTUAR
Defendamos la vida humana del recién concebido, aunque los poderes de este mundo perverso impongan leyes en sentido contrario. El sentido humano, la ciencia y la fe cristiana nos invitan a defender el derecho a la vida humana en cualquiera de sus etapas.