El cardenal Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), ofrece a los lectores de Exaudi su artículo semanal titulado “Bendiciones en casos especiales”.
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MIRAR
Gran revuelo ha causado la Declaración Fiducia supplicans del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, aprobada por el Papa Francisco, sobre la posibilidad de impartir una bendición a personas en situaciones llamadas irregulares (porque no viven según la regla católica inspirada en la Biblia). Son quienes viven en unión libre sin sacramento del matrimonio, los divorciados vueltos a casar y, en particular, las parejas del mismo sexo que conviven maritalmente. Se explican las razones para estas bendiciones y las condiciones para darla. ¡No sé por qué tanto ruido, si eso se ha hecho muchas veces!
Tengo unos sobrinos que se casaron por la Iglesia (yo presidí su boda), pero luego se separaron de su pareja y ahora viven con otra mujer. Con frecuencia me piden una bendición y nunca he tenido problema de conciencia para concedérsela. No están pidiendo una convalidación de su nueva unión, no les doy la comunión sacramental, sino que sólo les encomiendo a Dios para que les libre del mal y les vaya bien. Ellos y todas las personas saben que no estamos celebrando un nuevo sacramento matrimonial, sino pidiendo a Dios que les conceda su favor. ¡Esto lo he hecho siempre! Nunca les niego el bautismo de sus hijos. Aún más, al final de ese sacramento, como está indicado en el Ritual del Bautismo de Niños, con la fórmula litúrgica que indica el mismo ceremonial de la Iglesia desde hace muchos años, doy la bendición a la mamá, al papá y a los presentes. Esta bendición litúrgica no es equivalente al sacramento del matrimonio, y todos están conscientes de ello. Lo mismo hacemos con personas que viven en unión libre. Si es posible, les exhortamos a que formalicen sacramentalmente su unión, pero nadie entiende que, por bautizar a sus hijos y dar la bendición a sus padres, eso sea equivalente al sacramento matrimonial.
La cosa se complica con parejas del mismo sexo que conviven maritalmente. La Declaración del Dicasterio es muy clara cuando afirma en varias ocasiones que bendecirles no es un sacramento, no es una aprobación de su situación, no es bendecir el pecado en que jurídicamente están, sino sólo una súplica hecha en forma espontánea, no litúrgica, para que Dios les ayude, les libre del mal y les acompañe. Esto a nadie se puede negar. Aunque no es equiparable el caso, bendecimos a borrachitos, a drogadictos, incluso a narcos, y no por ello aprobamos su vida. Bendecimos animalitos, casas, vehículos, comercios, etc., y las personas valen mucho más. Hace tiempo, pidieron a un sacerdote que bendijera un local comercial; lo hizo sin problema; pero luego se enteró de que era un prostíbulo… ¿Se puede borrar la bendición? No se bendice la práctica de la prostitución; ojalá que la bendición ayude a quienes viven de ello a que se arrepientan y cambien de vida.
Un sacerdote muy amigo tiene un sobrino nieto que vive en Francia. Hace poco vino a visitar a sus padres y a la familia, pero es gay y trajo a su pareja, de la misma tendencia, con quien convive. Aunque la familia y el sacerdote no aprueban esa unión, no lo pueden rechazar, pues es su hijo o sobrino. Cuando regresó a Francia, le pidieron a Dios que le vaya bien. Esto no es legitimar esa unión, sino sólo suplicar la misericordia de Dios.
DISCERNIR
Comparto algunas frases del documento citado, ratificadas en una posterior nota de prensa: “La presente Declaración se mantiene firme en la doctrina tradicional de la Iglesia sobre el matrimonio, no permitiendo ningún tipo de rito litúrgico o bendición similar a un rito litúrgico que pueda causar confusión. Y es precisamente en este contexto en el que se puede entender la posibilidad de bendecir a las parejas en situaciones irregulares y a las parejas del mismo sexo, sin convalidar oficialmente su status ni alterar en modo alguno la enseñanza perenne de la Iglesia sobre el Matrimonio” (Presentación).
“Son inadmisibles ritos y oraciones que puedan crear confusión entre lo que es constitutivo del matrimonio, como «unión exclusiva, estable e indisoluble entre un varón y una mujer, naturalmente abierta a engendrar hijos», y lo que lo contradice. Esta convicción está fundada sobre la perenne doctrina católica del matrimonio. Solo en este contexto las relaciones sexuales encuentran su sentido natural, adecuado y plenamente humano. La doctrina de la Iglesia sobre este punto se mantiene firme” (4).
“Dado que la Iglesia siempre ha considerado moralmente lícitas sólo las relaciones sexuales que se viven dentro del matrimonio, no tiene potestad para conferir su bendición litúrgica cuando ésta, de alguna manera, puede ofrecer una forma de legitimidad moral a una unión que presume de ser un matrimonio o a una práctica sexual extramatrimonial” (11).
“En su misterio de amor, a través de Cristo, Dios comunica a su Iglesia el poder de bendecir. Concedida por Dios al ser humano y otorgada por estos al prójimo, la bendición se transforma en inclusión, solidaridad y pacificación. Es un mensaje positivo de consuelo, atención y aliento. La bendición expresa el abrazo misericordioso de Dios y la maternidad de la Iglesia que invita al fiel a tener los mismos sentimientos de Dios hacia sus propios hermanos y hermanas” (19).
“Quien pide una bendición se muestra necesitado de la presencia salvífica de Dios en su historia, y quien pide una bendición a la Iglesia reconoce a esta última como sacramento de la salvación que Dios ofrece. Buscar la bendición en la Iglesia es admitir que la vida eclesial brota de las entrañas de la misericordia de Dios y nos ayuda a seguir adelante, a vivir mejor, a responder a la voluntad del Señor” (20).
“Es Dios que bendice... Nosotros para Dios somos más importantes que todos los pecados que nosotros podamos hacer, porque Él es padre, es madre, es amor puro, Él nos ha bendecido para siempre. Y no dejará nunca de bendecirnos” (27).
ACTUAR
Tengamos un corazón como el de Dios. Nos bendice siempre, pues somos sus hijos, aunque no aprueba ni bendice nuestros pecados. Jesús es cercano y misericordioso con los pecadores, pero siempre nos invita a convertirnos, a dejar de pecar, para vivir como hijas e hijos del Padre Dios. El evangelista Marcos dice que la primera predicación de Jesús es: “Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). Que el Espíritu Santo y la Virgen María nos ayuden.