El cardenal Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), ofrece a los lectores de Exaudi su artículo semanal titulado “A pesar de todo, somos hermanos”
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MIRAR
Desde la más alta tribuna cívica del país, a diario por las mañanas escuchamos vituperios, epítetos ofensivos, descalificaciones, culpar a otros de los males presentes. Y el mal ejemplo cunde. Es difícil contagiar a otros de bondad, de amor a la verdad y a la justicia, pero escuchar diariamente tantas ofensas a los que piensan y actúan en forma diversa, en boca de quien tiene un alto puesto en el país, contradice los anhelos de construir la paz y la fraternidad. Eso de abrazos y no balazos era sólo una estrategia para no responder a la violencia con más violencia hacia los grupos criminales y narcotraficantes, pero a esos no se les puede controlar sólo con palabras bonitas, sino que el derecho del pueblo a la paz exige medios que sean eficaces para controlarlos y defender los derechos de la comunidad. También ellos son hermanos, pero no nos tratan como tales y no se les pueden dejar libres las manos para seguirnos dañando tanto.
A diario hay bloqueos de calles y carreteras por grupos que exigen justicia y atención a sus demandas, la mayoría de las veces justas y verídicas, que deberían ser atendidas oportunamente por las autoridades correspondientes. Sin embargo, los manifestantes no toman en cuenta los derechos de las demás ciudadanos; sólo piensan en sí mismos. En algunas peregrinaciones que hacíamos en Chiapas por las calles de la ciudad, que a veces parecían sólo manifestaciones de fondo social, nunca se hacía daño a comercios y edificios, no se hacían pintas, no se bloqueaban calles y carreteras por horas y horas. Somos hermanos y hay que tomar en cuenta aquello de Jesús: no hagas a los otros lo que no quieras que te hagan a ti, y más en sentido afirmativo: trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti.
Durante mucho tiempo, considerábamos “hermanos separados” a los practicantes de otras religiones diferentes a la nuestra, pero nos veíamos casi como enemigos, luchando unos contra otros. La Palabra de Dios nos ha ido educando en la fraternidad. Estando en Chiapas, instituimos desde 1992 el Consejo Interreligioso, entre obispos y líderes de varias confesiones cristianas. Aprendimos a amarnos como hermanos, a respetarnos y apreciarnos de corazón. Juntos emprendíamos acciones en favor de la paz social, de la reconciliación entre comunidades enfrentadas, de la familia, la juventud y la ecología. En días pasados, me visitó una pariente que es Testiga de Jehová; al principio se sentía medio cohibida, pero convivimos gozosamente nuestro parentesco; a la hora de tomar los alimentos, le pedí que dirigiera la oración y lo hizo con mucha fe y respeto.
DISCERNIR
El Papa Francisco, en un un mensaje que envió a un encuentro mundial sobre fraternidad humana, que se realizó en la Plaza de San Pedro y en el que no pudo participar por su operación quirúgica reciente, expresó:
“El cielo bajo el que estamos nos invita a caminar juntos sobre la tierra, a redescubrirnos hermanos y a creer en la fraternidad como dinámica fundamental de nuestro peregrinaje.
Quien ve a un hermano ve en el otro un rostro, no un número: es siempre ‘alguien’ que tiene una dignidad y merece respeto, no ‘algo’ que se puede usar, explotar o descartar. En nuestro mundo, desgarrado por la violencia y por la guerra, no son suficientes los retoques y los ajustes: sólo una gran alianza espiritual y social que nazca de los corazones y gire alrededor de la fraternidad puede volver a poner en el centro de las relaciones la sacralidad y la inviolabilidad de la dignidad humana.
Por esto la fraternidad no tiene necesidad de teorías, sino de gestos concretos y de opciones compartidas que la hagan cultura de paz. La pregunta que debemos hacernos no es por tanto qué pueden darme la sociedad o el mundo, sino qué puedo dar yo a mis hermanos y a mis hermanas. Volviendo a casa, pensemos qué gesto concreto de fraternidad podemos realizar: reconciliarnos con la familia, con los amigos o con los vecinos, rezar por quien nos ha hecho daño, reconocer y ayudar a quien está en necesidad, llevar una palabra de paz a la escuela, a la universidad o a la vida social, ungir con nuestra cercanía a alguien que se sienta solo.
Sintámonos llamados a aplicar el bálsamo de la ternura dentro de las relaciones que se han desgastado, tanto entre las personas como entre los pueblos. El sentimiento de fraternidad que nos une es más fuerte que el odio y la violencia. Es de aquí de donde partimos y volvemos a empezar, desde el significado de ‘sentirse juntos’, chispa que puede encender de nuevo la luz para detener la noche de los conflictos.
Creer que el otro sea un hermano, decirle al otro ‘hermano’ no es una palabra vacía, sino lo más concreto que cada uno de nosotros puede hacer. Significa, de hecho, emanciparse de la pobreza de creer que estamos en el mundo como hijos únicos. Significa, al mismo tiempo, optar por superar la lógica de los socios, que están juntos sólo por el interés; sabiendo también ir más allá de los límites de los vínculos de sangre o étnicos, que reconocen sólo lo que les es semejante, pero rechazan lo diverso.
Quisiera despedirme dejándoles una imagen, la del abrazo. Les pido que custodien en el corazón y en la memoria el deseo de abrazar a las mujeres y a los hombres de todo el mundo para construir juntos una cultura de paz. La paz, efectivamente, tiene necesidad de fraternidad y la fraternidad tiene necesidad de encuentro” (10-VI-2023).
ACTUAR
Vivamos de corazón la diaria fraternidad con quienes convivimos y no nos dejemos contaminar por quienes promueven lo contrario.