11 abril, 2025

Síguenos en

Boda, vino y amor: Reflexión de Mons. Enrique Díaz

Jesús quiere acompañar a los nuevos esposos para que nunca les falte el vino del amor

Boda, vino y amor: Reflexión de Mons. Enrique Díaz
Bodas de Caná © Canva

Monseñor Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio del próximo 16 de enero de 2022, titulado “Boda, vino y amor”.

***

Isaías 62, 1-5: “Como el esposo se alegra con la esposa”

Salmo 95: “Cantemos la grandeza del Señor”

I Corintios 12, 4-11: “Un solo y el mismo Espíritu distribuye sus dones según su voluntad”

San Juan 2, 1-11: “El primer signo de Jesús, en Caná de Galilea”

San Juan nos narra milagros y acontecimientos, pero no se detiene tanto en el milagro, sino que los presenta como signos de realidades más importantes. Y así, al escuchar este pasaje de las bodas de Caná no nos podemos quedar con la conciencia tranquila pensando sólo que Jesús quiere acompañar a los nuevos esposos para que nunca les falte el vino del amor, aunque eso sería ya un gran pensamiento y un gran reto para la vida matrimonial. A Jesús le gusta comparar la vida con un banquete y San Juan inicia presentándonos a Jesús, su madre y sus discípulos en una boda. Es un signo fundamental que explica en lo cotidiano la presencia del Reino en medio de la historia. Las fiestas de nuestros pueblos, esas fiestas sin etiquetas ni exclusivismos son la mejor imagen y señal de esa otra “fiesta” y “banquete” al que estamos llamados a participar todos.

Ahí, en el anonimato aparente, como uno más del pueblo, participa Jesús con su madre y sus discípulos. Pero en lo mejor de la fiesta, se termina el vino y nadie parece darse cuenta. ¿Cómo es posible que lo indispensable de una convivencia termine antes que la fiesta? Y sin embargo sucede. Quizás San Juan nos esté diciendo que en el pueblo de Israel y en nuestro mundo falta lo más importante, lo descuidamos y no hacemos caso de ello. También en nuestros días, escasea el vino de la comprensión, del amor y de la ayuda mutua. También en nuestras familias se ha perdido muchas veces lo esencial de la comunicación, del diálogo y del amor. Nos olvidamos que estamos llamados a participar en un banquete en compañía de todos y nos dejamos ilusionar por un sistema que nos obliga a la competencia feroz y a la lucha egoísta, privándonos de lo más importante que es el amor y la fraternidad entre todos.

Esto ya es importante, pero San Juan quiere resaltar en este “milagro” de las bodas de Caná que Jesús es el auténtico vino nuevo, el vino del Reino, el vino de la Nueva Alianza, en contraposición al vino rancio de la Alianza Antigua. En este primer signo Jesús deja claro que él es el comienzo de un tiempo nuevo y que alcanzará su momento final cuando, en el Calvario, sea derramada su sangre, sangre de una nueva y eterna Alianza. La sangre de Cristo tiene, ante el Padre, un valor infinito, infinitamente superior a la sangre de los toros y machos cabríos que se derramaba en los sacrificios de la Antigua Alianza. Sí, Jesús es el vino nuevo, el vino del Reino, el vino de una nueva y eterna Alianza. En el ambiente de boda, de novia, de fiestas, Jesús aparece como el vino prometido durante siglos. Y con eso mostró Jesús su gloria, su identidad, y los discípulos creyeron, no creyeron por el milagro, sino por el signo. Y si ya el amor humano y la comprensión nos parecían indispensables, Jesús, el vino nuevo, es insustituible en la vida de un creyente y en la vida de toda la humanidad: es el que da un verdadero sentido a la vida. Y ojalá nosotros también como los discípulos creyéramos en Él.

Hay otro signo: la novia. Con la ayuda de Isaías, descubrimos que el amor de los novios puede ser no solamente de una pareja que inicia una nueva vida, sino del loco amor con el que Dios se deshace en desvelos y cuidados por su pueblo y que el pueblo no es capaz de corresponder. Abandonada, Desolada, con estos nombres llama Isaías a la Tierra prometida y malograda por los hombres. Tan grande ha sido la infidelidad del pueblo amado, que esa situación calamitosa viene a dar nombre propio a la tierra de Israel: Abandonada… Desolada. Era el estado doloroso del pueblo después de haberse olvidado de Dios. Momentos de angustia, momentos de tristeza infinita.

Los hombres se alejan por el pecado de su Creador, y al estar lejos se sumergen en un mar de lágrimas, en un mundo oscuro y gris. Una historia de amor, donde falla la novia. Es la historia de un pueblo, pero también la historia personal. Sin embargo, ahora con la presencia de Jesús, “el Novio”, todo adquiere nuevo sentido. Amor de juventud, primer amor, eso es el amor divino por su pueblo, según dice Isaías: “Como un joven se desposa con su novia…». El despertar de los sentidos al amor, ese sentimiento tan hondo, tan humano y tan divino. Las palabras quedan inexpresivas para describir el amor, son un torpe balbuceo que trata inútilmente de expresarse. Es una realidad que sólo cuando se siente, se comprende. Pues eso y mucho más es la realidad del amor de Dios por su pueblo. Y Jesús en las bodas de Caná viene a recordárnoslo: Dios vive loco de amor por su pueblo, tiene un vino nuevo, una nueva Alianza.

Son muchos los símbolos que en este pasaje nos ofrece San Juan. Contemplemos este primer milagro de Jesús con asombro y preguntémonos si a nosotros no se nos ha escapado la alegría y el sentido de la vida; si no estamos perdiendo la capacidad de compartir.  También nosotros necesitaremos llenar nuestras vasijas agrietadas del agua de nuestro esfuerzo y de nuestra fe, para que Jesús los transforme en vino de alegría, de vida y de generosidad. Contemplemos el loco amor de Dios por su pueblo y descubramos a Jesús como el “Novio”, como el vino de amor, que da plenitud y alegría a nuestra fiesta.  Escuchemos a María que nos dice: “Hagan todo lo que Él les diga”. Padre Dios, que has simbolizado tu amor a todos los hombres en el banquete del Reino y en el amor conyugal, abre nuestros ojos y nuestro corazón, para que descubramos y vivamos tu amor en plenitud. Amén

Enrique Díaz

Nació en Huandacareo, Michoacán, México, en 1952. Realizó sus estudios de Filosofía y Teología en el Seminario de Morelia. Ordenado diácono el 22 de mayo de 1977, y presbítero el 23 de octubre del mismo año. Obtuvo la Licenciatura en Sagrada Escritura en el Pontificio Instituto Bíblico en Roma. Ha desarrollado múltiples encargos pastorales como el de capellán de la rectoría de las Tres Aves Marías; responsable de la Pastoral Bíblica Diocesana y director de la Escuela Bíblica en Morelia; maestro de Biblia en el Seminario Conciliar de Morelia, párroco de la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, Col. Guadalupe, Morelia; o vicario episcopal para la Zona de Nuestra Señora de la Luz, Pátzcuaro. Ordenado obispo auxiliar de san Cristóbal de las Casas en 2003. En la Conferencia Episcopal formó parte de las Comisiones de Biblia, Diaconado y Ministerios Laicales. Fue responsable de las Dimensiones de Ministerios Laicales, de Educación y Cultura. Ha participado en encuentros latinoamericanos y mundiales sobre el Diaconado Permanente. Actualmente es el responsable de la Dimensión de Pastoral de la Cultura. Participó como Miembro del Sínodo de Obispos sobre la Palabra de Dios en la Vida y Misión de la Iglesia en Roma, en 2008. Recibió el nombramiento de obispo coadjutor de San Cristóbal de las Casas en 2014. Nombrado II obispo de Irapuato el día 11 de marzo, tomó posesión el 19 de Mayo. Colabora en varias revistas y publicaciones sobre todo con la reflexión diaria y dominical tanto en audio como escrita.