La doctora María Elisabeth de los Ríos Uriarte, profesora e investigadora de la Facultad de Bioética de la Universidad Anáhuac de México, ofrece a los lectores de Exaudi su artículo titulado “Bioética Global y fraternidad universal” donde explica cuál ha sido para ella la mayor constante que se ha mantenido en todo este tiempo de pandemia e incertidumbre.
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Quizá la mayor constante que se ha mantenido en todo este tiempo de pandemia e incertidumbre es que las acciones de unos repercuten en otros, tanto para bien como para mal. La interconexión de realidades que el Papa Francisco preconizó en 2015 en su encíclica ‘Laudato Sí’, hoy cobra vigencia plena.
Llama la atención que este sea también el postulado inicial con el que surge la Bioética en el escenario mundial con el oncólogo Holandés Van Ranssaler Potter escribe su artículo “Bioethics: the Science of survival” en 1970 y, un año más tarde, en 1971 su libro “Bioethics: a bridge to the future” en donde la preocupación central era sobre las repercusiones que la actividad humana tendría sobre el planeta y sus efectos a largo plazo y en las generaciones futuras.
Desde entonces, el entendimiento del mundo como un lugar común y un espacio compartido en donde las interacciones entre las distintas realidades son tan estrechas que pueden acabarlo o edificarlo ha situado a la Bioética como un puente entre el pasado y el presente, entre el ser humano y la naturaleza y entre los seres humanos en diferentes países.
Así, la Bioética global parte del entendimiento del mundo como una esfera en donde todas las realidades están interconectadas y dependen unas de otras de tal manera que los problemas que surgen en un contexto y espacio determinado repercuten en el espacio global y afectan a todos los seres humanos.
De esta manera, los problemas no son específicos de un país sino de todos: el mundo somos todos. En este sentido y de igual modo, la invitación del Papa a mirar el mundo y dejarse interpelar por él en y desde las fronteras es un mensaje actual y urgente.
Acontecimientos recientes como los procesos de vacunación y sus ritmos rápidos y eficaces en algunos países y raquíticos en otros representa una realidad doliente que levanta cuestionamientos profundos sobre la inequidad en el uso y disfrute de los recursos del mundo que son de todos y para todos.
Una nueva noción y, diría, un nuevo paradigma, valiente y atrevido, ha tomado fuerza en las conversaciones y en las acciones tanto de individuos como de comunidades: fraternidad universal.
Si bien es cierto que el Papa Francisco no aporta un concepto novedoso en su encíclica Fratelli Tutti, lo que sí resulta creativo es, por un lado el tiempo en que se propone pensar en términos de fraternidad y, por el otro lado, el sentido y alcance de esta palabra.
Pareciera que la pandemia fuera el tiempo propicio para hablar de la importancia de reconocernos hermanos y de las acciones que, por naturaleza, se desprenderían de esto, sin embargo, el miedo al otro es más presente ahora que antes, su cercanía y proximidad representan un riesgo inconmensurable y el coronavirus nos ha hecho creer que el contacto humano es la peor desgracia. Es por ello que el tiempo en que se propone regresar a la fraternidad es una apuesta tan valiente porque la invitación no es a la osadía frente al virus ni a una exposición descuidada sino a encontrar modos, canales y espacios de cercanía de los unos con los otros. Lo que importa entonces es la invitación a no quedar paralizados por el miedo sino a salir a buscar modos de encuentro personal que nos hagan prójimos del otro. Transformar el miedo al otro en creación de novedad en las formas de relación humanas.
Por el otro lado, la fraternidad a la que nos invita el Papa no es la que viene del “fuera” de las relaciones humanas sino la que hunde sus raíces hasta las profundidades de éstas, es decir, la que parte de la base fundamental de reconocer un mismo origen que es, a la par, un mismo padre que nos da la condición de hijos y que, por ende, quedamos hermanados unos con otros.
La fraternidad universal no se da por el mero cumplimiento del deber y por ende, no puede quedar reducida a un corpus legislativo ni a la incorporación de un artículo en el derecho internacional; tampoco se llega a experimentarla por obligación sino, por el contrario, por la gratuidad del amor que otorga, en primer lugar, Nuestro Padre y que nos lleva, en segundo lugar, al auténtico reconocimiento de la dignidad humana como piedra angular de las relaciones entre personas y de las leyes que las regulan. La lógica entonces no es ser hermanos porque debemos serlo sino ser hermanos porque nos sentimos, vivimos y nos reconocemos como tal.
Es por esto que el nuevo principio de la fraternidad aporta a la Bioética Global y la hace más real y más plena. Antecede incluso a la justicia y a la solidaridad, se no sólo a un mismo compartir la casa común sino a, porque estamos en ella y la habitamos, la cuidamos y la preservamos. Lo anterior significa entonces que la hermandad se extiende a toda la creación y a todas las creaturas para expresar un día, como San Francisco: “Hermano Sol, hermana Luna”
Así es como la preocupación inicial de la Bioética global sobre el futuro del planeta y las generaciones venideras se complementa con la visión reconocernos mutuamente y de asimilar nuestra responsabilidad de cuidar y cuidarnos los unos a los otros.
El gran reto que se nos presenta es incorporar este principio de fraternidad a las prácticas cotidianas y a las acciones globales como la vacunación para que pueda tener fuerza verdadera y alcanzar a todos y a todos hasta los últimos confines de la Tierra.