Beato Modestino De Jesus Y De Maria (Domenico Mazzarella), 24 de julio

El 29 de enero de 1995 Juan Pablo II beatificó a este humilde religioso franciscano. Nació en Frattamaggiore (Nápoles) el 5 de septiembre de 1802, en el seno de una familia de artesanos; su padre era cordelero y su madre tejedora de cáñamo. Fue el benjamín de seis hermanos. Sus padres no tenían muchos recursos económicos, pero le legaron su fe: el tesoro más grande que poseían. Le pusieron por nombre Domingo. Hacia los 5 años quedó impactado al ver la procesión de los santos Sossio y Severino que eran trasladados desde su sede habitual, el monasterio napolitano benedictino, a la Iglesia patronal. Desde entonces Domingo se implicó más en la parroquia, de la que fue monaguillo. Frecuentaba la escuela parroquial de San Sossio y solía visitar la imagen de la Virgen del Buen Consejo, siendo fiel a la devoción que heredó de su madre Teresa. Era un muchacho sensible e inclinado a la vida religiosa, por eso al recibir el sacramento de la Confirmación el párroco le propuso ingresar en el Seminario de Aversa.

Como no podían costearle los estudios, a los 16 años fue acogido gratuitamente por mediación del obispo, Mons. Agostino Tomáis, que le amparaba. A la trágica y prematura muerte de éste, regresó al domicilio familiar y siguió estudiando hasta que en 1822 tomó contacto con los franciscanos del convento de Grumo Alcantarini Nevano y en noviembre de ese año se unió a ellos. Dos franciscanos habían influido en su decisión, uno de ellos fue fray Modestino de Jesús y María de Ischia. Pero este fraile murió unos meses antes de profesar Domingo y en honor a él, cuando llegó el momento en 1824, adoptó el nombre de Modestino. Fue ordenado sacerdote tres años más tarde y celebró su primera misa en Grumo Nevano. A partir de entonces, inició una infatigable acción apostólica en distintos lugares: Marcianise, Portici, Mirabella Eclano, Pignataro Maggiore de Nápoles y luego a Santa Lucia al Monte. Aunque el destino que marcó su quehacer fue el convento de Santa Maria Della Sanità, situada en el popular barrio de la Salud donde llegó en 1839.


Tenía facilidad para transmitir el Evangelio a las gentes sencillas porque difundía la Palabra de Dios con un lenguaje claro y accesible. Junto a la predicación, destinaba gran parte de su tiempo a la confesión. Durante horas atendía a los prisioneros, a los enfermos y a los que se hallaban ingresados en hospitales de los suburbios. A todos les infundía la devoción que había recibido de su madre por Nuestra Señora del Buen Consejo. Fue un gran defensor de la vida; alentó a las mujeres a seguir adelante con su maternidad sin frustrar el embarazo. También se ocupó de que la juventud abandonada pudiera contar con un lugar digno para sus reuniones. Con las limosnas que le daban personas pudientes, socorría a los pobres. Por sus rasgos de piedad y la ternura de su trato, las gentes espontáneamente le denominaban «Gesùcristiello» (como un pequeño Jesucristo). El papa Pío IX, con el que mantenía gran amistad, le llamaba «loco de la Santísima Virgen». La notoriedad de fray Modestino no se redujo al ámbito local en el que realizaba su acción apostólica, aunque fuese amplio. Notables personalidades recabaron su presencia para recibir sus valiosos consejos. No ocultaban su admiración por él, entre otros, el arzobispo de Nápoles, el cardenal Sisto Riario Sforza, y el rey Fernando II de Borbón. Cuando se desató la epidemia de cólera en Nápoles, el beato se apresuró a prestar ayuda y consuelo a los numerosos afectados. No tuvo en cuenta el grave riesgo de contagio que corría y debilitado por el ayuno fue presa fácil de la enfermedad. De modo que el 24 de julio de 1854, después de haber suplicado que le perdonasen, volvió sus ojos a la Madre del Buen Consejo, y entregó su alma a Dios. Esta noticia llenó de estupor a las gentes de Nápoles que hasta el último momento habían esperado que todo fuese un error. El príncipe de San Agapito, alcalde de la ciudad, exclamó: «Hemos perdido el consuelo de Nápoles». Una ingente multitud despidió a fray Modestino, sin poder contener las lágrimas, mientras las fuerzas del orden público se ocupaban de poner cordura en quienes se afanaban por obtener una reliquia aunque fuera desmantelando su confesionario.

santoral Isabel Orellana© Isabel Orellana Vilches, 2018
Autora vinculada a

Obra protegida por derechos de autor.
Inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual el 24 de noviembre de 2014.
________________
Derechos de edición reservados:
Fundación Fernando Rielo
Goya 20, 4.º izq. int. 28001 Madrid
Tlf.: (34) 91 575 40 91
Correo electrónico: [email protected]
Depósito legal: M-18664-2020
ISBN: 978-84-946646-6-3

Compra el santoral aquí.