Autoridad y buen humor
Cómo ejercer la autoridad con serenidad y empatía para fomentar el crecimiento personal y social

La autoridad ante acciones o conductas equivocadas corrige, sanciona y castiga lo que es inherente a su ejercicio. Sin embargo, ¿por qué un padre, un docente y otro portador de autoridad enfurece cuando ejerce su responsabilidad de corregir? No defiendo la impasibilidad ni la impecabilidad. Con todo, dicha interrogante podría reformularse: ¿es condición natural encolerizarse al ejercer la autoridad? Quizá no natural que sí frecuente, porque toda regla tiene sus excepciones. Al margen del temperamento, la gravedad del acto y de su repetición – que tiene lo suyo –¿a qué se debe esa desaforada reacción? ¿A la textura de una percepción por la que se valora como categórico y determinante, un acto o comportamiento al punto de que no se tiene más remedio que responder con cólera?. ¿Al punto de que tanto la acción como el comportamiento equivocado externado por un niño o joven va a encuadrar y a determinar el curso de su vida? Precisamente, el camino hacia la madurez no es muelle, está sembrado – espaciadamente, habría que decir – de tropiezos, malas decisiones, de experimentar las consecuencias de la dinámica ensayo- error. Ante la novedad de un mundo en estreno al que se tiene que adoptar y adaptarse; el descubrimiento no siempre pacífico, en proceso de ser contrastados – en lo cotidiano y en las relaciones personales – de las fortalezas y debilidades, es bastante probable que por ignorancia o a posta, yerren y se rebelen ante las indicaciones o llamadas de atención.
El proceso de maduración personal y social es señal palmaria de que toca a la autoridad paterna y escolar educar, formar, corregir y sancionar cuando la situación lo amerite. Pero, tiene que hacerse con buen humor, que es el efecto de relativizar y comprender que esos actos forman parte del crecimiento y mejora personal. El buen humor no alienta la omisión ni la renuncia a ejercer la autoridad. Poner ‘rectas’ las cosas es sinónimo de trago amargo para quien endereza y para quien debe ser enderezado.
El propósito del ejercicio de la autoridad no es punir, es mejorar y sostener. De aquí la importancia de conocer lo bueno y el bien a alcanzar de quien se pretende acrecentar. La autoridad se ejerce para que el niño cumpla con su horario de estudio por lo bueno para que sea laborioso. El bien buscado tiene que privilegiarse sobre lo que le disgusta a quien porta la autoridad dado que una determinada acción no se ajusta con sus patrones o apetencias. Ese desajuste suele desatar el chubasco de la cólera, el cual no cosecha frutos maduros.
El buen humor ayuda a pensar de modo racional. Pensar de ese modo favorece la esperanza –ver luz al final del túnel – si uno se mantiene firme y de buen talante en el bien detectado, el niño o el joven terminarán haciéndolo suyo como parte de su patrimonio personal. El buen humor relativiza, no minimiza los errores y anima a la autoridad a conocer lo bueno y el bien del niño o del joven para que, con certeza, le ofrezca los medios para su mejora personal.
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