Esta mañana, miércoles, 17 de agosto de 2022, ha tenido lugar la audiencia general del Santo Padre a las 9.00 horas en el Aula Pablo VI.
En el discurso del Papa, continuando la catequesis sobre la vejez, centró la meditación sobre el tema: El «Anciano de Días». La vejez tranquiliza sobre el destino a vida que ya no muere. (Lectura: Dn 7, 9-10). Después de resumir su catequesis en diferentes idiomas, el Santo Padre se dirigió expresiones particulares de saludo a los fieles presentes. La Audiencia General concluyó con el rezo del Pater Noster y la Bendición Apostólica.
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Discurso del Papa Francisco
Las palabras del sueño de Daniel, que hemos escuchado, evocan una visión de Dios tan misteriosa como brillante. Se retoma al principio del libro del Apocalipsis y se refiere a Jesús resucitado, que se presenta al vidente como Mesías, Sacerdote y Rey, eterno, omnisciente e inmutable (1.12-15). Pone su mano en el hombro del Vidente y le tranquiliza: «¡No temas! Yo soy el Primero y el Último, y el Viviente. Estaba muerto, pero ahora vivo para siempre» (vv. 17-18). Así desaparece la última barrera de miedo y angustia que siempre ha suscitado la teofanía: el Viviente nos tranquiliza, nos da seguridad. También él está muerto, pero ahora ocupa el lugar que le está destinado: el del Primero y el Último.
En este entretejido de símbolos -hay tantos símbolos aquí- hay un aspecto que quizá nos ayude a entender mejor la conexión de esta teofanía, esta aparición de Dios, con el ciclo de la vida, el tiempo de la historia, el señorío de Dios sobre el mundo creado. Y este aspecto tiene que ver precisamente con la vejez. ¿Qué tiene que ver? Veamos.
La visión transmite una impresión de vigor y fuerza, nobleza, belleza y encanto. El vestido, los ojos, la voz, los pies, todo es espléndido en esa visión: ¡es la visión! Su pelo, sin embargo, es blanco: como la lana, como la nieve. Como la de un anciano. El término bíblico más común para referirse a un anciano es «zaqen»: de «zaqan», que significa «barba». El cabello blanco como la nieve es el símbolo antiguo de un tiempo muy largo, de un pasado inmemorial, de una existencia eterna. No hay que desmitificar todo con los niños: la imagen de un Dios anciano con el pelo blanco como la nieve no es un símbolo tonto, es una imagen bíblica, es una imagen noble y también una imagen tierna. La figura que se encuentra entre los candelabros de oro en el Apocalipsis se solapa con la del «Anciano de los Días» de la profecía de Daniel. Es tan antiguo como toda la humanidad, pero aún más. Es tan antiguo y tan nuevo como la eternidad de Dios. Porque la eternidad de Dios es así, antigua y nueva, porque Dios siempre nos sorprende con su novedad, siempre viene a nosotros, cada día de manera especial, para ese momento, para nosotros. Siempre se está renovando: Dios es eterno, es para siempre, podemos decir que hay como una vejez en Dios, no es así, pero es eterno, se está renovando.
En las Iglesias orientales, la fiesta del Encuentro con el Señor, que se celebra el 2 de febrero, es una de las doce grandes fiestas del año litúrgico. Destaca el encuentro de Jesús con el anciano Simeón en el Templo, destaca el encuentro de la humanidad, representada por los vigilantes Simeón y Ana, con el pequeño Señor Cristo, el eterno Hijo de Dios hecho hombre. En Roma se puede admirar un bello icono de ella en los mosaicos de Santa María en Trastevere.
La liturgia bizantina reza con Simeón: «Este es el que nació de la Virgen: es el Verbo, Dios de Dios, el que se hizo carne por nosotros y salvó al hombre». Continúa: «Que se abra hoy la puerta del cielo: el Verbo eterno del Padre, habiendo asumido un principio temporal, sin dejar su divinidad, es presentado por su voluntad al templo de la Ley por la Virgen Madre, y el vigilante lo toma en sus brazos». Estas palabras expresan la profesión de fe de los cuatro primeros Concilios Ecuménicos, que son sagrados para todas las Iglesias. Pero el gesto de Simeón es también el icono más bello de la vocación especial de la vejez: mirando a Simeón, miramos el icono más bello de la vejez: presentar a los niños que vienen al mundo como un don ininterrumpido de Dios, sabiendo que uno de ellos es el Hijo engendrado en la misma intimidad de Dios, antes de todos los siglos.
La vejez, en su camino hacia un mundo en el que el amor que Dios puso en la Creación pueda finalmente irradiar sin obstáculos, debe hacer este gesto de Simeón y Ana, antes de despedirse. La vejez debe dar testimonio -esto es para mí el núcleo, lo más central de la vejez-, la vejez debe dar testimonio a los hijos de su bendición: consiste en su iniciación -hermosa y difícil- en el misterio de un destino a la vida que nadie puede aniquilar. Ni siquiera la muerte. Dar testimonio de fe ante un niño es sembrar esta vida; también, dar testimonio de humanidad y de fe es la vocación de los ancianos. Dar a los niños la realidad que han vivido como un testimonio, dar testimonio. Los ancianos estamos llamados a esto, a dar el testimonio, para que ellos lo lleven adelante.
El testimonio de los ancianos es creíble para los niños: los jóvenes y los adultos no pueden hacerlo tan auténtico, tan tierno, tan conmovedor, como pueden hacerlo los ancianos, los abuelos. Cuando el anciano bendice la vida que le llega, dejando de lado todo resentimiento por la vida que se va, es irresistible. No está amargado porque el tiempo pasa y se va: no. Es con esa alegría del buen vino, del vino que se ha hecho bueno con los años. El testimonio de los ancianos une las edades de la vida y las propias dimensiones del tiempo: el pasado, el presente y el futuro, porque no son sólo la memoria, son el presente y también la promesa. Es doloroso -y perjudicial- ver las edades de la vida concebidas como mundos separados y en competencia, cada uno de los cuales trata de vivir a expensas del otro: esto es un error. La humanidad es antigua, muy antigua, si miramos la hora del reloj. Pero el Hijo de Dios, que nació de mujer, es el Primero y el Último de todos los tiempos. Significa que nadie queda fuera de su generación eterna, de su poder maravilloso, de su cercanía amorosa.
El pacto -y digo pacto- el pacto de los viejos y los niños salvará a la familia humana. Donde los niños, donde los jóvenes hablan con los ancianos, hay un futuro; si no existe este diálogo entre viejos y jóvenes, el futuro no está claro. La alianza de ancianos y niños salvará a la familia humana. ¿Podríamos devolver a los niños, que tienen que aprender a nacer, el tierno testimonio de los ancianos que poseen la sabiduría de la muerte? ¿Podrá esta humanidad, que con todos sus progresos nos parece una adolescente nacida ayer, recuperar la gracia de una vejez que encierra el horizonte de nuestro destino? La muerte es ciertamente un pasaje difícil en la vida, para todos nosotros. Todos tenemos que ir allí, pero no es fácil. Pero la muerte es también el paso que cierra el tiempo de la incertidumbre y desconecta el reloj: es difícil, porque ese es el paso de la muerte. Porque la belleza de la vida, que ya no tiene fecha de caducidad, comienza justo en ese momento. Pero comienza con la sabiduría de ese hombre y esa mujer, los ancianos, que son capaces de dar el relevo a los jóvenes. Pensemos en el diálogo, en la alianza de los ancianos y los niños, de los ancianos con los jóvenes, y hagamos que este vínculo no se rompa. Que los ancianos tengan la alegría de hablar, de expresarse con los jóvenes, y que los jóvenes busquen a los ancianos para tomar de ellos la sabiduría de la vida.
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Palabras del Papa en español
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy en la catequesis reflexionamos sobre un sueño profético narrado en el libro de Daniel. Los diversos símbolos nos hacen ver la relación entre la teofanía ―o sea, la manifestación de Dios ―, y el ciclo de la vida. Dios es Señor del tiempo y de la historia. Por un lado, se nos presenta la imagen de un Dios anciano, particularmente cuando se habla de sus cabellos que eran como la lana pura; y, por otro lado, vemos su fuerza y su belleza, representadas en el fuego. Estamos delante del misterio de la eternidad de Dios: conviven en Dios lo antiguo y lo nuevo.
Por eso, el testimonio de los ancianos es un don auténtico, es una verdadera bendición para los niños. La alianza de los mayores con los más pequeños salvará la familia humana. Las etapas de la vida no son mundos separados que compiten entre sí, sino más bien son una alianza que une pasado, presente y futuro, dando a la humanidad fuerza y belleza.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Asunta a los cielos, para que podamos siempre contemplar el misterio de la vida y de la muerte con ojos de eternidad. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
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