Mateo 7, 17-18: “Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el árbol bueno dar frutos malos, ni el árbol malo dar frutos buenos.” Puede parecer pretencioso enmendarle la plana al mismísimo evangelio, pero el misterio de la naturaleza humana no deja de sorprendernos. La cansada historia bimilenaria de la Iglesia parecía haberlo visto todo en su decurso, pero al inicio del tercer milenio ha descubierto, con horror, profundidades nuevas del mal que puede anidar en el corazón humano. Así, lo que hemos vivido en este turbulento inicio de milenio “puede sorprender a los demonios” -parafraseando a Nefarious– y, ¿por qué no?, al mismo Jesús.
Al inicio del nuevo siglo contemplamos con estupor cómo puede Dios hacer surgir un árbol frondoso de raíces podridas. Desde una perspectiva positiva, nos asombra la omnipotencia divina, que de los grandes males puede obtener bienes aún mayores, no permitiendo así que el mal tenga la última palabra en la historia del hombre. Desde una óptica negativa, en cambio, somos testigos clarividentes de la vileza a la que puede llegar el corazón humano, de cómo “la corrupción de lo mejor es lo peor” (san Jerónimo).
Tres personajes, relevantes en la historia reciente de la Iglesia, nos conducen a esta desconcertante conclusión: Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo y del Regnum Christi; Luis Fernando Figari, fundador del Sodalicio de Vida Cristiana y Marko Rupnik, célebre artista, teólogo y director del Centro Aletti. Los tres gozaron de la confianza de san Juan Pablo II, los tres tuvieron “carreras eclesiásticas” deslumbrantes y los tres cayeron en desgracia al salir a la luz su doble vida. En el caso de Maciel y Figari, además, se trata de fundadores de órdenes religiosas y movimientos eclesiales, acusados del que sea quizá el más grave de los delitos, la pederastia. Nunca se había visto eso en la historia de la Iglesia. Por eso causó estupor y por eso tardó tanto en ser reconocido el crimen, pues se suponía en el seno de la Iglesia, de buena fe, que no se trataban sino de calumnias hacia personas de éxito eclesial y humano. Tristemente, además, estos horribles hallazgos abrieron los ojos de la Iglesia y, por desgracia, no son los únicos, pero sí los más notables.
Ahora bien, si pasarán a la historia por su escándalo y el daño irreparable que han causado a la imagen pública de la Iglesia, curiosamente pasarán también por los abundantes frutos de lo que ellos iniciaron. La huella de su vida entonces es ambivalente, como ambivalente es el corazón humano, el misterio del hombre, que nunca acabamos de comprender y ahondar. Los Legionarios de Cristo y el Regnum Christi, fundados por Maciel, siguen siendo una realidad viva y fecunda en el seno de la Iglesia. Lo mismo sucede con el Sodalicio de Vida Cristiana fundado por Figari. Ambos legados siguen sembrando bien espiritual y material en la Iglesia y en la sociedad. Por su parte, la obra teológica y sobre todo artística de Rupnik, sigue adornando algunos de los principales espacios sagrados del catolicismo universal: la capilla Redemptoris Mater, del Vaticano, donde se celebran los retiros espirituales de la curia romana, a los que asiste el Papa, los santuarios de Lourdes, Fátima y san Pío de Pietrelcina, o el Santuario Nacional de san Juan Pablo II, en Washington D.C.
Esperemos que la Iglesia no ceda a la “tentación talibán.” Es decir, que así como los talibanes cañonearon en el 2001, por fidelidad al Corán, a los Budas de Bamiyan, colosales estatuas que habían durado más de 1500 años, de modo análogo ahora no retire la obra de Rupnik porque, independientemente de la vida del autor, es bella y eleva el alma hacia Dios, conduce a la oración. La sabiduría de la Iglesia sabrá preservar la belleza creada por Rupnik, juzgarlo es asunto de Dios. Análogamente, sabrá conservar los legados de Maciel y Figari: Legionarios de Cristo, Regnum Christi y Sodalicio de Vida Cristiana, por el bien que han hecho y hacen tanto a la Iglesia como a la sociedad.
Si bien, en estos tristes casos, no se cumple a la letra la sentencia evangélica, sí en cambio lo que afirma el libro de Job: “Al árbol caído le queda esperanza de volver a retoñar. Tal vez el tronco y las raíces se pudran en la tierra, pero en cuanto sientan el agua volverán a florecer, y echarán ramas, como árbol recién plantado” (Job 14, 7-9). El balance final es de purificación y esperanza. Nos recuerda a todos que tarde o temprano la verdad se abre camino. Nos invita a asomarnos a las profundidades del corazón humano, capaz a un tiempo de grandeza y de miseria.
No deja de ser significativo el hecho de que los ejercicios espirituales de la curia romana tengan lugar en la capilla Redemptoris Mater, obra de Rupnik. No sólo para “escarmentar en cabeza ajena”, viendo cómo las más graves faltas no perdonan ni a los altos dignatarios de la curia, o para ver cómo santos, como Juan Pablo II, pudieron ser engañados por Rupnik, Maciel y Figari; sino para contemplar, asombrados, cómo en la Iglesia y en el corazón humano, la belleza y la miseria pueden ir de la mano.