09 marzo, 2025

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Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad: Reflexión de Mons. Enrique Díaz

La fe nos empuja a un compromiso concreto con los demás

Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad: Reflexión de Mons. Enrique Díaz
Tu Voluntad © Cathopic

Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio del próximo, Domingo, 15 de enero de 2023 titulado:Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.

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Isaías 49, 3.5-6: “Te hago luz de las naciones para que todos vean mi salvación”

Salmo 39: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”

 Corintios 1, 1-3: “A todos ustedes Dios los santificó en Cristo Jesús y son su pueblo santo”

 San Juan 1, 29-34: “Éste es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo”

¡Qué difícil encontrar un testigo que se comprometa por otra persona! Mucho más si al ser testigo se arriesga patrimonio o hasta la propia vida. Quizás por eso nuestro mundo se ha hecho anodino y falto de compromiso. Es más fácil dejarse llevar por vientos favorables que sostenerse y ser fiel a una verdad. El creyente ante todo es testigo del amor de Dios. Un testigo que lleva luz, que se compromete, que se arriesga y que se dona plenamente. Desde muy distintos ángulos, las tres lecturas bíblicas de este domingo se centran en el testimonio. El profeta Isaías nos presenta a Dios dando testimonio sobre su Siervo, a quien presenta como “luz para todas las naciones” y portador de la salvación universal (Is 49, 3-6). Pablo se autoproclama “apóstol de Jesucristo”, testigo, cuando inicia su carta a la ciudad de Corinto; y Juan el Bautista nos ofrece su espléndido testimonio sobre Jesús como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, como el Ungido por el Espíritu Santo y como el Hijo de Dios. ¿Ser testigo es solamente decir unas cuantas palabras sobre alguien? No, va mucho más allá y quizás en eso estemos fallando nosotros los cristianos: somos bautizados, estamos en algunas celebraciones, llevamos un nombre cristiano, pero no somos testigos de Jesús.

El sentido bíblico del testigo no se queda en palabras de presentación o reconocimiento, comporta vivir una experiencia de encuentro con Dios, transformar la propia vida y después, solamente después, transmitir esa experiencia, más con la vida que con las palabras. La fe en Jesucristo se inserta en el corazón y nos empuja a un compromiso concreto con los demás.

Cuando Juan nos presenta a Jesús y da su testimonio sobre “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, no solamente nos ofrece una bella y profunda declaración. Es el reconocimiento de Cristo en una de sus más profundas y fuertes presentaciones. Desde la liberación del pueblo israelita de la esclavitud de Egipto, el Cordero se convierte en un símbolo de liberación, como la sangre que salva y libera; pero la misma imagen también implica el sentido de cargar los pecados y responsabilidades del pueblo. Así el Cordero es el que carga los pecados, el que vence al pecado, el que se hace pecado y da la verdadera libertad. Juan el Bautista lo intuye en su interior y se arriesga a dar testimonio. No se trata simplemente de declarar, se trata de ser testigo, y “el más grande de los profetas” da un testimonio y lleva hasta las últimas consecuencias esta declaración: denuncia el pecado, busca liberar del pecado, sin importar las consecuencias. El gran pecado de los creyentes de ahora, es que nos conformamos con “profesar” una fe pero no la llevamos a los compromisos y consecuencias. Hemos encontrado una rara manera de hacer compatibles la fe y las estructuras de pecado.

Con frecuencia nos hemos olvidado de algo que es medular en el Evangelio de Jesús. El pecado no es solamente algo que debe ser perdonado, sino algo que debe “ser quitado” y arrancado de nuestra sociedad. Jesús se nos presenta como alguien que quita el pecado del mundo. Alguien que no solamente ofrece el perdón, sino también la posibilidad de vencer el pecado, la injusticia y el mal que se apodera de los seres humanos. Es quitar toda estructura de pecado y de injusticia. Creer en Jesús no sólo consiste en abrirse al perdón de Dios. Ser testigo de Jesús es comprometerse en su lucha y su esfuerzo por quitar el pecado que domina a hombres y mujeres, y todas sus desastrosas consecuencias.

Con gran escándalo podemos comprobar la terrible incongruencia de países y continentes cristianos pero llenos de injusticias, miseria y corrupción. Ser verdaderos testigos de Jesús no puede quedar restringido a unas prácticas piadosas, se manifiesta en la vida cotidiana, en el compromiso político, en la lucha contra las estructuras de muerte. Sobre todo, nos exige que seamos testigos en nuestro compromiso con los más pobres, sólo así seremos testigos de Jesús ya que siempre lo encontramos de un modo especial en los pobres, afligidos y enfermos… Por eso declara el Papa Francisco: “Es indispensable prestar atención para estar cerca de nuevas formas de pobreza y fragilidad donde estamos llamados a reconocer a Cristo sufriente, aunque eso aparentemente no nos aporte beneficios tangibles e inmediatos… ¿Dónde está tu hermano esclavo? No nos hagamos los distraídos. Hay mucho de complicidad en cada situación injusta, en el silencio cómplice… ¡La pregunta es para todos! En nuestras ciudades está instalado este crimen mafioso y aberrante, y muchos tienen las manos preñadas de sangre debido a la complicidad cómoda y muda” (EG). Ser testigo comporta riesgos que debemos asumir con valentía y verdad.

Este día es una muy buena ocasión para reflexionar, no solamente sobre el pecado personal que queda en la conciencia de cada individuo, tendremos que tomar conciencia también del pecado estructural que invade y destruye nuestra sociedad. Nuestra adhesión a Jesús nos debe llevar a ser testigos comprometidos en la construcción de su Reino, de la misma forma que Juan el Bautista que se convierte en profeta de la justicia. Ojalá nos cuestionemos y no nos acomodemos a un mundo de injusticia y de desprecio por los más débiles.

¿Cómo somos testigos de Jesús en el mundo? ¿A qué nos compromete el encuentro con Jesús en cada una de nuestras celebraciones, sacramentos o reuniones? ¿Cómo descubrimos a Jesús en los más pobres y cómo nos compartimos con Él?

Padre Bueno y Misericordioso, que con amor gobiernas los cielos y la tierra, escucha paternalmente las súplicas de tu pueblo y concédenos la gracia de ser testigos de un Reino posible en medio de nosotros: un reino de Justicia y de Paz.  Amén.

 

Enrique Díaz

Nació en Huandacareo, Michoacán, México, en 1952. Realizó sus estudios de Filosofía y Teología en el Seminario de Morelia. Ordenado diácono el 22 de mayo de 1977, y presbítero el 23 de octubre del mismo año. Obtuvo la Licenciatura en Sagrada Escritura en el Pontificio Instituto Bíblico en Roma. Ha desarrollado múltiples encargos pastorales como el de capellán de la rectoría de las Tres Aves Marías; responsable de la Pastoral Bíblica Diocesana y director de la Escuela Bíblica en Morelia; maestro de Biblia en el Seminario Conciliar de Morelia, párroco de la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, Col. Guadalupe, Morelia; o vicario episcopal para la Zona de Nuestra Señora de la Luz, Pátzcuaro. Ordenado obispo auxiliar de san Cristóbal de las Casas en 2003. En la Conferencia Episcopal formó parte de las Comisiones de Biblia, Diaconado y Ministerios Laicales. Fue responsable de las Dimensiones de Ministerios Laicales, de Educación y Cultura. Ha participado en encuentros latinoamericanos y mundiales sobre el Diaconado Permanente. Actualmente es el responsable de la Dimensión de Pastoral de la Cultura. Participó como Miembro del Sínodo de Obispos sobre la Palabra de Dios en la Vida y Misión de la Iglesia en Roma, en 2008. Recibió el nombramiento de obispo coadjutor de San Cristóbal de las Casas en 2014. Nombrado II obispo de Irapuato el día 11 de marzo, tomó posesión el 19 de Mayo. Colabora en varias revistas y publicaciones sobre todo con la reflexión diaria y dominical tanto en audio como escrita.