Me llaman la atención muchas cosas del Evangelio, pero ahora me voy a referir a una. Cuando María fue a visitar a su prima Isabel, el evangelio dice que Isabel “gritó”. Y me llama la atención, aunque me parece lógico: también ahora dos mujeres jóvenes gritan y se ríen, no se sabe bien porqué. El humor femenino tiene algo de misterioso. Ellas saben.
Isabel era mayor para tener un hijo, pero era todavía una mujer joven. Y María era una chiquilla. Lógico que las dos gritasen, se riesen, y hablasen las dos a la vez. Igual que ahora. Están alegres, eso es clarísimo. Una alegría expansiva. Ruidosa. Contagiosa. Total.
Así quiere Dios que sea nuestra alegría. No siempre lo conseguiré. Es muy bueno intentarlo. ¿Y si las circunstancias aconsejan otra cosa? Cierto. En esos momentos, mi alegría será serenidad, sintonía, cariño.
Isabel gritó de alegría. ¿Porqué? Porque María llegó de sorpresa donde Isabel, ya que no había modo de avisar, y se alegra de verla. Y, además porque necesitaba ayuda y ¡llega!
Quiero suponer que también María se alegró mucho de ver a Isabel. Los sentimientos no siempre entienden de razones. Se alegró. Y por eso las dos reaccionan así. Jesús y Juan comienzan su vida en un clima de alegría. ¡Qué importante es la alegría en el trato con Dios!
Y no era fácil, porque el viaje eran cuatro días de carreta, durmiendo en cualquier sitio, con calor o frío, comiendo mal, muuuy incómodos. Y luego, ¿a qué va María a la casa de Isabel? A ayudarla en todo, a cocinar, a limpiar la casa, a lavar, a buscar agua, a atender a su prima. Por tanto, no era alegría fácil. Y sin embargo ¡alegría explosiva!
¿Y ahora? ¿Qué ocurre en el siglo XXI?… No todos, pero sí muchas personas, ven en Dios una barrera que les impide pasarlo bien, ven prohibiciones, Dios les parece un aguafiestas. Piensan que prescindiendo de él soy más feliz. ….. En realidad, hay momentos de alegría expansiva, pero duran poco y hay muchos más momentos de mal humor, vacío, caras serias, silencios, que no facilita el amor y la afectividad que todos necesitamos.
Entonces, ¿Qué tengo que hacer? … Intentar meterme “en los zapatos de los demás”. Hacer algo que no me apetece nada, pero es la fuente de la alegría, que es servir a otros, mirarlos con afecto, comprenderlos, estar alegre, hasta, a veces, gritar de alegría.
Quisiera reproducir en mi vida lo que hicieron María e Isabel, ser escandalosamente alegre. Al menos, lo intento y veré que algunas veces me sale, luego me sale más y luego consigo ser una persona alegre, que no tiene precio en este mundo nuestro.
Me lo paso fenómeno, aunque vengan rayos y truenos. Porque esos rayos y truenos tienen un sentido y un para qué.