Aclaraciones puntuales sobre la declaración Fiducia Supplicans

Tres clases de bendiciones que se explican en la declaración

Cathopic

En las últimas semanas se han desatado una serie de críticas y malos entendidos en torno al documento Fiducia Supplicans, es por ello que quisiera aclarar cuatro puntos que me parecen centrales del documento sin pretender que estos agoten las muchas discusiones que en torno al propósito de una iglesia más incluyente y abierta a la Gracia y al Amor de Dios, pudieran seguirse suscitando entre quienes se den a la necesaria tarea de leer el documento completo y dejarse interpelar por el Espíritu durante su lectura.

Una primera reflexión es sobre el sentido y contexto de este documento que, se edita como parte de las respuestas a las “dudas” emitidas por algunos Cardenales hacia el Papa Francisco, en meses pasados en donde, una de ellas, era precisamente sobre la legitimidad de las bendiciones a parejas del mismo sexo. Este punto resulta de especial importancia ya que, como se advierte desde las primeras líneas, no pretende contradecir en lo más mínimo, la doctrina sobre el matrimonio ni desvirtuar la bendición propia de este sacramento; tampoco es la intención legitimar o avalar las uniones de personas del mismo sexo ni la situación de las parejas irregulares. Más bien, el propósito es responder, desde la caridad pastoral a la que nos ha invitado el Papa Francisco a todos y, de modo muy particular, a los sacerdotes, a acompañar y ser vehículos del Amor infinito del Padre que siempre es un bien para todos sin exclusión alguna.

Hay también que mencionara aquí para evitar más confusiones, que así como esta declaración no contraviene el sacramento del matrimonio ni avala las uniones entre personas del mismo sexo, también advierte que las bendiciones que se impartan a estas parejas no deben darse dentro de un rito que se asemeje al matrimonio ni que esta se promueva como tal ni de forma ordinaria ni protocolaria aclarando con toda lucidez, que la excepción no debe ser la norma tampoco en la liturgia. Por el contrario, cobra verdadero y pleno sentido cuando se convierte en una forma de acompañar y de sembrar una semilla que proviene del Espíritu Santo que deberá después cuidarse y procurarse.

En este sentido, una segunda reflexión versa sobre el objeto y sentido de las bendiciones. Éstas, aclara el documento, tienen por único fin implorar el auxilio divino para poder vivir conforme a los designios de Dios. Así, son una ayuda que se pide y que responde a un deseo intrínseco de poder ordenar la propia vida a la voluntad de Dios pero que, sabiéndonos limitados y frágiles, necesitamos y suplicamos la ayuda siempre más grande del Padre quien, pronto, acude a nuestro socorro de manera inmediata y sin juicios.

Es entonces posible, dice el documento en cuestión, bendecir personas, lugares, situaciones, objetos y, en general, todo lo que ha sido creado por el Padre para alabarlo y bendecirlo (Num. 8)  ya que la bendición juega un papel doble: por un lado señala la propia insuficiencia que requiere del Creador y, por el otro, señala el deseo de que ese objeto o esa persona que está siendo bendecido, viva conforme a la voluntad del Dios Padre y disponga su vida u ordenamiento interno a servir y glorificarlo.

Atendiendo a esto, hay tres clases de bendiciones que se explican en la declaración:

1.- Descendientes: vienen de Dios a los hombres y mujeres de buena voluntad y auxilian, fortalecen, derraman gracia e impulsan en la búsqueda del mayor bien posible.

2.- Ascendentes: son aquellas que vienen de mujeres y hombres y se dirigen a Dios. Estas son las que denotan con mayor fuerza, la necesidad de Su Amor y Su gracia pero también pueden darse como manifestación del deseo de dar gloria a Dios y de agradecerle todos sus dones, es decir, tienen un doble significado: súplica y agradecimiento.


3.- Aquellas que se extienden a otros y que cualquiera puede mencionar como signo de gratitud o de deseo de que el otro reciba también el amor y la gracia. Son deseos de paz, de bien, de derramamiento del Amor de Dios a otros como ha sido derramado en la vida propia.

Una tercera reflexión lleva a recoger estos tres tipos de bendiciones para afirmar que, el sujeto activo de la bendición es siempre el Padre y el pasivo es siempre la persona que se sabe necesitada de la gracia. Concluir que sólo aquellos que viven ordenadamente tiene derecho a ser bendecidos sería aniquilar la gracia tan grande que se nos ofrece al ser hijos e hijas de Dios y ponerle límites a alguien que nuca los ha tenido por que Él es Lo Ilimitado por antonomasia.

En el Evangelio leemos: “no he venido por los sanos si no por los enfermos” (Mc. 2:16). El mensaje está claro: quien necesita la gracia no es quien ya vive con ella y conforme a la voluntad de Dios, éste la necesita para seguir viviendo así, pero quien la necesita para redimirse y transformarse es el que no está en esa condición aún pero desea estarlo y por eso ¿quién de nosotros puede ser que ya es perfecto y santo? Si cada persona se esfuerza diariamente por vivir mejor y cada cristiano por ser un poco más santo, todos necesitamos del Padre porque sólo Él tiene la fuerza que a nosotros nos falta.

Algo muy bello de la fe es saber que no importa cuántas veces caigamos,  Él siempre nos levantará. Por eso mismo, si estamos llamados a ser vehículos de este Amor que quiere manifestarse, ¿con qué derecho negamos una bendición a aquel que nos parece que no vive rectamente? En principio las bendiciones son extensivas para toda la humanidad y, hay que tener sumo cuidado, advierte la declaración, en no ser demasiado juicios ni moralistas pues la perfección moral no es ni debe ser condición indispensable para no recibir una bendición (Núm. 25).

Finalmente, como cuarta reflexión, el documento propone que la bendición sea siempre el bien posible que, como ya se mencionó brevemente con anterioridad, significa que, ante situaciones desafiantes como lo es vivir conforme a los designios de Dios y comprometerse con la salvación, la bendición abre la puerta y es un vaso comunicante para que se camino sea más llevadero pues infunde fortaleza y derrama gracia y así, sabiéndonos “siempre suplicantes y siempre bendecidos” caminos como “peregrinos” en el camino de la fe y en la firme convicción de que el Señor va a nuestro lado. (Núm. 45).

Como propuse al inicio de estas páginas, la intención para quien las lea es que se remita al documento original y lo lea detenidamente, no como quien pretende juzgar y encontrar herejías par quemar en la hoguera sino como quien sabe que nada de lo que entienda será suficiente sino es iluminado por el Espíritu Santo y pueda entonces abrir su corazón para recibir los ecos que invitan a la misericordia y a la fraternidad. Porque en este camino y en este tiempo, sólo nos queda acompañarnos como hermanos en la fe.