Este lunes, 20 de febrero de 2023, el Santo Padre Francisco recibió en audiencia, en el Palacio Apostólico Vaticano, a los Socios del Club de San Pedro y les dirigió las siguientes palabras de saludo:
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Saludo del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Doy las gracias de corazón al Presidente y os doy la bienvenida a todos aquí, junto a la tumba de san Pedro, cuyo nombre lleva vuestra Asociación. Para vosotros es como volver a la fuente, a la raíz de la que procede vuestra caridad y, antes, la fe que os anima y os lleva adelante.
Doy gracias a Dios por todo el bien que hacéis, ¡gracias! Lo sabemos: es Él quien nos da la fuerza para hacerlo. Pero también os doy crédito a vosotros, que ponéis todo vuestro esfuerzo, tiempo, energía, creatividad, paciencia, perseverancia. Siempre me llama la atención ver las cifras de vuestras actividades, no por las cifras en sí, sino porque detrás de ellas hay tantos rostros, hay historias, hay muy a menudo heridas, llagas. Por eso pienso en vosotros, que os encontráis con estos hermanos y hermanas en los comedores sociales, en los centros de escucha, en la residencia, o en las casas de acogida para los pequeños hospitalizados en el «Bambin Gesù», y reconozco en vosotros la imagen del Buen Samaritano. El buen samaritano, en la parábola del Evangelio de Lucas, se acerca al hombre herido al borde del camino, se acerca a él movido por la compasión. No lo conoce, es un extraño, en cierto sentido incluso un «enemigo», porque los samaritanos eran mal vistos y despreciados. Pero se acerca porque su corazón es tierno, no está endurecido, es capaz de ternura.
Y esto es lo primero que quiero recomendarles: la ternura. ¿Cómo hace las cosas Dios? Con tres actitudes: cercanía, misericordia y ternura. Así es Dios: cercano, misericordioso y tierno. Ojo, no estoy hablando de sentimentalismo, no. Hablo de un rasgo del amor de Dios que hoy es más necesario que nunca. A veces, una caricia del corazón hace más bien que unas monedas. En sociedades a menudo contaminadas por la cultura de la indiferencia y la cultura del descarte, como creyentes estamos llamados a ir contracorriente con la cultura de la ternura, es decir, de cuidar a los demás como Dios ha cuidado de mí, de nosotros, de ti, de cada uno de nosotros. Lo vemos en el Evangelio: cómo Jesús se acerca a los pequeños, a los marginados, a los últimos. Él es el Buen Samaritano que dio su vida por nosotros, los necesitados de misericordia y de perdón.
Y esto, queridos amigos, es lo segundo que no debemos olvidar nunca: que amamos de verdad a los demás en la medida en que nos reconocemos amados por Él, por nuestro Señor y Salvador. Ayudamos en la medida en que nos sentimos ayudados; elevamos si nos dejamos elevar por Él cada día. Y podemos experimentar esto en el silencio de la oración, cuando nos despojamos de nuestros papeles, de nuestras posiciones -quizá incluso de nuestras máscaras, Dios no lo quiera- y nos ponemos ante Él tal como somos, sin máscaras. Entonces Él puede poner Su Espíritu en nuestro corazón, puede darnos Su compasión y ternura. Y así podremos seguir adelante. No nosotros -como diría san Pablo-, no nosotros, sino Él con nosotros. Éste es el secreto de la vida cristiana y, de modo especial, del servicio caritativo.
Queridos hermanos y hermanas, os renuevo mi gratitud y mi aliento. No puedo acompañaros físicamente por las calles de Roma, pero lo hago con el corazón y la oración. Pido a la Salus populi Romani que os proteja y que proteja a las personas que encontráis y a vuestras familias. Os bendigo a todos y os pido por favor que recéis por mí. Gracias.