Agenda 2033: escatología y esperanza cristiana

El camino hacia el destino divino

¿Qué le espera al ser humano al final de su vida terrena? ¿Qué le aguarda al mundo y al cosmos al término del tiempo? Estos interrogantes han brotado siempre en el corazón humano. Y a ellos responde la Revelación con una verdad clara y maravillosa: al ser humano, al mundo y al cosmos les espera un destino en Dios. Les aguarda una consumación en forma de relación estrechísima, sobrenatural, con su Creador.

Una escatología para generar esperanza

Estos días he  reflexionado con unos amigos sobre la importancia de difundir la que hemos venido en denominar Agenda 2033, entendida como la auténtica Agenda (en mayúsculas) para cambiar el mundo, con Cristo como cabeza, tal y como nos expone Javier Lozano en  un artículo publicado en la Revista Misión.

En dicho artículo, Lozano extrae las ideas más relevantes del libro de Eduardo Granados Agenda 2033: nueva y eterna, una ingeniosa respuesta a la omnipresente Agenda 2030 que pretende erradicar las raíces cristianas en nuestras sociedades y ser la auténtica hoja de ruta en la construcción de la nueva gobernanza global.

[https://www.religionenlibertad.com/opinion/191343834/agenda-2030-2033.html ]

Por otro lado, en el programa El mundo que se avecina, en conversación con el Padre  Félix López SHM, hemos ido enumerando las características de esta Agenda divina que nos permite avanzar en nuestras agendas humanas conforme al plan redentor del Dios trinitario.

Sin embargo, en esta reflexión, faltaba ir más allá y contemplar la meta (telos) de la historia de la salvación entendida como una comunión íntima de las criaturas con el Creador.

Y es que a los católicos contemporáneos nos cuesta adentrarnos en la escatología (éschaton = lo último), es decir, en la doctrina sobre el fin tanto de la vida individual como del mundo. Sin embargo, la escatología no es más que el intento de reflexionar sobre esta verdad consoladora acerca del destino final del hombre y de su entorno.  Más precisamente, es la reflexión creyente acerca del misterio de consumación que Dios tiene reservado para la humanidad y el cosmos.

La misión de la escatología es aportar una luz que permite trascender lo efímero para poder contemplar, desde Dios, el sentido de la marcha de la historia. De la percepción de la meta preparada por Dios a las criaturas brotará un impulso que sirve para mantenerse gozosamente despierto, a la espera de la segunda venida del Señor. La escatología, en definitiva, está llamada a aportar una sólida base para que los hombres en la historia puedan vivir vigilantes y esperanzados.

Por ello, con la intención de adentrarnos en el entendimiento de este destino final, recomiendo la lectura del libro del Padre J. José Alviar, profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra,  titulado Escatología, un manual donde se consideran los misterios últimos desde una perspectiva personalista y relacional.

En el libro se consideran los misterios de la parusía, la vida eterna y la reprobación, como partes integrantes de un gran drama divino-humano. Dios se acerca a las criaturas con el deseo de unirlas a Sí en íntima comunión, respetuoso de la libertad de la criatura, que responde Sí o No a la oferta divina.

A continuación, y de forma muy sintética, enunciaremos siete aspectos tratados en dicho manual por J. José Alviar, y que pueden ayudarnos a comprender el relato de la salvación, que nutre vigorosamente nuestra esperanza como cristianos.

  1. Escatología consumada e incoada: el destino en Dios del hombre y del mundo.
  2. La Parusía como el acercamiento de Dios a los hombres en la historia de la salvación.
  3. El Reino de Dios como misterio de comunión entre la Trinidad y la humanidad.
  4. La resurrección de los muertos como plenitud humana y esperanza de vida.
  5. Los nuevos cielos y tierra como regeneración del mundo y del cosmos en Cristo.
  6. El Juicio universal como primacía de la salvación ante la condenación.
  7. La visión divina y la comunión con Dios como núcleo de la vida eterna.

Escatología consumada e incoada: el destino en Dios del hombre y del mundo

El cristiano posee una conciencia viva del carácter dinámico de la realidad. Instruido por la Revelación, percibe los eventos del mundo –desde la creación hasta la consumación- como escenas que integran un drama, una historia que se despliega.

El creyente ve la vida como peregrinación hacia un destino. Sabe que su viaje tiene rumbo, porque Alguien lo gobierna: Dios, que es Amor.

Así, el cristiano, imbuido por la confianza en un proyecto divino, posee una visión optimista de la realidad: una visión esperanzada, que entiende la historia como historia de salvación, es decir, encaminada hacia un modo de existir que supera el modo actual imperfecto.

La mirada creyente no se detiene en la superficie – en los aspectos solamente físicos, sociales, políticos, etc. de la historia -, sino que penetra hasta el fondo, hasta el último sentido de las cosas en Dios. Con perspicacia sobrenatural, percibe el porqué, el hacia donde, y el por quién del mundo y la historia.

Tal y como señala Alviar, “la escatología cristiana es, en definitiva, una mirada detenida a la parte final o clímax de la historia salvífica, del proyecto divino para el hombre y el mundo. Es meditación creyente, asombrada y admirada, de los extremos a que llega el Amor de Dios por las criaturas. Es también reflexión práctica, que mueve al cristiano a secundar, sin perder ritmo, el proyecto salvífico. En definitiva, es ciencia salvífica, que proporciona sentido, valor e impulso a la vida del creyente en la tierra”.

Según nos indica J. José Alviar, podemos contemplar la consumación del proyecto de Dios para la creación en general. En ese cuadro global podemos ver el lugar central que ocupa Jesucristo. Como cabeza de la nueva humanidad, Jesús incorpora a los hombres a su propio misterio personal y vital, dándoles entrada al interior de la Trinidad como hijos adoptivos. Y como Primogénito del nuevo mundo, arrastra al cosmos entero hacia la renovación total.

La Parusía como el acercamiento de Dios a los hombres en la historia de la salvación

El término Parusía se utiliza de manera específica en el lenguaje cristiano, para expresar la venida gloriosa de Jesucristo al final de la historia.

La revelación de un Dios que se acerca a los hombres es el contrapunto sorprendente de la enseñanza bíblica sobre la trascendencia divina.

La teología, según nos indica Alviar, está llamada a recuperar una visión de la Parusía como el misterio de un Dios que busca amorosamente el encuentro con los hombres.

“No hay otra explicación a la maravillosa iniciativa divina de acercarse a las criaturas, sino el Amor. Por ser Dios Amor (cfr. 1 Jn 4,8), posee una apertura y generosidad infinitas, que se manifiestan en la historia con una “dinámica de aproximación”. Dios se “inclina” hacia los hombres; o en términos trinitarios, el Padre envía al Hijo y al Espíritu Santo a la humanidad, para atraerla hacia Sí”.

La única respuesta válida del hombre, frente a este Dios_Amor, sólo puede ser también amor. Para “encontrarse” con Dios en el sentido más profundo, para constituir con Él una verdadera Alianza, es preciso amarle.

El amor crea en el cristiano una actitud singular: le convierte en un ser que anhela la faz de Dios.

Más que un temor o preocupación por el último día, debería primar en el corazón del creyente el deseo afectuoso de asirse firmemente a Jesucristo y penetrar en su Sagrado Corazón.

El Reino de Dios como misterio de comunión entre la Trinidad y la humanidad

La aproximación de Dios que culmina en la Parusía implica su compenetración con las criaturas, para construir un misterio de comunión.

A este misterio de meta final de la historia de la salvación se refiere el cristiano, cuando emplea la palabra Reino.

Tal y como nos muestra J. José Alviar, “Cristo, como Hijo divino hecho hombre, constituye el núcleo del Reino en cuanto articulación divino-humana. Y revela su íntima estructura, consistente no en la mera relación súbdito-soberano, sino en la relación familiar hijo-Padre. Cristo invita además a los hombres a unirse a su Persona, para formar con Él un “cuerpo” animado por el Espíritu y amado por el Padre. Esta estructura de salvación asimila a todos los hombres que desean entrar, y así crece en la historia hacia su estadio cabal, en el éschaton”.

Esta realidad relacional e interpersonal constituye la esencia misma del Reino/Familia que apunta a un misterio final de comunión divino-humana.

“Cristo se ha hecho lo que nosotros somos para darnos la posibilidad de ser lo que Él es” (San Irineo, Adversus haereses, V. praef.).

Para Aviar, “el telos de la historia es ésta: una humanidad filial, obra del Espíritu Santo, extensión a los hombres de la filiación del Hijo”.


En este sentido: “El Reino final es, solidario y corporativo: un conjunto humano unido a su cabeza divino-humana por la acción del Espíritu Santo, quedándose ese conjunto inmerso en una relación filial con el Padre. El éschaton puede definirse como un misterio de formación de un consorcio familiar entre la Trinidad y los hombres”.

De este modo, tal y como se afirma en el documento Gaudium et spes, los esfuerzos y las construcciones del hombre, encaminados a producir en la historia un despunte del mundo escatológico, quedarán de alguna forma perfeccionados y purificados, en la eternidad. Ciertamente, no sabemos con exactitud cuáles elementos, y de qué modo, permanecerán más allá de la historia, lo que sí sabemos es que se dará una misteriosa prolongación substancial de nuestro mundo en el éschaton.

Finalmente,  Alviar nos hace ver en su libro, como frente al reduccionismo de pretender establecer un reino terrenal – empresa basada en la visión demasiado optimista del hombre y de sus capacidades y de las energías innatas del mundo-, el cristiano es consciente de la radical insuficiencia de las posibilidades humanas para labrar una salvación integral.

Así, “el proyecto de Dios para el hombre es mucho más ambicioso que proporcionar bienestar material, o liberación política, económica y cultural, justicia social y solidaridad.  El designio divino abarca y alcanza hasta los más recónditos lugares del ser humano, buscando la transformación del corazón y otorgando la santidad. Es la plenitud de santidad y caridad, obra de la gracia, el único fundamento posible de la perfecta paz y armonía entre los hombres. En definitiva, es la transformación de los seres humanos en hijos de Dios lo que cimentará la solidaridad consumada del eón futuro”.

La resurrección de los muertos como plenitud humana y esperanza de vida

Se trata aquí de meditar sobre el modo en que la aproximación, presencia y penetración de Dios operan en las criaturas un efecto transfigurante: en los justos, la resurrección gloriosa; en su entorno cósmico, la renovación en nuevos cielos y nueva tierra.

El Catecismo de la Iglesia Católica dice lo siguiente: “En la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado, reuniéndolo con nuestra alma. Así como Cristo ha resucitado y vive para siempre, todos nosotros resucitaremos en el último día” (n. 1016).

La resurrección en el día final no hará sino dar forma definitiva a nuestra existencia humana bidimensional (cuerpo-alma). En ese día, el poder divino transfigurará hasta el último rincón de la ontología humana.

Los nuevos cielos y tierra como regeneración del mundo y del cosmos en Cristo

Es creencia firme de los cristianos que la dinámica de aproximación de Dios que impregna toda la historia de la salvación, llegará finalmente a afectar no sólo a los hombres, sino a su entorno cósmico. Éste será purificado, renovado, transfigurado por la presencia de Dios.

Tal y como argumenta J. José Alviar, “este punto de fe apunta a la profunda solidaridad entre criaturas humanas y criaturas inferiores: las dos partes constituyen, en el fondo, una unidad, de modo que el hombre no existe sin un entorno cósmico, y el universo material tiene en el hombre su punto más sublime de contacto con Dios. Es por tanto una unidad global la que será salvada, elevada, transformada por Dios”.

Dentro de esta lógica solidaria cabe esperar que el mundo experimente una transformación final, que corra paralela a la glorificación escatológica de los seres humanos.

Siguiendo la doctrina creacional de la bondad originaria del mundo, los pensadores cristianos desarrollan una concepción de “nuevos cielos y tierra” que mantiene una relación de continuidad/discontinuidad con el mundo actual. En este sentido, esperamos un universo escatológico que será el resultado no de una acción divina aniquiladora, sino purificadora y transfiguradora. En ese momento Dios será realmente “todo en todos”.

El Juicio universal como primacía de la salvación ante la condenación

En el Credo los cristianos profesamos que Jesucristo “vendrá de nuevo…para juzgar a vivos y muertos”. Con esto afirmamos que Dios sopesa el valor moral de cada criatura libre, de modo que al final de la historia todos los hombres sin excepción quedaran nítidamente segregados en dos grupos fundamentales: los que están en comunión con Él, y los que están para siempre alejados de Él.

La Tradición profundiza en las dos vertientes de este misterio: la teológica (en cuanto que el juicio significa la asignación por parte de Dios de una retribución perfecta a cada criatura) y la antropológica (en cuanto que, como resultado final, deja en el universo humano una división nítida, entre bienaventurados y perdidos).

El misterio final contiene una dimensión discriminatoria (entre el trigo y la cizaña, entre las ovejas y los cabritos). En otras palabras, el acercamiento de Dios a su creación provocará finalmente una diferenciación entre las criaturas libres. Una división irreversible entre salvados y condenados, entre los amantes de Dios y los amantes de sí mismos.

El Juicio Final, en cuanto implica esta separación, constituye una revelación del valor real de la vida y obra de individuos, comunidades, o instituciones en la historia. Muestra, en definitiva, la concordancia o discordancia de cada afán humano con los designios divinos.

El misterio del Juicio guarda estrecha relación con la Verdad. Se nos dice que al final habrá un desvelamiento perfecto del drama de salvación. Entonces, se pondrán a la luz la conducta de cada uno y el secreto de los corazones.

La admisión de cada persona a la vida eterna dependerá de si ha ido al encuentro de Jesús y establecido una conexión vital con Él.

Como señala J. José Alviar, “Cristo será no solo el Juez, sino el criterio del Juicio. Él será la norma viviente con que se medirá toda existencia humana, el espejo en el cual cada hombre mirará su rostro: ¿he llegado a identificarme suficientemente con Él, o no?, ¿su santo Espíritu habita plenamente en mí, o no?,  ¿su Padre celestial me puede reconocer como hijo amado, o no?. La última pregunta con que se enfrentará cada persona es, por tanto, cristológica (o, si se quiere trinitaria): si de llegado a ser suficientemente uno con Cristo para ser admitido con Él y en Él, al consorcio íntimo de la Trinidad”.

La visión divina y la comunión con Dios como núcleo de la vida eterna

“Creo… en la vida eterna”; “Espero…la vida del mundo futuro”. Con estas palabras intentamos expresar la meta de la esperanza de todo ser humano. En realidad, con tales términos pretendemos decir mucho (en cierto sentido, todo): la unión con Dios y los Santos, la plenitud de la existencia corporal y espiritual, una experiencia de gozo y de paz… que aguardan al justo al final de la historia.

Desde la perspectiva relacional, es posible atender mejor al mensaje amoroso que late debajo de la revelación acerca de la vida eterna. En el núcleo del misterio hallamos una realidad viva y palpitante: Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que abren las puertas de su intimidad a las criaturas.

El misterio de comunión bienaventurada con Dios y con todos los que están en Cristo sobrepasa toda comprensión y toda representación.

El Padre J. José Alviar lo resume de forma maravillosa: “La vida eterna consiste en alojarse en el interior de Dios, en entablar relación permanente con las Tres Personas divinas. El carácter familiar de tal Vida reclama, por su misma naturaleza, una previa adecuación de la criatura. En otras palabras: el dialogo amoroso requiere un interlocutor preparado, hecho de alguna manera connatural con la Trinidad. ¿Quién puede estar eternamente contemplando al Padre, si no alguien que ha aprendido a amarle ya en esta vida como hijo? ¿Quién puede gozar del aliento constante del Espíritu, si no alguien que ya ha llegado a compenetrarse con Él y a seguir sus mociones más sutiles? ¿Quién puede gozar de la unión vital con Cristo-cabeza, si no alguien que ya ha formado en su interior los mismos sentimientos que Jesús?”.

La existencia terrenal aparece entonces como un tiempo concedido por Dios al hombre para preparar su admisión definitiva al ambiente sobrenatural divino.

La meditación sobre la vida eterna debe, pues, urgir a la santidad, dar prisa por amar. En la medida en que vamos haciéndonos más aptos (dignos, nunca) para el Cielo, empezamos a saborear algo de la bienaventuranza.

Como decía San Josemaría Escrivá: “cada día estoy más persuadido: la felicidad de Cielo es para los que saben ser felices en la tierra”.

Conclusión

Los católicos tenemos una agenda propia: la de Cristo y su Iglesia. La queremos denominar Agenda 2033, un proyecto divino con dos milenios de antigüedad desde la Redención, que resulta ser constantemente nueva y eterna.

La Agenda 2033 no es la agenda del mundo. Jesucristo, hace 2000 años, nos la presentó en el Sermón de la Montaña y quedó resumida en las Bienaventuranzas, un auténtico código ético y moral para el conjunto de la humanidad.

En estos tiempos de tribulación e incertidumbre, tal y como señala Eduardo Granados en su libro, es bueno renovar el camino que realizaron los discípulos desde el año 30 en el que conocieron a Jesús y llegar hasta el año 33, donde le acogieron en su plenitud.

De este modo, es bueno contemplar los misterios que la escatología nos muestra para dar sentido a nuestra agenda humana, a nuestra vida en la tierra, santificándonos, y poniendo como nuestra meta final la vida eterna.