El Papa Francisco recibió este sábado 20 de abril de 2024, a los miembros del Pontificio Comité de Ciencias Históricas, setenta años después de su creación por Pío XII en 1954. A ellos el mandato de «ampliar las relaciones científicas y humanas», evitando tentaciones ideológicas y toda forma de «cerrazón mental e institucional». La invitación a continuar su servicio para alimentar la «civilización del encuentro» y contrastar la «incivilidad del enfrentamiento».
***
Discurso del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
Me alegra acogeros con ocasión de vuestra reunión plenaria, en la que celebráis el 70 aniversario de la creación del Comité pontificio.
Saludo al Presidente, padre Marek Inglot, y saludo a cada uno de vosotros, agradecido por vuestro encuentro y por vuestro servicio. Procedéis de distintos países y de tres continentes, cada uno con su valiosa experiencia. Ustedes garantizan así la dimensión internacional y el carácter multidisciplinar del Comité, cuyas actividades de investigación, conferencias y publicaciones se inscriben en una dinámica multicultural fructífera y útil. La hermosa colección «Actas y Documentos», dirigida por el Secretario del Comité Pontificio, celebra también este año su 70º volumen.
Esto da testimonio de un compromiso en la búsqueda de la verdad histórica a escala mundial, en un espíritu de diálogo con las diferentes sensibilidades historiográficas y las múltiples tradiciones de estudios. Es bueno que colaboréis con otros, ampliando vuestras relaciones científicas y humanas, y evitando formas de cerrazón mental e institucional. Os animo a mantener este enfoque enriquecedor de escucha constante y atenta, libre de ideología -las ideologías matan- y respetuoso con la verdad. Reitero lo que os dije con ocasión de vuestro 60 aniversario: «En el encuentro y la colaboración con investigadores de todas las culturas y religiones, podéis aportar una contribución específica al diálogo entre la Iglesia y el mundo contemporáneo»(Discurso, 12 de abril de 2014).
Este estilo contribuye a desarrollar lo que yo llamaría «diplomacia cultural». Es muy oportuno, y tanto más necesario hoy en el contexto del peligroso conflicto global en pedazos que está teniendo lugar, al que no podemos asistir inertes. Por eso os invito a proseguir la labor de investigación histórica abriendo horizontes de diálogo, donde podáis llevar la luz de la esperanza del Evangelio, esa esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5).
Me gusta pensar en la relación entre la Iglesia y los historiadores en términos de proximidad. En efecto, existe una relación vital entre la Iglesia y la historia. San Pablo VI desarrolló una intensa reflexión sobre este aspecto, viendo el punto de encuentro privilegiado entre la Iglesia y los historiadores en la búsqueda común de la verdad y en el servicio común a la verdad. Investigación y servicio. He aquí las palabras que dirigió a los historiadores en 1967: «Tal vez sea aquí donde se encuentra el principal punto de encuentro entre vosotros y nosotros […], entre la verdad religiosa de la que la Iglesia es depositaria y la verdad histórica, de la que sois buenos y abnegados servidores: todo el edificio del cristianismo, de su doctrina, de su moral y de su culto, descansa en última instancia sobre el testimonio. Los Apóstoles de Cristo dieron testimonio de lo que vieron y oyeron. […] Esto demuestra hasta qué punto un organismo de naturaleza espiritual y religiosa como la Iglesia católica se interesa por la búsqueda y la afirmación de la verdad histórica […] Ella también tiene una historia, y el carácter histórico de sus orígenes tiene para ella una importancia decisiva»(Discurso a los participantes en la Asamblea General del Comité Internacional de Ciencias Históricas, 3 de junio de 1967).
La Iglesia camina en la historia, junto a las mujeres y a los hombres de todos los tiempos, y no pertenece a ninguna cultura en particular, sino que desea animar con el testimonio manso y valiente del Evangelio el corazón de cada cultura, para construir juntos la civilización del encuentro. En cambio, las tentaciones de la autorreferencialidad individualista y de la afirmación ideológica del propio punto de vista alimentan la incivilidad de la confrontación. La civilización del encuentro y la incivilidad de la confrontación. Es hermoso que tú, setenta años después de tu nacimiento, des testimonio de ser capaz de resistir a tales tentaciones, viviendo con pasión, a través de tus estudios, la experiencia regeneradora del servicio a la unidad, a esa unidad compuesta y armoniosa que el Espíritu Santo nos muestra en Pentecostés.
Hace sesenta años, en aquel acontecimiento bendecido por el Espíritu que fue el Concilio Vaticano II, san Pablo VI pronunció unas palabras que suenan como una advertencia contra cualquier halago de autorreferencialidad eclesial autosatisfecha, de la que vuestro servicio debe protegerse: «Que nadie […] piense que la Iglesia […] se detiene en sí misma para complacerse en sí misma y olvida tanto a Cristo, de quien todo lo recibe, a quien todo lo debe, como al género humano, para cuyo servicio ha nacido. La Iglesia está en medio, entre Cristo y la comunidad humana, no replegada sobre sí misma, no como un velo opaco que oscurece la vista, no como un fin en sí misma, sino que, por el contrario, se esfuerza constantemente por ser toda de Cristo, en Cristo, para Cristo, por ser toda de los hombres, entre los hombres, para los hombres, intermediaria verdaderamente humilde y excelente entre el Divino Salvador y la humanidad»(Discurso para la inauguración de la tercera sesión del Concilio Ecuménico Vaticano II, 14 de septiembre de 1964, 17).
Con ocasión de tu septuagésimo cumpleaños, te deseo que conformes tu trabajo con estas palabras: que tus estudios históricos te hagan maestro en humanidad y servidor de la humanidad. A usted y a sus seres queridos les imparto cordialmente mi bendición, pidiéndoles, por favor, que recen por mí. Gracias