Byung-Chul Han no deja de escribir. Son ensayos cortos, sugerentes. Su forma de pensar la realidad y el hilo conductor de su propuesta se mantienen de tal modo que, en cada entrega, hay una nueva mirada para esclarecer los entresijos de la cultura contemporánea. En Crisis de la narración (Herder, 2023) Han hace un elogio de la narración, contraponiéndola a la información. “La memoria humana -dice Han- es selectiva y narrativa. En eso se diferencia del banco de datos. Mientras que la memoria digital trabaja añadiendo y acumulando. La narración se basa en seleccionar y enlazar acontecimientos” (p. 44). De ahí que, la narración hilvana los diversos episodios de la vida en una trama de sentido. La información enumera: me levanté, fui al trabajo, almorcé, sufrí este percance, lidié con el calo, volví a casa… La narración, en cambio, entrelaza los hechos y consigue articular una historia de la que somos protagonistas, con un origen, un camino y un destino.
Han afirma que “vivir es más que resolver problemas. Quien se limita a resolver problemas no tiene futuro. La narración es lo único que abre el futuro, al permitirnos albergar esperanzas” (p. 35). Comprender al ser humano como solucionador de problemas es bastante, pero es insuficiente. Solucionar problemas, sin negarle importancia a esa capacidad humana, no deja de ser una respuesta meramente reactiva. Es adentrarse a la realidad con un paso de retraso, comparecer a lo ya acontecido. Los seres humanos aspiramos a más, deseamos ser proactivos: deseamos una vida que se adelante a lo ya dado, de tal manera que nuestro hacer nos perfeccione y, a la vez, nos permita perfeccionar el entorno.
Hay, sin embargo, una forma sutil de permanecer en la mera respuesta reactiva no ya del solucionador de problemas, sino del vividor de los instantes placenteros ofrecidos por doquier por la sociedad del consumo. Este gozador de placeres vive en el eterno presente, no se plantea grandes hazañas o propósitos que le lleven a entregarse en proyectos solidarios de mejora de la sociedad. Lo suyo es sólo optimizar su placer, no está en su horizonte vital comprometer su vida en el florecimiento humano de quienes carecen de oportunidades de progreso material y espiritual.
Me parece luminosa la forma en la que Han articula la felicidad con la narración. Escribe: “la felicidad no es un acontecimiento puntual. Es como un cometa con una cola muy larga, que llega hasta el pasado. Se nutre de todo lo que se vivió. Su forma de manifestarse no es brillar, sino fosforecer. Debemos a la felicidad la salvación del pasado. Para salvar el pasado se necesita una fuerza tensora narrativa que lo acople al presente y l permita seguir repercutiendo en él” (p. 37). La felicidad ha de incluir a toda la existencia humana. No se circunscribe sólo a lo que solemos considerar como acontecimientos felices. La felicidad envuelve la totalidad de la narrativa biográfica en la que no faltan lágrimas, fracasos, tensiones. Las experiencias de vértigo, los placeres intensos no dejan de ser puntuales y meramente contingentes; son hechos, datos, remedos de los goces plenos, formas de huida ante el vacío existencial propio de una vida carente de argumento. Por eso la felicidad tiene mucho de redención, pues la aventura humana, en sus caídas y desatinos -buscados o sobrevinientes- necesita de salvación. Los seres humanos requerimos restañar heridas y asirnos a una mano para enrumbar la personal trayectoria vital.
La narración no lo es todo, pero como afirma Han, ayuda al autoconocimiento y nos brinda argumento, sostén y orientación a la vida.