Hace poco escribí una pequeña reflexión sobre el relativismo y el enorme daño que ha hecho, y sigue haciendo en la sociedad. La verdad objetiva existe, lo mismo que existe el bien y existe el mal.
La corriente filosófica del relativismo ha venido a emponzoñarlo todo, de forma que, para muchos, es francamente difícil distinguir lo que es verdad y lo que es mentira, o lo que está bien y lo que está mal.
Desde hace bastantes años nos han hecho ver que son buenas cosas que son intrínsecamente malas. Las mayorías no convierten en bueno lo que es objetivamente malo. Una ley del aborto aprobada por mayoría en un parlamento no deja de ser una ley injusta. Legalizar la muerte de un inocente será legal, pero es profundamente inmoral.
Recientemente ha caído en mis manos el Manual de Bioética para Jóvenes publicado por la Fundación Jérome Lejeune, Delegación en España. El Dr. Jérome Lejeune es considerado el padre de la genética moderna por descubrir en 1958 la trisomía 21, causa genética del Síndrome de Down. Estuvo nominado para el Premio Nobel de Medicina en dos ocasiones, no se lo concedieron porque fue un defensor a ultranza de la vida y siempre estuvo en contra del aborto en cualquier situación. El poder discriminatorio de la globalización y el pensamiento único se hicieron patentes en esas dos ocasiones.
A partir de aquí, la letra en cursiva es transcripción de ese Manual de Bioética.
En ese Manual de Bioética se explica de manera muy sencilla y muy clara que la historia de un ser humano comienza en la fecundación. En el momento en que la información genética que aporta el espermatozoide del padre se encuentra con la que aporta el óvulo de la madre, comienza una nueva vida humana. Esto ocurre desde el día 1. El embrión humano es un ser vivo con patrimonio genético humano. Por tanto, es un ser humano. En cualquier momento de la gestación que se realice el aborto, se está matando a un ser humano.
El aceptar que la fecundación es el comienzo de un nuevo ser humano no es una cuestión de gusto o de opinión, es una realidad biológica.
Otro tema que vemos con total normalidad es la reproducción asistida utilizando el método de fecundación in vitro. Por fecundación in vitro se conciben embriones fuera del cuerpo de la madre. Desde la fecundación esos embriones son seres humanos como los que son concebidos in vivo, incluso aunque no se implanten en el útero materno. Destruirlos in vitro o in vivo es un aborto.
En torno a un 70% de los embriones generados se tiran o se utilizan para investigar con la consecuente muerte del embrión.
Otro de los métodos de reproducción asistida es la fecundación in vitro con madre de alquiler. Esto ya es elevar a la enésima potencia la cosificación del ser humano.
De acuerdo con los Derechos Humanos, el niño no puede considerarse como un objeto a disposición del otro. El hijo no es un derecho.
La medicina, en lugar de reemplazar a los padres, debería curarlos de su esterilidad.
La manipulación genética, creando embriones humanos en un laboratorio y todo lo que se deriva de eso: selección del esperma, selección de embriones, diagnostico preimplantatorio, madres de alquiler, la clonación, etc., ha desnaturalizado por completo el sentido de la transmisión de la vida del ser humano. La dignidad de la persona se ve comprometida al ser tratada como una mercancía o un capricho en el que, incluso puedo elegir el color de su pelo o de sus ojos. Y lo más grave, la cantidad de abortos que se realizan tirando una ingente cantidad de embriones.
Es cierto que somos muchos los que estamos radicalmente en contra del aborto, pero ¿Cuántos hay que están de acuerdo con la fecundación in vitro y la consecuente destrucción de embriones no utilizados (abortos) y demás manipulaciones genéticas? Me temo que pocos. Posiblemente por ignorancia. En este sentido, echo de menos una información mucho más intensiva y pormenorizada por parte de la Iglesia.
Que lejos esta todo esto de los planes de Dios. Lógico, hemos apartado a Dios de nuestras vidas y, pecando muy gravemente de soberbia, queremos ser como Él y creemos que seremos capaces de crear vida artificialmente, pero estamos totalmente equivocados porque sólo Dios puede dar y quitar la vida.
Ya sabemos que “las fuerzas del mal no prevalecerán”, pero tenemos que trabajar para que así sea. Es como la Divina Providencia, no sólo hay que creer en ella, hay que esforzarse para ganársela.
José Ignacio Echegaray – Fundación Enraizados