El silencio de la Madre es un rasgo hermoso, María Madre del silencio, Madre de la adoración

Palabras del Papa en el Ángelus

Al final de la Santa Misa celebrada en la Basílica Vaticana por la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios y con ocasión de la 57ª Jornada Mundial de la Paz, el Papa Francisco se asomó a la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro.

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Palabras del Papa

Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Año Nuevo!

En este día, en el que celebramos a María Santísima Madre de Dios, pongamos bajo su mirada atenta el tiempo nuevo que nos ha sido dado. Que ella nos proteja este año.

Hoy el Evangelio nos revela que la grandeza de María no consiste en realizar algún hecho extraordinario, sino que, mientras los pastores se apresuran a Belén tras haber recibido el anuncio de los ángeles, (cf. Lc 2,15-16), ella permanece en silencio. El silencio de la Madre es un rasgo hermoso. No es una simple ausencia de palabras, sino un silencio lleno de asombro y de adoración por las maravillas que Dios realiza. San Lucas observa que «María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (2,19). De este modo, hace un lugar en su interior para Aquel que ha nacido; en silencio y adoración, pone a Jesús en el centro y da testimonio de Él como Salvador. María, la Madre del silencio; María, la Madre de la adoración.

Así, es Madre no sólo porque llevó a Jesús en su seno y lo dio a luz, sino porque lo da a luz, sin ocupar su lugar. Ella permanecerá en silencio incluso bajo la cruz, en la hora más oscura, y seguirá haciéndole un lugar y engendrándolo para nosotros. Un religioso y poeta del siglo XX escribió: «Virgen, catedral del silencio / […] tú llevas nuestra carne al paraíso / y a Dios en la carne» (D.M. TUROLDO, Laudario alla Vergine. «Via pulchritudinis», Bolonia 1980, 35). “Catedral del silencio”: es una bella imagen. Con su silencio y humildad, María es la primera «catedral» de Dios, el lugar donde Él y el hombre pueden encontrarse.

Pero también nuestras madres, con sus cuidados ocultos, con sus desvelos, son a menudo magníficas catedrales del silencio. Nos traen al mundo y luego continúan acompañándonos, muchas veces sin que nos demos cuenta, para que podamos crecer. Recordémoslo: el amor nunca sofoca, el amor hace un lugar para el otro. El amor nos hace crecer.

Hermanos y hermanas, al comienzo del nuevo año miremos a María y, con corazón agradecido, pensemos y miremos también a las madres, para aprender ese amor que se cultiva sobre todo en el silencio, que sabe dar espacio a los demás, respetando su dignidad, dejándolos libres para expresarse, rechazando toda forma de posesión, opresión y violencia. Hoy tenemos tanta necesidad de esto, ¡tanta! ¡Tanta necesidad de silencio para escucharnos! Como recuerda el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de hoy: «La libertad y la convivencia pacífica se ven amenazadas cuando los seres humanos ceden a la tentación del egoísmo, del interés personal, del afán de lucro y de la sed de poder”. El amor, en cambio, está hecho de respeto, está hecho de amabilidad: de este modo derriba barreras y ayuda a vivir relaciones fraternas, a construir sociedades más justas, más humanas, más pacíficas.

Oremos hoy a la Santa Madre de Dios y Madre nuestra, para que en el nuevo año crezcamos en este amor manso, silencioso y discreto que genera vida, y abramos caminos de paz y reconciliación en el mundo.

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Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas,


Agradezco al Presidente de la República Italiana las expresiones de buenos deseos que me ha dirigido en su Mensaje de fin de año; se las devuelvo de corazón, invocando la bendición del Señor sobre su servicio a la Patria.

Sigo con profunda preocupación lo que está sucediendo en Nicaragua, donde Obispos y sacerdotes han sido privados de su libertad. Expreso a ellos, a sus familias y a toda la Iglesia del país mi cercanía en la oración. A la oración insistente invito también a todos ustedes aquí presentes y a todo el Pueblo de Dios, mientras espero que se busque siempre el camino del diálogo para superar las dificultades. Recemos hoy por Nicaragua.

Mis buenos deseos se dirigen especialmente a ustedes, queridos romanos y peregrinos que se encuentran hoy aquí, en la Plaza de San Pedro. Saludo a los participantes en el evento «Paz en todas las tierras», organizado por la Comunidad de San Egidio, también en otras ciudades del mundo; así como al Movimiento Europeo de Acción No Violenta. Y recuerdo con gratitud las innumerables iniciativas de oración y de compromiso por la paz que tienen lugar en esta Jornada en todos los continentes, promovidas por las comunidades eclesiales; en particular, menciono la de nivel nacional que tuvo lugar ayer por la tarde en Gorizia.

Y, por favor, no olvidemos a Ucrania, Palestina, Israel, que están en guerra. Recemos para que haya paz, todos juntos.

Saludo al coro de los muchachos polacos y ucranianos que han llevado un mensaje de paz a los santuarios franciscanos de Toscana, Umbría y Lacio; así como a los estudiantes del «Manhattan College» de Nueva York, al grupo de la Fraterna Domus y a los fieles de La Valeta Brianza y Casatenovo.

Que la Virgen María, la Santa Madre de Dios, sostenga con su intercesión maternal la intención y el compromiso de ser artífices de paz cada día, en cada día del Año Nuevo; cada día artífices de paz, porten la paz. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!