La cultura, decía el profesor Leonardo Polo, es continuatio naturae (continuación de la naturaleza). En términos que me resultan atendibles, la cultura no se opone a la naturaleza, la continúa; tampoco es una prótesis agregada a la naturaleza, es desarrollo de ella. De alguna manera es vida agregada a la vida recibida. Como la misma narrativa humana, tiene un principio, una plataforma, expresión de los radicales de la condición humana y desde los cuales el ser humano -con todas sus capacidades- despliega un sinfín de creaciones artísticas, literarias, monumentales, idiosincráticas; unas más permanentes que otras.
Con entusiasmo leí el libro de Antonio Monegal Como el aire que respiramos. El sentido de la cultura (Acantilado, 2022). Es un texto escrito por un experto profesor universitario en la materia. Dialoga con autores y posiciones diversas sobre lo que se dice -y se sigue diciendo- de la cultura y de su sentido. El ensayo es prolijo en materias vinculadas a la cultura: mestizaje, identidad, nacionalismo, cosmopolitismo, globalización, diferencia, género, política. Defiende a la cultura por sí misma y no sólo por razones utilitaristas o económicas; es el mismo aire que respiramos. Monegal toma postura en este diálogo decantándose por una visión amplia de la cultura, sin constreñirla a los momentos altos o estelares de sus expresiones. “La cultura, afirma, es algo que hacemos entre todos, como la política es algo que hacemos entre todos y no algo de lo que son responsables un puñado de profesionales” (p. 151). Con esta amplitud de miras tan generosa me animo a disentir en algunos aspectos de su propuesta.
Encuentro un tono de sospecha en su propuesta sobre las manifestaciones culturales: intereses dominantes, capitalismo, racismo. Da por sentado que sobre el género ya está todo definido por la posición de J. Butler. Asunto aún abierto y presente en el debate cultural. Una visión de cultura fluyente: pasar, pasar y resbalar. Además, hay un gran ausente en la visión de cultura de Monegal: la cultura religiosa. Sólo de pasada alude a la religión para endosarle las guerras y muertes. Situación cierta en algunas latitudes, pero que no agota la riqueza cultural que ha quedado impresa en la historia de muchos países latinoamericanos como el Perú, sin descartar la misma Europa. No entenderíamos la riqueza cultural milenaria de nuestro país sin los grandes horizontes culturales andinos y el aporte del barroco religioso peruano: un patrimonio cultural tangible e intangible que convive en una gran síntesis viviente como lo decía Víctor Andrés Belaunde. Sin negar los reduccionismos que, incluso, entre nosotros existen, nuestra riqueza cultural -en todos sus ámbitos- sabe convivir con lo diferente de cada región en actitud abierta y acogedora, sin el ánimo crispado que me parece percibir en el ensayo de nuestro autor.
Me quedo, pues, con la idea de que la cultura es una continuación de la naturaleza, que perfecciona, enriquece al ser humano. No todo pasa, también hay vida humana objetivada que queda. Hay expresiones culturales que humanizan, como las hay que deshumanizan o deterioran la convivencia. Cultura buena, cultura bella a la altura de la condición humana.