Una casa con sólo tres paredes y, por lo tanto, abierta al mundo y a todos los hombres. Se presenta así, por debajo del precioso revestimiento marmóreo renacentista, la Santa Casa de Nazaret, según la tradición transportada “por ministerio angélico” por una calle pública a Loreto: morada terrena de la Virgen María, lugar en el cual recibió el anuncio del Ángel Gabriel y vivió junto a José y a Jesús, es testimonio del hecho más importante de la historia, la Encarnación.
Casa de María, de la Sagrada Familia y de todo hombre
Las investigaciones históricas, arqueológicas y científicas parecen confirmar la autenticidad, sancionada por primera vez en el 1310 por una bula papal de Clemente V. Un reciente estudio ha demostrado que las piedras de la construcción fueron trabajadas según el uso de los nabateos, difundido en Galilea en tiempos de Jesús. En ellas se encuentran grabados graffiti, juzgados por expertos de claro origen judeo-cristiano y el mortero de construcción utilizado sería ajeno a los usos constructivos de las Marcas. Además, cinco cruces de tela que probablemente pertenecieron a los Cruzados y algunos restos de un huevo de avestruz, símbolo del misterio de la Encarnación, fueron encontrados entre los ladrillos de la Santa Casa, cuyo perímetro coincidiría perfectamente con el tamaño de los cimientos dejados en Nazaret. ¿Pero por qué tres paredes? Con toda probabilidad constituían una parte de la casa de la Virgen, la antecámara de mampostería que conducía a la cueva excavada en la roca del fondo, aun hoy venerada en la Basílica de la Anunciación de Nazaret.
Trasportada en manos de los Ángeles
Muchos siguen preguntándose cómo pudo haber tenido lugar el transporte de esta reliquia-resto, que a simple vista no parece haber sido reconstruida y que también sobrevivió al desastroso incendio de 1921 en el que fue destruida parte de la decoración pictórica del santuario y el ejemplar original de madera de la Virgen Negra. Según la tradición, en 1291, tras la expulsión de los Cruzados de Palestina, los muros fueron transportados primero a Iliria, la actual Croacia, y luego a la ciudad de Italia central. Refiere una crónica de 1465, redactada por Pier Giorgio di Tolomei, llamado el Teramano: «….después de que aquel pueblo de Galilea y de Nazaret abandonó su fe en Cristo y aceptó la fe de Mahoma, los ángeles levantaron la mencionada iglesia de su lugar y la transportaron a Schiavonia. Pero allí no fue honrada en absoluto como se le debía a la Virgen…. Por lo tanto, los ángeles la volvieron a sacar de ese lugar y la llevaron a través del mar, al territorio de Recanati». Muchos hoy en día tienden a sostener la hipótesis, apoyada por el antiguo código Chartularium culisanense, según la cual los ángeles de la tradición a la que se atribuye el traslado, sean nada menos que los nobles de la familia Ángeles, bizantina de Epiro, que en el siglo XIII salvaron por mar de la furia sarracena el venerado santuario. Sin embargo, el perfecto estado de montaje y conservación de las piedras ha mantenido viva una interpretación del transporte, abierta a lo sobrenatural.
Una casa en la calle de cada hombre
Impacta además la extraña ubicación en una «calle pública». «En realidad, precisamente este aspecto singular de la casa, conserva un mensaje particular”, dijo Benedicto XVI visitando Loreto en el 2012: “no es una casa privada, sino que es una morada abierta a todos, está en el camino de todos nosotros. Estamos todos en camino hacia otra morada: la Ciudad Eterna”.