Empecé a leer El arte de la prudencia (Ediciones Temas de Hoy, 1994) de Baltasar Gracián (1601-1658) hace muchas lunas. Sus 300 aforismos, ingeniosos y elegantemente escritos, ofrecen consejos para ir por la vida caminando sobre seguro. Tienen el tono del justo medio aristotélico, sin arrebatos románticos ni triunfalismos voluntaristas. Hay mucho de la astucia de la serpiente, aunque moderada con cierta mansedumbre de la paloma. Para tiempos como los nuestros, tan llenos de correrías y experiencias de vértigo, las reflexiones de Gracián son una invitación para detenerse un rato, de tal manera que el alma rezagada alcance al cuerpo. Unas cucharaditas de lucidez son provechosas.
“El único remedio de todo lo extremado es guardar equilibrio en el lucimiento (…). Una exhibición limitada se premia con una mayor estima” (80). Gracián aconseja no sobrexponerse en el espacio público o privado. Las redes sociales facilitan la comunicación y, también, el lucimiento… Colgamos posts para decir algo a la comunidad de seguidores: pensamientos, fotos, alegrías, preocupaciones… El marketing digital inunda las redes con apelaciones al consumo que, en no pocas ocasiones es canto engañoso de sirena. Ante la realidad cultural del lucimiento, no está de más considerar el consejo de Gracián, para bajar la sobredosis de vanidad que, al primer descuido, nos sobreviene.
“En las cosas tiene gran parte el cómo (…). Lo más estimado en la vida es un comportamiento cortés. Hablar y portarse de buen modo resuelve cualquier situación difícil” (14). La cortesía, la amabilidad, la buena educación hacen que la vida sea grata. En una organización, asimismo, la cortesía y cordialidad en el trato de unos y otros (compañeros de trabajo, directivos, clientes externos, proveedores, etc.) ayuda a crear un clima organizacional cálido. Tantos problemas tienen su origen en el trato acartonado y en las actitudes desabridas de sus interlocutores. Para hablar no hace falta arañar y ya sabemos que una sonrisa o una palabra amable pueden más que miles de sistemas formales. Las buenas maneras se agradecen.
Cuánto se estima la autenticidad de aquel cuya apariencia exterior es expresión de su vida interior. Por eso, Gracián sentencie que “cuanto mayor fondo tiene el hombre tanto tiene de persona. Como los brillos interiores y profundos del diamante, lo interior del hombre siempre debe valer el doble que lo exterior” (48). Aparentar más de lo que se es no tiene buen fin. Sin sustancia, el ser humano se convierte en luz de fuegos artificiales: bonito, pero efímero. Lección útil, igualmente para la reputación institucional de las empresas, pues resulta contraproducente ofrecer excelencia en los servicios y terminar defraudando a los clientes por las expectativas no satisfechas. “Hablar es fácil y hacer difícil. Los buenos hechos son la esencia de la vida y las nobles palabras el adorno. La importancia de los hechos perdura, la de las palabras no” (202).
Ser consistentes y, también, ser claros en el decir, “no solo con facilidad de palabra sino con una mente lúcida. Algunos piensan bien, pero se explican mal: sin claridad los hijos del alma (decisiones, ideas) no salen a la luz” (216). Saber explicarse, llegar al interlocutor, captar su atención es el arte de la comunicación eficaz. En estos tiempos en los que sobreabunda la información corremos el riesgo de ser un almacén de datos sin orientación alguna. Más que nunca se requiere la lucidez suficiente para discernir el trigo de la cizaña. Y una claridad de mente para expresar adecuadamente las razones del corazón.
Un libro para leer despacio, entreteniéndose en sus dichos que destilan reflexiones útiles para “las tres eses de la dicha humana: santo, sano y sabio” (300).