A las 10 de esta mañana, en el día de la Conmemoración de todos los fieles difuntos, el Santo Padre Francisco presidió la Santa Misa en el Rome War Cemetery.
A su llegada, el Papa fue recibido por el Vicepresidente Peter Hudson CBE, el Director de Área Geert Bekaert, la Country Manager Italia Claudia Scimonelli y el personal del Cementerio.
De camino, depositó flores blancas en algunas tumbas y se retiró para un momento de oración.
Al final de la Celebración Eucarística, el Papa Francisco hizo una breve parada ante el Cementerio Católico de Roma. Después regresó al Vaticano.
Publicamos a continuación la transcripción de la homilía que el Papa pronunció tras la proclamación del Evangelio:
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Homilía del Santo Padre
La celebración de un día como hoy nos lleva a dos pensamientos: el recuerdo y la esperanza.
Memoria de los que nos han precedido, que han gastado su vida, que han terminado esta vida; memoria de tantas personas que nos han hecho bien: en la familia, entre los amigos… Y memoria también de los que no hicieron tanto bien, pero fueron acogidos en la memoria de Dios, en la misericordia de Dios. Es el misterio de la gran misericordia del Señor.
Y luego la esperanza. La de hoy es una memoria para mirar hacia adelante, para mirar nuestro camino, nuestra senda. Caminamos hacia el encuentro, con el Señor y con todos. Y debemos pedir al Señor esta gracia de la esperanza: la esperanza que nunca defrauda; la esperanza que es la virtud cotidiana que nos lleva adelante, que nos ayuda a resolver problemas y a buscar salidas. Pero siempre hacia adelante, hacia adelante. Esa esperanza fecunda, esa virtud teologal de cada día, de cada momento: la llamaré la virtud teologal «de la cocina», porque está a mano y siempre acude en nuestra ayuda. La esperanza que no defrauda: vivimos en esta tensión entre memoria y esperanza.
Quisiera detenerme en algo que me ocurrió en la entrada. Me fijé en la edad de estos soldados caídos. La mayoría tienen entre 20 y 30 años. Vidas truncadas, vidas sin futuro. Y pensé en los padres, en las madres que recibieron aquella carta: «Señora, tengo el honor de decirle que tiene usted un hijo héroe». «¡Sí, héroe, pero me lo han quitado!». Cuántas lágrimas en esas vidas truncadas. Y no pude evitar pensar en las guerras de hoy. Lo mismo ocurre hoy: tanta gente joven y ya no tan joven… En las guerras del mundo, incluso en las más cercanas a nosotros, en Europa y más allá: ¡cuántos muertos! Se destruye la vida sin ser conscientes de ello.
Hoy, pensando en los muertos, custodiando la memoria de los muertos y conservando la esperanza, pedimos al Señor la paz, para que los hombres no se maten más en las guerras. Tantos muertos inocentes, tantos soldados que dejan su vida. Pero esto, ¿por qué? Las guerras son siempre una derrota, siempre. No hay victoria total, no. Sí, uno vence al otro, pero detrás siempre está la derrota del precio pagado. Roguemos al Señor por nuestros muertos, por todos: que el Señor los reciba a todos. Y recemos también para que el Señor tenga piedad de nosotros y nos dé esperanza: la esperanza de que saldremos adelante y de que todos estaremos con Él cuando nos llame. Que así sea.