Un oficio que requiere profesionalidad y dedicación, pero también “espíritu de acogida”. Es el de los farmacéuticos, a quienes el Papa Francisco quiso dedicar un pensamiento, al recibir este lunes 18 de setiembre a los empleados de la Farmacia Vaticana con motivo del 150 aniversario de su fundación.
Saludando, ante todo, al presidente de la Gobernación, el Cardenal Vérgez, a sor Raffaella Petrini, secretaria general, al padre general fray Jesús Etayo Arrondo, al Consejo, al director fray Thomas Binish con los miembros consagrados de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, y a todos colaboradores y empleados, el Papa recordó las raíces de la historia de la Farmacia Vaticana, sueño del Papa Gregorio XVI.
Atención a los más frágiles y cuidado de los enfermos
El sueño hecho realidad por el Beato Pío IX, que confió al Superior General de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios – con larga tradición en este ámbito – la tarea de crear una farmacia en el Vaticano, vio al Hermano Eusebio Frommer, un religioso Fatebenefratelli, como primer farmacéutico. Recorriendo la historia Francisco recordó también el servicio de la Orden durante el Concilio Vaticano II, y destacó, del presente, que la Farmacia se distingue no sólo por estar dedicada al servicio directo del Sucesor de Pedro y de la Curia Romana, sino también por estar llamada a un «suplemento de caridad», realizando un servicio que, además de la venta de medicamentos, debe distinguirse por la atención a las personas más frágiles y por el cuidado de los enfermos.
Se trata de un compromiso no sólo con los empleados del Vaticano y los residentes en la Ciudad del Vaticano, sino también con quienes necesitan medicamentos especiales, que a menudo son difíciles de encontrar en otros lugares.
Una mano tendida que también transmite valor y cercanía
A los Fatebenefratelli, a los colaboradores laicos, a los farmacéuticos y empleados, a los que trabajan en los almacenes y a todos los que ayudan en esta labor, el Santo Padre expresó su gratitud por la profesionalidad y dedicación, pero también por el espíritu de acogida y la buena disposición con que llevan a cabo su tarea, que “a veces requiere esfuerzo y -como ocurrió especialmente durante la pandemia- voluntad de sacrificio”.
No es fácil para ustedes, y no es fácil en general para los farmacéuticos, en quienes pienso en este momento y a quienes quisiera dedicar un pensamiento. A ellos acuden tantas personas, sobre todo ancianos, que a menudo, en el ritmo frenético de hoy, necesitan no sólo un medicamento, sino también atención, una sonrisa, un oído, una palabra de consuelo. No olviden esto: el apostolado del oído. Escuchar, escuchar… parece aburrido, algunas veces, pero para la persona que habla es una caricia de Dios a través de vosotros. Y los farmacéuticos son esa mano cercana y tendida, que no sólo reparte medicamentos, sino que transmite valor y cercanía. Gracias a ustedes y a todos los farmacéuticos por ello. La vuestra no es una profesión, es una misión.
“La paciencia es la prueba de fuego del amor”
El Papa animó a todos a seguir adelante “con generosidad”, tanto para que el servicio de la Farmacia vaticana sea cada vez más eficaz y moderno, como para manifestar ese cuidado atento y esa acogida solícita que son testimonio del Evangelio para todos con los que entran en contacto. Antes de despedirse impartiéndoles su bendición, los alentó a ser “pacientes” porque la paciencia “es la prueba de fuego del amor”, y les dio un “pequeño consejo espiritual”:
De vez en cuando levantad los ojos al Crucifijo, dirigiendo vuestra mirada al Dios herido y llagado. El servicio que hacéis a los enfermos es un servicio a Él. Y es bueno sacar del Médico celestial la paciencia y la benevolencia, y la fuerza para amar, sin cansarse. Que, en Su escuela, desde la cátedra de la cruz hasta el mostrador de la farmacia, seáis también vosotros dispensadores diarios de misericordia.