San Juan Pablo II explicó en una ocasión la diferencia entre un adolescente y un joven.
Se refería a la adolescencia como una etapa en la que sólo se aspira a recibir de los demás. Mientras que lo propio del joven, de la juventud, es estar dispuesto a dar. Por eso hay jóvenes de ochenta años y ancianos veinteañeros. Se ha dicho de broma que la adolescencia es también una etapa en la que los padres se vuelven inaguantables.
No se trata de mirarse a uno mismo, sino de pensar cómo ayudar a los demás. De qué modo se puede dar, y más difícil aún, de que modo puede uno darse.
Cada JMJ es un motivo de gran alegría. Lo digo también como participante en tres ocasiones, de joven. Las confesiones, la Adoración al Santísimo, las Misas, la unión con el Papa. Son fundamentos para que cada uno desarrolle lo mejor de sí, lo mejor de su juventud.