Con ocasión de las fiestas de la independencia, pienso que es bueno que abramos los libros de historia para revisar cómo se ha forjado nuestra nación, y no cometer los mismos errores que algunos otros pueblos de América han cometido al considerar su origen. Algunos autores han propagado la idea de la independencia de los países de Hispanoamérica como una consecuencia del maltrato que los pobladores de estas tierras sufrieron por la opresión de la Corona Española durante tres siglos. Y al mismo tiempo, han intentado entroncar nuestra realidad al dominio inca, desconsiderado la componente española que tiene nuestra nación.
En este sentido, me limitaré a enumerar algunos hechos de nuestra historia que quizás nos sirvan para identificar adecuadamente nuestra realidad como país y como patria.
En primer lugar, la conquista del imperio incaico fue un hecho logrado por los Huancas, Chancas, Chachapoyas, Huaylas y Cañaris. Como comenta Elías Martinengui, en 1536, Francisco Pizarro con solo 190 españoles conquistó el Cuzco apoyado por 30,000 indígenas Huancas, Huaylas, Cañaris y Chachapoyas que guardaban en su memoria las masacres y barbaries que los ejércitos del inca habían ocasionado en sus poblaciones cuando años antes habían sido sometidos.
Como comenta Marcelo Gullo, el estado incaico “poseía muchos de los rasgos del totalitarismo moderno: trabajo forzado, control de vida privada y el castigo severo a la disidencia política. El trabajo forzado en las minas, la mita y el yanaconazgo eran un procedimiento incaico”. Los sacrificios humanos que practicaron los incas fueron de niños y niñas que provenían de los pueblos conquistados y sometidos por los incas.
En segundo lugar, en la América española hubo ricos y pobres, pero no fueron los españoles los ricos y los indios los pobres. Hubo españoles ricos y españoles pobres, como también, indios ricos e indios pobres. Como comenta Clarence Harting:
«Los jefes indios hereditarios se hallaban exentos de pago del tributo y otras exacciones que afectaban al común de los indios; y de derecho y de hecho estaban en un plano de igualdad con los blancos… Estaban mejor vestidos, no pagaban tributos y podían tener sirvientes. Donde los españoles hallaron una genuina nobleza nativa, no trataron de abolirla, como podía suponerse, sino que casi alentaron su supervivencia… con el transcurso del tiempo, algunos de ellos se convirtieron en hombres ricos y educados, y hasta adquirieron títulos de nobleza colonial, como por ejemplo José Gabriel Condorcanqui, curaca de Tungasuca y marqués de Oropesa».
Felipe II dispuso que se fundasen en todas las provincias y obispados del Perú colegios y seminarios para la educación de la nobleza inca. En 1750, la biblioteca del Colegio Máximo de San Pablo de Lima tenía alrededor de 43,000 libros, mientras que la biblioteca de la Universidad de Harvard solo tenía unos 4,000 ejemplares. Pero como la educación popular no se dio en Europa si no recién en la segunda mitad de siglo XVIII, no se promovió tampoco en América durante el Virreinato.
Por tanto, en Hispanoamérica las clases sociales no estaban definidas por la raza: indígena o española, sino -como nos ocurre ahora mismo a nosotros, y sucede en tantas otras sociedades-, por los bienes materiales que se disponían.
En tercer lugar, la Corona Española edificó en el Perú 59 hospitales entre 1533 y 1792, de los cuales 20 se erigieron en Lima. De este modo, como comenta Miguel Rabí, “toda la población se encontraba protegida y recibía asistencia médica y farmacéutica, incluyendo atención a domicilio de los enfermos”. Y el mismo autor agrega: “hacia finales del siglo XVIII, Lima ofrecía la mejor asistencia hospitalaria de todas las ciudades hispanoamericanas, que, según el cómputo de población, llegó a tener quince camas por cada mil habitantes”. Y añade: “no se exigía pago alguno o cuota mínima de ninguna clase, ni al ingresar, ni durante el tratamiento o al término de este”.
Por tanto, al tanto de estos hechos históricos, conviene reconocer que el dominio de España desde la Conquista hasta el fin del virreinato no fue la quema y el zaqueo de estas tierras, sino que cultivó y puso las bases para el surgimiento de una nación con una cultura propia a la que hoy llamamos Perú. La fecha de la independencia no puede ser origen de un resentimiento y un recuerdo amargo por lo pasado, sino el reconocimiento de que a los pobladores de estas tierras hispanoamericanas les había llegado la madurez, y que por tanto, convenía que empezaran a gobernarse por sí mismos, con independencia; reconociendo así que tenían y tenemos una cultura y una mentalidad propia, distinta a la del español europeo. Nosotros somos los españoles de América, las naciones que han surgido del mestizaje español y local de América.
Y terminemos considerando cómo han actuado otros pueblos. Los países que fueron parte del imperio inglés: Canadá, Australia o Nueva Zelanda recibieron mucho menos de la Corona inglesa de lo que nosotros recibimos de la española; sin embargo, ellos lo han valorado mucho lo poco que recibieron, no han renunciado a sus vínculos de origen y han sabido aprovecharlos para su desarrollo. Nosotros que recibimos mucho más, deberíamos asemejarnos en su actitud. Valorar más lo recibido, agradecer lo que somos y utilizar esa riqueza cultural y esos vínculos para seguir trabajando por el desarrollo de nuestra gente, especialmente aquellos que han tenido pocas oportunidades.