A las 12 del mediodía de hoy, el Santo Padre Francisco se asomó a la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro.
El Santo Padre invitó a reflexionar sobre los tres gestos que realiza el “comerciante de perlas finas” y pidió a la Virgen María “que nos ayude a buscar, encontrar y abrazar a Jesús con todo nuestro ser”
A continuación, siguen las palabras del Papa al introducir la oración mariana, ofrecidas por la Oficina de Prensa de la Santa Sede:
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Palabras del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy el Evangelio nos cuenta la parábola de un mercader en busca de piedras preciosas, que -dice Jesús- «al encontrar una perla de gran valor, fue y vendió todo lo que tenía y la compró» (Mt 13,46). Detengámonos un poco en las acciones de este mercader, que primero busca, luego encuentra y finalmente compra.
La primera acción de este hombre: buscar. Es un mercader emprendedor, que no se queda quieto, sino que sale de su casa y se pone en camino en busca de perlas preciosas. No dice: «Estoy satisfecho con las que tengo»; busca otras más bellas. Y esto es una invitación para que no nos encerremos en la costumbre, en la mediocridad de los que se conforman, sino que reavivemos el deseo: reavivar el deseo, para que no se apague el deseo de buscar, de seguir adelante; cultivar los sueños de bien, buscar la novedad del Señor, porque el Señor no es repetitivo, trae siempre la novedad, la novedad del Espíritu; hace siempre nuevas las realidades de la vida (cf. Ap 21,5). Y debemos tener esta actitud: buscar.La segunda acción del mercader es encontrar. Es una persona astuta que «tiene buen ojo» y sabe reconocer una perla de gran valor. Esto no es fácil. Pensemos, por ejemplo, en los fascinantes bazares orientales, donde los puestos, repletos de mercancías, se agolpan a lo largo de las paredes de calles llenas de gente; o en algunos de los puestos que se ven en muchas ciudades, repletos de libros y objetos diversos. A veces, en estos mercados, si uno se detiene a mirar con atención, puede descubrir tesoros: cosas preciosas, volúmenes raros que, mezclados con todo lo demás, uno no advierte a primera vista. Pero el mercader de la parábola tiene buen ojo y sabe encontrar, sabe «discernir» para encontrar la perla. También esto es una enseñanza para nosotros: cada día, en casa, en la calle, en el trabajo, de vacaciones, tenemos la posibilidad de discernir el bien. Y es importante saber encontrar lo que cuenta: entrenarnos para reconocer las gemas preciosas de la vida y distinguirlas de la basura. No perdamos tiempo y libertad en cosas triviales, pasatiempos que nos dejan vacíos por dentro, mientras la vida nos ofrece cada día la perla preciosa del encuentro con Dios y con los demás. Es necesario saber reconocerla: discernir para encontrarla.
La segunda acción del mercader es encontrar. Es una persona astuta que «tiene buen ojo» y sabe reconocer una perla de gran valor. Esto no es fácil. Pensemos, por ejemplo, en los fascinantes bazares orientales, donde los puestos, repletos de mercancías, se agolpan a lo largo de las paredes de calles llenas de gente; o en algunos de los puestos que se ven en muchas ciudades, repletos de libros y objetos diversos. A veces, en estos mercados, si uno se detiene a mirar con atención, puede descubrir tesoros: cosas preciosas, volúmenes raros que, mezclados con todo lo demás, uno no advierte a primera vista. Pero el mercader de la parábola tiene buen ojo y sabe encontrar, sabe «discernir» para encontrar la perla. También esto es una enseñanza para nosotros: cada día, en casa, en la calle, en el trabajo, de vacaciones, tenemos la posibilidad de discernir el bien. Y es importante saber encontrar lo que cuenta: entrenarnos para reconocer las gemas preciosas de la vida y distinguirlas de la basura. No perdamos tiempo y libertad en cosas triviales, pasatiempos que nos dejan vacíos por dentro, mientras la vida nos ofrece cada día la perla preciosa del encuentro con Dios y con los demás. Es necesario saber reconocerla: discernir para encontrarla.
Y el último gesto del mercader: compra la perla. Al darse cuenta de su inmenso valor, lo vende todo, sacrifica todos sus bienes para tenerla. Cambia radicalmente el inventario de su almacén; no queda nada más que esa perla: es su única riqueza, el sentido de su presente y de su futuro. Esto también es una invitación para nosotros. Pero, ¿cuál es esa perla por la que se puede renunciar a todo, de la que nos habla el Señor? Esta perla es Él mismo, ¡es el Señor! Busca al Señor y encuentra al Señor, encuentra al Señor, vive con el Señor. La perla es Jesús: Él es la perla preciosa de la vida, que hay que buscar, encontrar y hacer propia. Merece la pena invertirlo todo en Él, porque cuando encuentras a Cristo, la vida cambia. Si encuentras a Cristo, tu vida cambia.
Retomemos, pues, las tres acciones del mercader: buscar, encontrar y comprar, y hagámonos algunas preguntas. Buscar: ¿estoy buscando, en mi vida? ¿Me siento bien, realizado, satisfecho, o ejerzo mi deseo de bien? ¿Estoy jubilado espiritualmente? ¡Cuántos jóvenes están jubilados! La segunda acción, encontrar: ¿me ejercito en discernir lo que es bueno y viene de Dios, sabiendo renunciar a lo que me deja poco o nada? Por último, comprar: ¿sé gastarme por Jesús? ¿Está Él en primer lugar para mí, es Él el mayor bien de la vida? Sería bonito decirle hoy a Él: «Jesús, Tú eres mi mayor bien». Cada uno de vosotros, en vuestro corazón, decid ahora: «Jesús, Tú eres mi mayor bien».
Que María nos ayude a buscar, encontrar y abrazar a Jesús con todo nuestro ser.