Mientras que la ONU publica en Ginebra un informe sobre “libertad religiosa” que paradójicamente invita a restringir la libertad religiosa en favor de las exigencias del colectivo LGTBIQ+, en América tenemos un caso patente de abierta persecución religiosa. Se trata de Nicaragua, donde el régimen sandinista de Daniel Ortega condenó en febrero pasado a más de 26 años de cárcel al obispo Rolando Álvarez Lagos, quien no pudo defenderse de las acusaciones que le imputaba el gobierno (es decir, una condena sin juicio justo, de acuerdo a la ley).
La condena responde al intento del gobierno nicaragüense para deshacerse de una voz crítica del régimen de Daniel Ortega. Prueba de ello es que por lo menos en dos ocasiones el presidente ha intentado quitárselo de encima, desterrándolo de Nicaragua. En ambas ocasiones -a pesar de caer sobre él una terrible condena injusta- el obispo se ha negado y ha exigido su inmediata liberación, debido a que no ha cometido ningún crimen. La primera vez fue en marzo pasado, cuando rehusó marcharse a los Estados Unidos junto con 222 excarcelados políticos. Como castigo ante tal actitud fue puesto en una celda de aislamiento (sin contacto con nadie). Recientemente el Vaticano intentó hacer negociaciones con el régimen sandinista, para obtener su libertad. Nuevamente Monseñor Álvarez Lagos rechazó tal propuesta; no acepta ser desterrado de su país porque no ha hecho nada malo.
La actitud del obispo es una prueba viviente de la fuerza de la fe, que permite a quien la cultiva plantarle cara a la prepotencia del poder injusto. Es una maravillosa manifestación de la libertad interior que se consigue cuando uno en verdad vive de fe. Es una prueba palpable de cómo la fe se opone a la tiranía y a la opresión de un pueblo, configurándose así como un potente motor espiritual, capaz de hacer temblar a los políticos con apego desordenado al poder. La fe se configura así como un importante agente social y político, una especie de criba, que ayuda a discernir al pueblo el oro de la paja, la justicia de la prepotencia en el manejo del poder.
La valiente actitud del obispo Rolando Álvarez lo inscribe en la gloriosa y sufrida lista de los “confesores de la fe”, es decir, testigos de la fe, que no son mártires -por lo menos todavía-, pero que han sufrido duras vejaciones a causa de sus creencias. Podemos intentar imaginarnos lo duro que es permanecer meses encerrado e incomunicado y, cuando te dan la oportunidad de huir, rechazarla, para seguir dando testimonio de la injusticia de tu gobierno y de la persecución de la Iglesia que está realizando sistemáticamente.
En efecto, Álvarez Lagos no quiere irse sólo de la cárcel. Pide que se excarcelen también a todos los sacerdotes que injustamente sufren prisión. Pide al gobierno que descongele las cuentas de las diócesis y de las parroquias, lo que ha dejado a la iglesia nicaragüense sin medios económicos. Es decir, como buen capitán, es el último en abandonar el barco, consciente de que su injusta presencia en prisión descalifica la legitimidad del régimen sandinista. Incluso la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha exigido su liberación inmediata, el presidente de Brasil -país con gobierno socialista- ha intentado interceder por él. Pero el obispo tiene muy claro que su gesto es profético, y que es lo que Dios le pide. Abandonará la prisión si es liberado por el gobierno y se cumplen sus peticiones de terminar la persecución religiosa en su país, o sólo que el Papa se lo pida expresamente, como un acto de obediencia a la cabeza de la Iglesia.
No dejan de ser hacer pensar, de interpelar a nuestra fe, quizá solamente cultural, excesivamente cómoda o aburguesada, las afirmaciones hechas por Monseñor Álvarez Lagos y que agradecemos a Monseñor José Ignacio Munilla haberlas subido a su cuenta de Twitter: “Prefiero estar abajo pudiendo estar arriba, que estar arriba debiendo estar abajo.” “Cuando el tirano nos ofrece la libertad gratuitamente, es señal inequívoca de que el precio es la traición a nuestra conciencia.” “El precio de la esperanza del cristiano es el martirio.” A uno no le queda más que reconocer el vigor interior, la fuerza del espíritu de un hombre, que es capaz de hacer frente a un tirano, para defender sus creencias y las de sus compatriotas. El obispo Rolando Álvarez Lagos es una prueba viviente de cómo el espíritu humano es más fuerte que la prepotencia del poder absoluto, y de cómo este espíritu puede intervenir y modificar la historia y la política.