Santa María Goretti, 6 de julio

Virgen y mártir

Con 12 años escasos defendió su virginidad a capa y espada; eso le costó la vida, pero con ella abría la puerta para quedar inscrita en el canon de los santos. Nació el 16 de octubre de 1890, en Corinaldo (Ancona, Italia). Era la tercera de los siete hijos habidos entre el matrimonio de campesinos compuesto por Luigi Goretti y Assunta Carlini. Siendo muy pequeña, dada la penuria económica que atravesaban, sus padres emigraron a Ferriere di Conca, trabajando para el conde Mazzoleni. Allí Luigi murió prematuramente aquejado de paludismo. Como no tenían medios para encargar las misas, María, que llevaba siempre el Rosario en su muñeca, oraba confiada a Dios y elevaba sus plegarias a la Virgen. Con una madurez singular para su edad custodiaba férreamente su integridad amando la pureza con la misma intensidad con la que aborrecía el pecado. Uno de los grandes sueños que pudo llevar a cabo fue recibir la Primera Comunión. La solidaridad de los humildes vecinos le proporcionaron la ropa, y uno de ellos la formación que precisaba para que el 29 de mayo de 1902 hiciera realidad lo que tantas veces había pedido: «Mamá, ¿cuándo tomaré la Comunión? Quiero a Jesús […] ¡Yo no puedo estar sin Jesús!». La recepción de este sacramento acrecentó más si cabe su amor por la castidad.

En su entorno era conocida su sensibilidad ante expresiones malsonantes y gestos procaces que se daban entre algunos de sus compañeros y compañeras. Profundamente apenada por esta conducta, que reprobaba en su interior, mantuvo esta significativa conversación con su madre: —«Mamá, ¡qué mal habla esa niña!; —Procura no tomar parte nunca en esas conversaciones; —No quiero ni pensarlo, mamá; antes que hacerlo, preferiría…». No culminó verbalmente la frase ese día. Pero un mes más tarde la rubricaría derramando su sangre. La decisión tomada por su padre de vincularse a Giovanni Serenelli para servir al conde Mazzoleni le costó muy cara, aunque él no vivió para ver la tragedia. De lo que sí tuvo tiempo en vida fue de arrepentirse de intimar con Serenelli. Y es que la estrecha convivencia de ambas familias, que compartían la cocina, le mostró a un hombre desconocido, bebedor incontinente, de conducta impropia de un padre y esposo. Preocupado, antes de morir advirtió a su esposa que debía abandonar el lugar con sus hijos, pero un contrato la tenía maniatada.

Cuando Luigi falleció, Assunta —que pasaba la mayor parte del tiempo en el campo— y los suyos sufrieron las consecuencias del despotismo de Serenelli. Éste tenía un hijo, Alessandro, que a sus 19 años podía decir que era digno heredero de los vicios de su progenitor. Además, tenía una marcada tendencia a lo vulgar y obsceno. De todos modos, no había sido impune a la piedad de María Goretti, y movido por su testimonio, hasta llegó a rezar el Rosario en alguna ocasión. Pero la contradicción de una vida que giraba al margen de la oración y de los sacramentos le inducía a provocarla y a perseguirla, amenazándola: «¡Si le cuentas algo a tu madre, te mato!». Aterrorizada, María oraba. Y la víspera de su muerte, sin darle explicaciones, le pidió a su madre que no la abandonase. Assunta no calibró la gravedad de la situación. Y el 5 de julio las amenazas culminaron en un infame asalto al que María respondió con su vida. Alessandro le asestó varias puñaladas de muerte, volviendo para rematarla al ver que aún estaba viva. Pero no murió enseguida. Lo hizo en el Hospital después de confesarse, rezar a la Virgen y consolar a sus seres queridos. Su último gesto de amor fue perdonar a su asesino: «Sí, lo perdono por el amor de Jesús, y quiero que él también venga conmigo al paraíso. Quiero que esté a mi lado… Que Dios lo perdone, porque yo ya lo he perdonado». Expiró el 6 de julio de 1902.

Alessandro fue juzgado y condenado a 30 años de trabajos forzados, sin mostrar gesto alguno de arrepentimiento. Fue mucho tiempo después, cuando el acto de perdón de María caló profundamente en su corazón; lloró su pecado y se convirtió. La vio en sueños y determinó reparar su culpa. Incluso fue testigo de su proceso de beatificación. En la Navidad de 1937 se trasladó al domicilio de Assunta y le pidió que le perdonase. «Si María te perdonó, ¿cómo no voy a perdonarte yo?», respondió la madre. Y recibieron juntos la Sagrada Eucaristía. María había mediado por él desde el cielo. Fue canonizada por Pío XII el 24 de junio de 1950.


santoral Isabel Orellana

© Isabel Orellana Vilches, 2024
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