El deseo de Dios Padre es que lo elijamos. Como Dios nos ama, su deseo es nuestro bien y felicidad y de ninguna manera nuestro daño. Por tanto, Él no pudo haber creado el mal, ni puede querer que suframos. El mal que experimentamos en la vida no lo origina Dios, ni lo desea para nosotros. Nos lo causan otros cuando ejercen su libertad en contra de los deseos de Dios, y eso nos hiere y nos hace sufrir. O nosotros mismos nos lo causamos cuando elegimos hacer lo que Dios no quiere, y elegir contra Dios hace que choquemos contra el mundo y suframos; es como meter el dedo en el enchufe y sufrir una descarga. Dios no desea que lo hagamos. Tampoco Él quiere nuestra muerte. Como dice el profeta Ezequiel, no quiere la muerte del malvado, sino que se convierta y que viva, pues su deseo más profundo es que todos vivamos y seamos felices. Pero, si bien Dios desea que seamos felices, serlo depende exclusivamente de nosotros, pues Dios nos ha creado libres para elegir entre felicidad y desgracia; por tanto, nuestra felicidad depende de las decisiones que tomemos y de lo que finalmente hagamos.
Dios nos creó libres para que usemos nuestra libertad para elegirlo, porque Él es la plena total y absoluta felicidad, y elegirlo —es decir, hacer su voluntad— es lo que garantiza nuestra felicidad. El problema es que al ser libres también podemos elegir en contra de Dios y, si lo hacemos, estaremos eligiendo en contra de nuestra felicidad, y nos orientaremos hacia la desgracia y la muerte. Cuando elegimos en contra de Dios, todo —la vida e incluso la muerte— pierde su sentido.
El relato de la elección de Adán y Eva en el Génesis busca enseñarnos cómo debemos elegir. Ese relato nos enseña que la felicidad se encuentra en elegir siempre a Dios —es decir, al elegir siempre la verdad, al elegir siempre la justicia, el bien del prójimo, el servicio, etc.— y busca enseñarnos lo que nos sucede cuando elegimos en contra de los deseos de Dios. Cuando elegimos contra Dios, nuestras vidas se llenan de tristezas, de sinsentidos y de muertes; sin embargo, no entendemos y continuamos eligiendo lo que Dios no quiere. En oposición a Adán, Jesús dedicó su vida entera a enseñarnos a elegir correctamente y su camino es muy sencillo: en toda decisión que tomemos, desde la menos importante hasta el más importante, debemos siempre elegir al padre, ponernos de su lado y hacer su voluntad en todo. Nuestro único fin en la vida deberá ser Dios y solo lo que Él quiere: amar, servir, optar por la vida y por todo lo que es verdadero, noble, justo, bueno, es decir, ser personas para los demás. Si así hacemos, el mal quedará derrotado y la muerte, vencida, y resucitaremos. Nuestra felicidad depende exclusivamente de nosotros y de las decisiones que tomemos y ya sabemos que el camino de vuelta a Dios es el camino de Jesús. Hay que aprender de él y caminar con él, para elegir como Él eligió y, en la medida en que así procedamos, nuestras vidas se llenarán de sentido y alcanzaremos lo que Dios quiere para nosotros, es decir, la felicidad y la vida.