El sacerdote y doctor en Filosofía, José María Montiu, ofrece esta reflexión sobre la llegada de Navidad en contraste con la visión secularista de este tiempo litúrgico.
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Es evidente que el humanismo se basa en la realidad humana. Y, por consiguiente, en la naturaleza humana. Luego, las doctrinas, que no reconocen esta naturaleza, no merecen llamarse humanistas. Sólo en el cristianismo ha habido el más alto reconocimiento de la persona humana. Basta, al respecto, considerar, lo siguiente: Cristo es el Hombre ideal, verdadero y perfecto hombre, en todo igual al hombre menos en el pecado. Y, a la vez, verdadero y perfecto Dios, Hombre-Dios, persona divina.
El cristianismo es la doctrina que más ha ensalzado a la mujer. Ha reconocido la gran dignidad de María santísima, virginal madre de Dios, la persona humana más grande de toda la historia. La doctrina cristiana es la que más valora al niño. Basta pensar en el Niño Dios, en la Navidad. El pensamiento humanista teocéntrico, surgido a partir del cristianismo, es la más alta expresión del humanismo.
La religión cristiana ha sido revelada por Dios. Dios sólo puede revelar la verdad. Luego, la religión cristiana es la verdad. Dios sabe más que el hombre. La sabiduría infinita de Dios está muy por encima de la sabiduría humana. Donde está el Sol, no tienen luz las estrellas. La sabiduría cristiana es muy superior a la sabiduría humana.
La moral cristiana, moral del amor, es la culminación de la moral. En la religión cristiana hay la plenitud de los medios de santificación. La fe hace santos. Todo queda sanado y elevado por la influencia benéfica del cristianismo. La religión cristiana eleva a gran altura el conocimiento, la historia humana y la sociedad.
El mundo actual, poco ha acogido la hondura del mensaje cristiano. En este mundo no faltan sombras, oscuridades, heridas, roturas, guerras. Falta amor, esperanza, ilusión. Actualmente, desgraciadamente, tiene mucho peso la cultura de la muerte: aborto, eutanasia; honda crisis humanitaria, desamparadora de millones de inmigrantes.
Los avances del secularismo en la vieja Europa no han logrado una alternativa valiosa a la Navidad. Más aún, los cristianos, por contraste con el espíritu secularista, nos hacemos aún más conscientes de cuán grande sea la Navidad y de cuánto bien hace.
Desde una mirada sobrenatural, la Navidad, claro está, consiste en la celebración del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, el Salvador del mundo, todo nuestro bien. ¿Qué ha hecho Dios por la Humanidad? ¡Le ha dado un Niño! La Navidad es poesía divina, de sublime belleza, en la que Dios, que es únicamente amor infinito, se manifiesta en la ternura de los ojos y del corazón del Niño Jesús, al cual podemos besar. ¡Qué bien sabe Dios tocar las cuerdas de la lira del corazón humano! Niño, además, que ha venido a dar su sangre por nosotros en la cruz. ¡La grandeza del hombre es tanta que ha llegado a costar la sangre de Cristo Dios!
En la fiesta religiosa de la Navidad, no sólo se rememora algo pasado, se quiere participar de lo que se está celebrando. Así, en este día, piadosamente, todos queremos que el Niño Jesús nazca y crezca en nuestros corazones.
La sonriente y dulce Navidad es una gran fiesta religiosa que está llena de valores sobrenaturales y naturales, de ideales, de vuelo de mucha altura.
En Navidad, hay ilusión, alegría, gozo, canciones, música. Es día de felicidad. Y es también momento de desear la felicidad a toda persona, a todas las personas de todo tipo y condición. Navidad, dice fraternidad, amor, afecto mutuo, quererse bien recíprocamente, generosidad, dar, obsequiar, solidaridad, darse. También dice reunión de las familias, mayor unión, paz, serenidad, armonía. Así mismo, dice: buen clima, previamente al cual ha habido la pacificación de tensiones. La Navidad reúne en torno a sí a todos, a las personas de todas las edades.
En fin, dicho en una sola palabra, crea una atmósfera ideal, inmejorable, mundial. Y, además, ¡contagiosa!
La Navidad hace más buenos a los que la celebran religiosamente. También, pero, hace bien a aquellos no creyentes sensibles sobre los que ha llegado alguno de sus reflejos. Los primeros, se benefician de la nevada sobre sus almas. A los segundos les toca algo del hermosísimo resplandor de dicha nieve.
Así, la muy luminosa Navidad, ilumina y engalana la Tierra. Innumerables luces se encienden en las almas. La Navidad es, pues, como una estrella, que ilumina la oscuridad del mundo. Esta luminosidad también causa admiración en los no creyentes de mirada limpia. Éstos, aún si no consiguen comprender plenamente el brillo de esta estrella, son conscientes de que una luz, haberla, la hay, y que ésta brilla admirablemente en medio de la negra noche. Tal vez, algunos de ellos, pensarán, un tanto quejosamente: es una luz maravillosa, a pesar de ser una celebración cristiana. Pero, es claro que, una luz que brilla en la oscuridad, resalta más, por el contraste con la negrura, se hace especialmente atractiva, y es siempre una orientación que ilumina los senderos de la vida, y que permite avanzar incluso a quién no comprende plenamente esta luz. En fin, ¡allí está, claramente, una orientación para seguir avanzando! ¡Allí está un bien!
Comprendo muy bien a aquella amistad mía, que al ver la alegría que en una Misa de Navidad se respiraba, se convirtió ¡Allí, estaba la alegría! Y, ¡con la alegría, la verdad!, ¡y la gran belleza!