Este sábado 12 de noviembre de 2022, el Santo Padre Francisco recibió en Audiencia, en el Palacio Apostólico Vaticano, a los empleados y participantes de la Asamblea Plenaria del Dicasterio para la Comunicación.
Tras entregar el discurso preparado para la ocasión, el Papa se dirigió a los participantes en la reunión.
Publicamos a continuación el discurso que el Santo Padre preparó para la ocasión y que pronunció ante los presentes:
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Discurso del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
Agradezco al Dr. Ruffini sus amables palabras, y saludo a todos los que participan en la Asamblea Plenaria del Dicasterio para la Comunicación, cuyo tema es «Sínodo y Comunicación: un camino a desarrollar».
El Sínodo no es un simple ejercicio de comunicación, ni un intento de repensar la Iglesia con la lógica de que mayorías y minorías tengan que ponerse de acuerdo. Este tipo de visión es mundana y sigue el patrón de muchas experiencias sociales, culturales y políticas. En cambio, la esencia del camino sinodal radica en una verdad fundamental que nunca debemos perder de vista: pretende escuchar, comprender y poner en práctica la voluntad de Dios.
Si, como Iglesia, queremos conocer la voluntad de Dios para hacer que la luz del Evangelio siga siendo relevante en nuestro tiempo, entonces debemos volver a la conciencia de que nunca se da al individuo, sino siempre a la Iglesia en su conjunto. Sólo en el tejido vivo de nuestras relaciones eclesiales somos capaces de escuchar y comprender al Señor que nos habla. Sin «caminar juntos», podemos convertirnos simplemente en una institución religiosa, que ha perdido la capacidad de hacer brillar la luz del mensaje de su Maestro, ha perdido la capacidad de dar sabor a los diferentes acontecimientos del mundo.
Jesús nos advierte contra esa deriva. Nos repite: «Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué puede hacerse salada? Porque para nada sirve sino para ser tirado y pisoteado por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad situada en un monte no puede permanecer oculta, ni una lámpara encendida para ponerla debajo de un celemín, sino sobre el candelero para alumbrar a todos los que están en la casa» (Mt 5,13-16). Por ello, la dimensión sinodal es una dimensión constitutiva de la Iglesia, y la reflexión que nos mantiene comprometidos en estos años pretende poner de manifiesto con fuerza lo que la Iglesia siempre ha creído implícitamente.
La Biblia está llena de historias de hombres y mujeres que a veces imaginamos erróneamente como héroes solitarios. Por ejemplo, Abraham, la primera persona a la que Dios dirige su palabra, no es un solitario que se pone en camino, sino un hombre que toma en serio la voz de Dios, que le invita a salir de su tierra, y lo hace junto a su familia (Gn 12,1-9). La historia de Abraham es la historia de los vínculos de Abraham.
Incluso Moisés, el libertador de Israel, no habría podido cumplir su misión si no hubiera contado con la ayuda de su hermano Aarón, su hermana María, su suegro Jetro y otros muchos hombres y mujeres que le ayudaron a escuchar la Palabra del Señor y a ponerla en práctica para el bien de todos. Es un hombre herido en su propia historia personal, y no tiene habilidades oratorias, de hecho, es tartamudo. Casi podríamos decir que es un hombre que tiene dificultades precisamente para comunicarse, pero los que le rodean suplen su propia incapacidad (cf. Ex 4,10.12-16).
María de Nazaret no habría podido cantar su Magnificat sin la presencia y la amistad de su prima Isabel (cf. Lc 1,46-55), y no habría podido defender al niño Jesús del odio de los que querían matarlo si José no hubiera estado a su lado (Mt 2,13-15.19-23).
El propio Jesús está necesitado de vínculos, y cuando tiene que afrontar la batalla decisiva de su misión en Jerusalén, la noche de su arresto se lleva a sus amigos Pedro, Santiago y Juan al huerto de Getsemaní (cf. Mt 26,36-46).
La contribución de la comunicación es precisamente hacer posible esta dimensión comunitaria, esta capacidad relacional, esta vocación de vínculos. Y así entendemos cómo es tarea de la comunicación fomentar la cercanía, dar voz a los excluidos, llamar la atención sobre lo que normalmente descartamos e ignoramos. La comunicación es, por así decirlo, el oficio de los vínculos, dentro del cual resuena y se escucha la voz de Dios.
Tres cosas me gustaría señalarles como posibles pistas para una futura reflexión en este ámbito.
La primera tarea de la comunicación debe ser hacer que las personas se sientan menos solas. Si no disminuye el sentimiento de soledad al que tantos hombres y mujeres se sienten condenados, entonces esa comunicación es sólo un entretenimiento, no es el oficio de vincular como decíamos antes.
Para poder llevar a cabo tal misión, debe quedar claro que una persona se siente menos sola cuando se da cuenta de que las preguntas, las esperanzas, las labores que lleva dentro encuentran su expresión fuera. Sólo una Iglesia inmersa en la realidad sabe realmente lo que hay en el corazón del hombre contemporáneo. Por lo tanto, toda verdadera comunicación está hecha sobre todo de escucha concreta, está hecha de encuentros, de rostros, de historias. Si no sabemos estar en la realidad, nos limitaremos a señalar desde arriba en direcciones que nadie escuchará. La comunicación debe ser una gran ayuda para la Iglesia, para vivir concretamente en la realidad, favoreciendo la escucha e interceptando los grandes interrogantes de los hombres y mujeres de hoy.
Vinculado a este primer reto, me gustaría añadir otro: dar voz a los sin voz. Muy a menudo somos testigos de sistemas de comunicación que marginan y censuran lo que es incómodo y lo que no queremos ver. La Iglesia, gracias al Espíritu Santo, sabe bien que su tarea es estar con los últimos, y su hábitat natural son las periferias existenciales.
Pero las periferias existenciales no son sólo aquellas que por razones económicas se encuentran al margen de la sociedad, sino también las que están llenas de pan pero vacías de sentido, son también las que viven en situaciones de marginalidad por determinadas elecciones, o fracasos familiares, o acontecimientos personales que han marcado indeleblemente su historia. Jesús nunca tuvo miedo del leproso, del pobre, del extranjero, aunque estas personas estuvieran marcadas por un estigma moral. Jesús nunca ignoró a los indocumentados de todo tipo. Me pregunto si nosotros, como Iglesia, sabemos dar voz también a estos hermanos, si sabemos escucharlos, si sabemos discernir con ellos la voluntad de Dios, y dirigirles así una Palabra que salva.
Por último, el tercer reto de la comunicación que me gustaría dejaros es el de educarnos en la fatiga de comunicar. No pocas veces, incluso en el Evangelio hay malentendidos, lentitud en la comprensión de las palabras de Jesús, o malentendidos que a veces se convierten en verdaderas tragedias, como le ocurrió a Judas Iscariote, que confundió la misión de Cristo con un mesianismo político.
Por lo tanto, debemos aceptar también esta dimensión del «cansancio» en la comunicación. Muy a menudo, los que miran a la Iglesia desde fuera se sienten desconcertados por las diferentes tensiones que existen en ella. Pero quienes conocen el camino del Espíritu Santo saben bien que a Él le encanta sacar comunión de la diversidad, y crear armonía de la confusión. La comunión nunca es uniformidad, sino la capacidad de mantener unidas realidades muy diferentes. Creo que también deberíamos ser capaces de comunicar este cansancio sin pretender resolverlo u ocultarlo. El disentimiento no es necesariamente una actitud de ruptura, pero puede ser uno de los ingredientes de la comunión. La comunicación también debe hacer posible la diversidad de puntos de vista, buscando siempre preservar la unidad y la verdad, y luchando contra la calumnia, la violencia verbal, el personalismo y el fundamentalismo que, bajo la apariencia de ser fieles a la verdad, sólo propagan la división y la discordia. Si sucumbe a estas degeneraciones, la comunicación, en lugar de hacer mucho bien, acaba haciendo mucho daño.
Queridos hermanos y hermanas, el trabajo de este Dicasterio no es meramente técnico. Su vocación, como hemos visto, toca la forma misma de ser Iglesia. Gracias por lo que haces. Os animo a seguir adelante de forma decidida y profética. Servir a la Iglesia significa ser fiable y también valiente a la hora de atreverse con nuevos caminos. En este sentido, sé siempre fiable y valiente. Os bendigo a todos de corazón. Y, por favor, no olvides rezar por mí.