El cardenal Felipe Arizmendi Esquivel, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas, y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano, ofrece a los lectores de Exaudi su artículo titulado “Papa Francisco, 8 años”. En él reflexiona sobre el pontificado del Santo Padre y ofrece su experiencia durante los diversos encuentros que ha mantenido con él.
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El pasado 13 de marzo, se cumplieron ocho años de que el Papa Francisco fue elegido como Sucesor de Pedro. Con ese motivo, comparto algunas experiencias personales con él.
Durante la Conferencia de Aparecida, en mayo de 2007, lo conocí durante tres semanas, sin llegar a una relación personal. El era el coordinador de la Comisión Central de Redacción. Lo percibí recto, preparado, inteligente, pero distante, un poco seco y frío. La misma impresión tuve cuando, unos meses después, fui invitado a dar unas conferencias al episcopado argentino sobre pastoral indígena, o aborigen, siendo él presidente de esa Conferencia Episcopal. Se me pidió presidir la Misa y predicar. Me escuchó muy atento, amable y respetuoso, pero hasta allí. Por eso, cuando recibí la noticia de su elección para el pontificado, estando yo en un curso de formación con diáconos permanentes en la selva de Chiapas, mi primera reacción fue de desconcierto. Llegué a decir: ¡Qué han hecho los cardenales electores! ¿A quién se le ocurre esa elección?
Sin embargo, de inmediato, con sus primeras actitudes, me confirmé en mi fe de que es el Espíritu Santo quien guía a su Iglesia, y no nuestros personales gustos o criterios. El Papa Francisco ha sido una bendición, como lo han sido los papas anteriores. Los mismos obispos argentinos, con varios de los cuales he convivido en reuniones del CELAM, resaltan el gran cambio en su forma de ser: alegre, sencillo, cercano, afectivo, además de inteligente, abierto, comunicativo, valiente y emprendedor de reformas que hacen falta en la Iglesia.
En diciembre de 2013, solicité una audiencia personal con él, para tratar asuntos de la diócesis de San Cristóbal de Las Casas, como las traducciones litúrgicas a los idiomas originarios del lugar, y sobre todo lo del diaconado permanente de indígenas, pues tenía prohibido, por parte de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, celebrar más ordenaciones, a causa de informes no precisos que llegaban a Roma. Me recibió junto con mi entonces obispo auxiliar, Enrique Díaz, y nos escuchó muy atento y amable, con una gran apertura. Desde entonces, nos dijo que el diaconado permanente podría ser una solución muy oportuna en las comunidades indígenas, y que se debería impulsar más. Así lo recomienda en Querida Amazonia, No. 92. Meses después, se nos autorizó continuar esas ordenaciones, que también mi sucesor ha celebrado, pues son una gran riqueza evangelizadora en la Iglesia.
Al final, le dije que me parecía muy bien que hablara mucho de los pobres, de su sueño por una Iglesia de los pobres, pero que nada decía sobre los indígenas, que son pobres entre los pobres. Me dijo que lo tomaría en cuenta. Lo ha hecho de una forma extraordinaria, como yo no esperaba. Su cercanía con ellos y con su cultura, le ha acarreado varias incomprensiones.
En mayo de 2014, durante la Visita Ad limina de los obispos mexicanos, en el diálogo que tuvo con tres de nuestras provincias eclesiásticas, le recordé que la Congregación de Culto Divino no quería concedernos el reconocimiento (recognitio) a las traducciones litúrgicas a nuestros idiomas indígenas, a pesar de haber sido ya aprobadas por nuestra Conferencia Episcopal. Frente a todos, dijo que eso debía cambiar, pues en Roma no pueden conocer estos idiomas y no puede depender de allá esa aprobación. Anunció cambios en la legislación canónica, que concretó el 3 de septiembre de 2017. A partir de entonces, la aprobación de las traducciones litúrgicas corresponde a las Conferencias Episcopales. A Roma le toca sólo confirmar que se ha seguido el debido proceso.
Cuando se anunció que vendría a México, le mandamos una carta para invitarle a nuestra diócesis, exponiéndole los motivos. Entre varias propuestas que le llegaron, quiso visitarnos. Me han comentado el Sr. nuncio y otros con elevados cargos, que el Gobierno mexicano se oponía a que visitara concretamente San Cristóbal de Las Casas, por varias desconfianzas que había. Me dicen que el Papa se empeñó en venir y así lo hizo, el 15 de febrero de 2016. Pedí una entrevista previa con él y sus colaboradores, en Roma, para ver varios detalles de la inculturación de la Misa con los indígenas. Me recibió y le pedí que tomara los alimentos con ellos, cosa que aceptó de inmediato; nadie de sus colaboradores estuvo en la comida; sólo 13 indígenas y los dos obispos del lugar. Al principio, se sentían cohibidos, pero el Papa les dio confianza y le dijeron cuanto quisieron. Los escuchó y los atendió con un gran corazón. Le sugerí que, debiendo estar con ancianos y enfermos en la catedral, donde está sepultado mi antecesor, Mons. Samuel Ruiz García, era conveniente detenerse en momento ante su tumba. Me preguntó si lo consideraba oportuno, a lo que respondí afirmativamente, y así lo hizo. Al final, me entregó 85 mil euros para los pobres, que compartimos según necesidades.
Con motivo del cardenalato, viajé a Roma y me hospedé en Santa Marta. Después de diez días de completo aislamiento en nuestra habitación, el primer día que pudimos salir, después de hacernos nuevamente la prueba COVID y salir negativos, con un sacerdote que me acompañó, fuimos al comedor a medio día. Entré buscando un lugar, sin imaginarme que allí estuviera el Papa. Mi ayudante me tocaba la espalda y me decía: El Papa, el Papa… Yo no le hacía caso. En ese momento, el Papa se me acercó, me saludó afectuosamente, sin mascarilla, y con una sonrisa. Quedé desconcertado, sin saber qué decir ni cómo reaccionar. Sólo alcancé a decirle: Gracias… Allí estaba compartiendo los alimentos, como uno entre tantos…
Pedí audiencia y me la concedió. Le platiqué de la persistente resistencia de Culto Divino para concedernos la confirmación de las traducciones litúrgicas a nuestros idiomas indígenas, a pesar de haber sido aprobadas hace tiempo por nuestra Conferencia Episcopal. A los pocos días, nos llegó el ansiado documento. Me regaló un libro que relata el proceso de aprobación del rito de la Misa en las diócesis del Zaire, con varias adaptaciones en la celebración, para que nos animáramos a seguir ese proceso de inculturación litúrgica, sobre todo en los pueblos originarios, pues no hay ninguna otra experiencia aprobada debidamente por Roma. En Querida Amazonia, No. 82, insiste en lo mismo. Hay muchas resistencias para avanzar en este camino, pero alienta mucho la convicción del Papa. La diócesis de San Cristóbal de Las Casas tiene hermosas experiencias, que ya se presentaron a Roma, y esperamos que se logre su debido reconocimiento.
En resumen: El Papa Francisco es una bendición del Espíritu para la Iglesia y para la humanidad. Que el Señor lo conserve.
Pensar
Según Mt 16,18-19, Jesús dijo a Pedro: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra construiré mi Iglesia, y los poderes del abismo no la vencerán. Te daré las llaves del Reino de los cielos, lo que ates en la tierra será atado en los cielos, y lo que desates en la tierra será desatado en los cielos”. Esta misión se continúa en los sucesores de Pedro, hasta el actual Papa. Es un poder, una autoridad, que debe tener siempre las características de un servicio por amor.
La forma de ejercer este ministerio ha ido cambiando en la historia; no lo esencial, sino la manera. San Juan Pablo II y Benedicto XVI señalaban ya la necesidad de cambios en este servicio. El Papa Francisco dice al respecto: “Dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, también debo pensar en una conversión del papado. Me corresponde, como Obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización. El Papa Juan Pablo II pidió que se le ayudara a encontrar ‘una forma del ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva’. Hemos avanzado poco en ese sentido. También el papado y las estructuras centrales de la Iglesia universal necesitan escuchar el llamado a una conversión pastoral… Una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera” (EG 32).
Actuar
Demos gracias a Dios por habernos dado al Papa Francisco y pidamos al Espíritu Santo que lo fortalezca, le conceda sabiduría y salud, para que nos siga ayudando a colaborar en la instauración del Reino de Dios.
A continuación, sigue el audio del artículo del cardenal Felipe Arizmendi.