Sanar y reintegrar: Reflexión de Mons. Enrique Díaz

XXVIII Domingo Ordinario

Llevar alegría fe enfermos
La alegría de los enfermos © Cathopic

Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio del próximo Domingo, 9 de octubre de 2022 titulado “Sanar y reintegrar”.

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II Reyes 5, 14-17: “Volvió Naamán a donde estaba el hombre de Dios y alabó al Señor”

Salmo 97: “El Señor nos ha mostrado su amor y su lealtad”

II Timoteo 2, 8-13: “Si nos mantenemos firmes, reinaremos con Cristo”

Lucas 17, 11-19: “¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?”

La experiencia dura de la pandemia nos ha dejado muchas enseñanzas. Además del dolor y sufrimiento, la muerte y la ausencia de los seres queridos, una de las más difíciles experiencias fue el aislamiento y la soledad, tanto personal como de nuestros seres queridos. El “abandonar” a nuestros seres queridos en un hospital en la incertidumbre sobre el desarrollo de la enfermedad o el sentirnos solos y abandonados entre cuatro paredes como si no le importáramos a nadie, nos desconcertó y nos cuestionó sobre nuestras relaciones y nuestro propio ser. Por eso hoy podemos comprender un poco mejor a los leprosos: aislados, solos, olvidados.


¿Por qué la enfermedad nos aísla, nos segrega y nos abate? No es solamente el malestar físico que nos aqueja, es una serie de consecuencias que se van uniendo y que acaban por dejar al enfermo crónico en soledad y abandono.  Indudablemente que hay adelantos médicos, pero sobre todo en nuestros ambientes de pobreza y subdesarrollo, la soledad se vive con dolor y en ausencias. La lepra que nos presentan los textos de este domingo representaba para el pueblo de Israel la peor de las enfermedades. Era como una especie de acumulación de todos los males. Es cierto que eran personas afectadas en su piel con muchas de las enfermedades que ahora son fácilmente curables, que, al extenderse por todo el cuerpo, causaban repugnancia, intolerancia y condena. La peor tragedia que viven estos enfermos no es la enfermedad que desgarra físicamente sus cuerpos, sino la vergüenza y humillación de sentirse personas sucias y repulsivas a las que todo mundo rehúye. Todo un drama porque no pueden casarse, tener hijos, participar en su comunidad, y deben quedar condenados a su aislamiento, a vivir de la caridad y a mirarse como condenados. ¿Otros tiempos? Nuestra moderna sociedad nos ofrece un gran número de personas que en la actualidad también son condenadas, separadas y obligadas a vivir en desprecio y condena.

Así como los leprosos se sentían abandonados por Dios y condenados por los hombres, excluidos de la convivencia, hay también en nuestra actualidad muchas personas que viven como “apestados” y marginados de la sociedad. Y la gran tragedia es que no somos capaces de mirar en esas personas a hermanos nuestros, a “carne” de Cristo, como nos dice el Papa Francisco. Hemos globalizado la indiferencia y olvidado la solidaridad. Jesús actúa de un modo contrario y rompe con los moldes antiguos y nuevos. Para Él no solamente no están abandonados por Dios, sino que tienen un lugar privilegiado en el corazón del Padre. Jesús se dedica a ellos antes que a nadie. Se acerca a los que se consideran abandonados, toca a los leprosos rompiendo leyes y tabúes, despierta confianza en aquellos que no tenían acceso ni al templo ni a la ciudad y los reintegra en plenitud de comunión, quitando pecado, enfermedad y segregación.

¿Cómo lo hace Jesús? Escucha el clamor de los segregados, no voltea el rostro, sino enfrenta el dolor y los envía para que puedan encontrar su liberación. Limpia la enfermedad y reconcilia con la sociedad. Enfermedad y marginación van tan estrechamente unidas que la verdadera curación se logra sólo cuando el enfermo se ve integrado nuevamente a la sociedad. El ejemplo de Jesús nos cuestiona seriamente en nuestras actitudes. Primeramente, no podemos voltear la espalda ante la segregación. Los migrantes, los enfermos, los distintos, los que tienen hambre, no pueden pasar desapercibidos ante el verdadero discípulo de Jesús. Su dolor nos debe doler en los ojos, pero sobre todo en el corazón. No pueden inspirarnos temor ni desconfianza, son los preferidos de Jesús.Pero no nos podemos quedar sólo en miradas compasivas, se exige un cambio de estructuras porque necesitamos servir, acompañar y defender a los más débiles. Para el discípulo de Jesús es importante la acogida del pobre y la promoción de la justicia y no podemos quedarnos esperando a que otros la hagan. El Señor nos llama a vivir con generosidad y valentía, la cercanía y la aceptación del que está marginado, caído y despreciado, y reintegrarlo a nuestra sociedad. Es urgente construir la sociedad de otra manera, como nos lo pide Jesús: donde los impuros puedan ser tocados; donde los excluidos sean acogidos; donde los despreciados sean valorizados; donde toda persona sea reconocida como hijo de Dios. Los enfermos, los migrantes, los diferentes no han de ser mirados con miedo, sino con los mismos ojos misericordiosos y compasivos de Jesús, como los mira Dios Padre. Cada uno tiene derecho a obtener lo que más nos hace humanos en la vida: el sentirse amado, sentir la ternura, saberse acogido. ¿Cómo nos mira Papá Dios?

Sólo añado una palabra: las lecturas de este día también nos llevan por el camino de la gratitud. Todo es don de Dios, todo es gracia de Dios y deberíamos vivir eternamente agradecidos. La ingratitud es una plaga que se extiende y se encona. El samaritano es el único que dice gracias, los otros marchan felices sin reconocer los dones. ¿Somos de un corazón agradecido?  ¿Reconocemos los dones que día a día nos regala el Señor?

Padre Dios, Padre Bueno, que haces salir tu sol sobre buenos y malos, concédenos un corazón generoso y ojos atentos para descubrir en los débiles y marginados, los hermanos que Tú nos has encomendado para formar tu familia con Jesús y tu Santo Espíritu. Amén.