“En este proceso de reimaginación y renovación de la Congregación, no deben olvidarse tres pilares fundamentales: la centralidad del misterio de Cristo, la vida comunitaria y la oración”, recordó el Papa Francisco a los redentoristas.
Este sábado 1 de octubre de 2022, el Santo Padre recibió en audiencia en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano a los participantes en el Capítulo General de la Congregación del Santísimo Redentor (Redentoristas).
Publicamos a continuación el discurso del Pontífice traducido por Exaudi:
***
Discurso del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
Saludo con alegría a todos los misioneros redentoristas presentes en los 85 países en los que trabaja la Congregación del Santísimo Redentor. También saludo a todos los que están en el camino de la formación, a las religiosas redentoristas, a toda la familia carismática y a los laicos asociados a la misión. Os saludo con afecto y agradezco al nuevo Superior General, el Padre Rogério Gomes, las palabras que me ha dirigido.
La celebración de un Capítulo General no es una formalidad canónica. Es vivir un Pentecostés, que tiene la capacidad de hacer nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5). En el Cenáculo, los discípulos de Jesús tenían dudas, inseguridades, miedos, querían quedarse quietos y protegidos; pero el Espíritu que sopla donde quiere (cf. Jn 3,8) les provoca a moverse, a salir, a ir a las periferias para llevar el kerigma, la Buena Noticia.
En estos días abordáis cinco temas importantes para vuestra Congregación: identidad, misión, vida consagrada, formación y gobierno. Son temas fundamentales, interrelacionados, para repensar su carisma a la luz de los signos de los tiempos. Este discernimiento comunitario está enraizado en la capacidad de cada uno de vosotros de buscar el misterio de Cristo Redentor, que es la razón de vuestra consagración y de vuestro servicio a los hombres y mujeres que viven en las periferias existenciales de nuestra historia hoy. Está enraizado en la fecundidad del carisma alfonsiano, como la savia que alimenta la vida espiritual y la misión de cada uno y la hace florecer. Os animo a que os atreváis, teniendo como único límite el Evangelio y el Magisterio de la Iglesia. No tengáis miedo de recorrer nuevos caminos, de dialogar con el mundo (cf. Const. 19), a la luz de vuestra rica tradición de teología moral. No tengáis miedo de ensuciaros las manos al servicio de los más necesitados y de la gente que no cuenta.
En vuestras Constituciones hay una expresión muy hermosa, en la que se dice que los redentoristas están disponibles para afrontar toda prueba con el fin de llevar la redención de Cristo a todos (cf. Const. 20). Disponibilidad. No demos por sentada esta palabra. Significa entregarse enteramente a la misión, con todo el corazón, dies impendere pro redemptis, hasta las últimas consecuencias, con la mirada puesta en Jesús que, “aunque tenía la condición de Dios […], se despojó de sí mismo asumiendo la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres” (Flp 2,6-7); y se hizo buen samaritano, siervo (cf. Lc 10,25-37; Jn 13,1-15).
Hermanos y hermanas, la Iglesia y la vida consagrada están viviendo un momento histórico único, en el que tienen la oportunidad de renovarse para responder con fidelidad creativa a la misión de Cristo. Esta renovación pasa por un proceso de conversión del corazón y de la mente, de intensa metanoia, y también por un cambio de estructuras. A veces hay que romper las viejas ánforas (cf. Jn 4,28), heredadas de nuestras tradiciones, que han llevado tanta agua pero que ya han cumplido su función. Y romper nuestras ánforas, llenas de afectos, de costumbres culturales, de historias, no es una tarea fácil, es dolorosa, pero es necesaria si queremos beber el agua nueva que sale del manantial del Espíritu Santo, fuente de toda renovación. Quien permanece apegado a sus propias seguridades corre el riesgo de caer en la esclerocardia, que impide la acción del Espíritu en el corazón humano. En cambio, no debemos poner obstáculos a la acción renovadora del Espíritu, en primer lugar en nuestro propio corazón y estilo de vida. Sólo así nos convertimos en misioneros de la esperanza.
Vuestras Constituciones dicen: “La Congregación, conservando siempre su carisma, debe adaptar sus estructuras e instituciones a las necesidades del ministerio apostólico y a las propias de cada misión” (n. 96). “Vino nuevo en odres nuevos” ( Mc 2,22). “Una renovación que no logra tocar y cambiar las estructuras y los corazones no conduce a un cambio real y duradero. […] Requiere una apertura para imaginar formas proféticas y carismáticas de seguimiento, vividas en patrones apropiados y quizás inéditos”. [1]
En este proceso de reimaginación y renovación de la Congregación, no deben olvidarse tres pilares fundamentales: la centralidad del misterio de Cristo, la vida comunitaria y la oración. El testimonio y las enseñanzas de San Alfonso te llaman continuamente a “permanecer en el amor” del Señor. Sin Él no podemos hacer nada; permaneciendo en Él damos fruto (cf. Jn 15,1-9). El abandono de la vida comunitaria y de la oración es la puerta a la esterilidad de la vida consagrada, la muerte del carisma y la cerrazón hacia los hermanos. En cambio, la docilidad al Espíritu de Cristo impulsa a evangelizar a los pobres, según el anuncio del Redentor en la sinagoga de Nazaret (cf. Lc 4,14-19), concretado en la congregación por San Alfonso María de Ligorio. Esta misión, llevada a cabo por vuestros santos, mártires, beatos y venerables, lleva a los redentoristas de todo el mundo a dar su vida por el Evangelio y a escribir historias de redención en las páginas de nuestro tiempo.
Deseo al nuevo Gobierno General, primer órgano de animación de la vida apostólica de la Congregación, humildad, unidad, sabiduría y discernimiento para guiar a vuestro Instituto en este hermoso y desafiante momento de nuestra historia. La obra es del Señor, nosotros sólo somos siervos que hemos hecho lo que teníamos que hacer (cf. Lc 17,10). Los que se apropian de la función de liderazgo por interés personal no sirven al Señor que lavó los pies de los discípulos, sino a los ídolos de la mundanidad y el egoísmo.
Queridos hermanos, confío vuestra Congregación a la protección de la Madre del Perpetuo Socorro, para que os acompañe siempre como acompañó a su Hijo al pie de la cruz (cf. Jn 19,25). No estáis solos, sed hijos amados y queridos. Pido al Señor que seáis fieles y perseverantes en vuestra misión, sin olvidar nunca a los más pobres y abandonados a los que servís, y a los que anunciáis la Buena Noticia de la Redención. De corazón os bendigo a vosotros, a las hermanas y a los fieles laicos que comparten vuestro carisma. Y les pido que por favor recen por mí. Gracias.
[1] Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. Para vino nuevo, odres nuevos. Desde el Concilio Vaticano II la vida consagrada y los desafíos aún abiertos (6 de enero de 2017), nº 3.