Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio del próximo Domingo, 3 de julio de 2022, titulado “Pónganse en camino”.
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Isaías 66, 10-14: “Yo haré correr la paz sobre ella como un río”
Salmo 65: “Las obras del Señor son admirables”
Gálatas 6, 14-18: “Llevo en mi cuerpo la marca de los sufrimientos que he pasado”
San Lucas10, 1-12. 17-20: “El deseo de paz de ustedes se cumplirá”
El envío que Jesús hace de los 72, se parece mucho al envío que el Papa Francisco hacía, hace ocho días, al concluir el X Encuentro Mundial de las familias, les exhortaba: “Les invito a continuar su camino a la escucha del Padre que les llama: ¡háganse misioneros en los caminos del mundo! ¡No caminen solos! Ustedes, familias jóvenes, déjense guiar por los que conocen el camino. Ustedes que van más allá, sean compañeros de camino para los demás. Ustedes que están perdidos por las dificultades, no se dejen vencer por la tristeza, confíen en el Amor que Dios ha puesto en ustedes, supliquen diariamente al Espíritu para que lo reviva. ¡Anuncien con alegría la belleza de ser familia!”
Cuando el Papa convoca a todo el mundo a participar en el Sínodo sueña con una iglesia nueva, abierta al diálogo, capaz de escuchar a todos los hombres y mujeres de diferentes regiones, situaciones y vivencias. “Caminar juntos” es la consigna que nos propone el Papa. Abrir las puertas y salir a las periferias. Abrir el corazón y escuchar a los diferentes.
Jesús enseña a sus discípulos que el Reino es un tesoro que no es para acapararse, pues entre más se multiplica, más crece y se fortalece. Ciertamente la misión de los doce tanto en territorio judío como en territorio samaritano no aparece como un éxito y quizás más bien se miraría como un fracaso. Pero Jesús no se queda en lamentaciones y autocompasión, sino que elige ahora a “otros setenta y dos” y los envía a anunciar el Evangelio. Después de invitarlos a reconocer quién es el verdadero Dueño y recomendarles la oración los lanza: “Pónganse en camino”. El evangelio es fuego y tiene que arder, el evangelio es palabra y tiene que ser escuchada, el evangelio es vida y tiene que florecer. No se puede quedar encerrado en un cuarto y custodiarse celosamente porque pierde su esencia: ser noticia, ser buena noticia. Quizás nosotros, sus discípulos, hemos perdido ese entusiasmo y el encanto de compartir la alegría de vivir el Evangelio. Nos encerramos en nuestras cuatro paredes y no nos atrevemos a salir a los lugares donde puede florecer el Evangelio. ¿Miedo al fracaso? Jesús no tuvo miedo. ¿Posibilidades de equivocarse? El Papa Francisco ha insistido en que prefiere una iglesia accidentada por salir a las periferias que una iglesia que huela a podredumbre y hastío por estar encerrada. No hace sino retomar las palabras de Jesús enviando a sus discípulos.
Las instrucciones son precisas: nada superfluo, nada que estorbe, nada que distraiga del Evangelio. No se construye el Reino con falsedades ni acomodaciones, no se construye con superficialidades, su mensaje no se sostiene en las posesiones. La urgencia de llevar el Reino brota del enorme regalo que Jesús hace experimentar a sus discípulos: son hijos amados de Dios. Esta maravillosa noticia no puede quedarse oculta, pero tampoco puede ni debe ser anunciada falsificando los testimonios. El verdadero discípulo tiene la experiencia gozosa del reino y no puede guardarla egoístamente para sí mismo, ya que le quema dentro. Pero no se puede ser testigo del Reino sostenido en riquezas y en poder, sino en amor y en la verdad. Dificultades y problemas siempre se encontrarán ya que Jesús claramente les advierte “los envío como corderos en medio de lobos”. Y vaya si ahora hay lobos que ofrecen felicidad en la mentira y en el placer; que prometen verdades y liberación en la posesión de bienes, que atacan y destruyen. Por eso San Pablo con orgullo manifiesta que lleva en su cuerpo las marcas de los sufrimientos que ha pasado por Cristo.
Hoy, quizás por los acontecimientos vividos de divisiones, agresiones e injusticias, resuena en mi interior el saludo que propone Jesús y que es como una consigna para los enviados: “Que la paz reine en esta casa”. Ya el profeta Isaías anunciaba como una señal de la presencia del Reino: “Yo haré correr la paz sobre ella como un río”. Y los deseos de San Pablo a los Gálatas se expresan en términos parecidos: “Para todos… la paz y misericordia de Dios”. La paz es el fruto de quien acoge con sinceridad el mensaje del Reino. No es paz impuesta por conveniencias, ni por indiferencias. No es paz somnolienta e indiferente. La paz como un río que corre, que da vida, que fortalece, que une y que fecunda. A cuantos hogares tendríamos que anunciar hoy la paz porque en medio de sus luchas han perdido toda ilusión y se encuentran sumergidos en resentimientos. Quizás a muchos les tendríamos que recordar las dulces palabras de Isaías: “Como niños serán llevados en el regazo y acariciados sobre sus rodillas; como un hijo a quien su madre consuela, así los consolaré yo”. Esta imagen cariñosa de Dios como una madre que acaricia, que consuela y que fortalece, daría mucha paz a familias destrozadas y sumidas en la desesperación. Jesús anuncia a este Padre amoroso y sus discípulos tendremos que llevar este mensaje de paz.
Llevar como fuego ardiente el mensaje de Jesús no nos hará intolerantes, sino muy cercanos a quien sufre y a quien padece. Es la tarea misionera entendida no como conquista sino como don y regalo. No como tarea exclusiva de unos cuantos, sino como derecho y alegría de todo el que ha recibido y vivido el mensaje de Jesús. ¿Cómo me siento hoy al saberme enviado por Jesús como su mensajero a anunciar que el Reino de Dios está cerca? ¿En dónde pongo mis seguridades y qué pienso de las exigencias de Jesús? ¿Soy lobo para los demás? ¿Dejo de actuar conforme a los valores del Reino por temor a “los lobos” que amenazan el evangelio?
Gracias, Padre Bueno, porque nos has confiado la misma misión que Jesús. Concédenos la generosidad necesaria para descubrir que en la pequeñez se muestra la grandeza del evangelio, danos un corazón valiente para no atemorizarnos ante los lobos del mal, revístenos de humildad para no convertirnos en lobos de nuestros hermanos y llénanos de la alegría y la paz que sólo nos puede dar tu amor. Amén