Este viernes, 3 de junio de 2022, en el Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco recibió en audiencia a una Delegación de jóvenes sacerdotes y monjes de las Iglesias Ortodoxas Orientales.
Publicamos a continuación el discurso que el Papa dirigió a los presentes en la Audiencia:
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Discurso del Papa
Queridos hermanos,
“La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros” (2 Cor 13,13). Con este saludo de san Pablo, deseo daros mi más cordial bienvenida y expresaros mi alegría por vuestra visita. En el rito romano, esas palabras del Apóstol abren con frecuencia la celebración eucarística que, espero y deseo, podremos celebrar juntos el día de la venida del Señor.
Es oportuno que vuestra visita tenga lugar en la víspera de la solemnidad de Pentecostés, que, según el calendario latino, se celebrará este próximo domingo. Quisiera ofreceros cuatro breves reflexiones inspiradas en esta gran fiesta. Se refieren a la unidad plena a la que aspiramos.
La primera reflexión es que la unidad es un don, un fuego de lo alto. Ciertamente, tenemos que rezar constantemente, trabajar, dialogar y prepararnos para recibir esta gracia extraordinaria. Sin embargo, la consecución de la unidad no es principalmente un fruto de la tierra, sino del cielo. No es principalmente el resultado de nuestro compromiso, de nuestros esfuerzos y de nuestros acuerdos, sino de la acción del Espíritu Santo, al que debemos abrir nuestro corazón con confianza, para que nos guíe por el camino de la plena comunión. La unidad es una gracia, un don.
Una segunda cosa que nos enseña Pentecostés es que la unidad es armonía. Vuestra Delegación, compuesta por Iglesias de diversas tradiciones en comunión de fe y sacramentos, es una buena ilustración de este hecho. La unidad no es uniformidad, y mucho menos el fruto de un compromiso o de frágiles equilibrios diplomáticos de poder. La unidad es la armonía en la diversidad de los carismas otorgados por el Espíritu. Porque al Espíritu Santo le gusta suscitar tanto la multiplicidad como la unidad, como en Pentecostés, donde las diferentes lenguas no se redujeron a una sola, sino que fueron recogidas en toda su variedad. La armonía es el camino del Espíritu, pues, como dice San Basilio el Grande, el Espíritu es armonía.
Una tercera enseñanza de Pentecostés es que la unidad es un camino. No es un plan que se concibe o un proyecto que se elabora en torno a una mesa. La unidad no se consigue quedándose quieto, sino avanzando con la nueva energía que el Espíritu, desde el día de Pentecostés, imprime en los discípulos. La unidad se alcanza en el camino: crece compartiendo cada etapa del recorrido, afrontando sus alegrías y luchas, y experimentando sus sorpresas inesperadas. Como decía San Pablo a los gálatas, estamos llamados a caminar por el Espíritu (cf. Ga 5,16.25). En palabras de san Ireneo, a quien recientemente he proclamado Doctor de la Unidad, la Iglesia es tõn adelphõn synodía, “una caravana de hermanos». En esta caravana, la unidad crece y madura: una unidad que -a la manera silenciosa de Dios- no aparece de repente como un milagro abrumador, sino que surge silenciosamente en el progreso paciente y perseverante de un viaje hecho juntos.
Un último aspecto. La unidad no es simplemente un fin en sí misma, sino que está estrechamente ligada a la fecundidad del anuncio cristiano: la unidad es para la misión. Jesús pidió por sus discípulos que “todos sean uno… para que el mundo crea” (Jn 17,21). En Pentecostés, la Iglesia nació como Iglesia misionera. También hoy el mundo espera, aunque sea inconscientemente, escuchar el mensaje evangélico de caridad, libertad y paz. Es un mensaje que estamos llamados a testimoniar los unos con los otros, no contra los otros o separados de los otros. En este sentido, agradezco el testimonio común que ofrecen vuestras Iglesias. Pienso de manera especial en todos aquellos -y son tantos- que sellaron con su sangre su fe en Cristo. Gracias por todas las semillas de amor y de esperanza que habéis sembrado en nombre de Cristo crucificado y resucitado en todos aquellos lugares que siguen, lamentablemente, marcados por la violencia y por conflictos demasiado a menudo olvidados.
Queridos hermanos, que la cruz de Cristo sea la brújula que nos dirija en nuestro camino hacia la plena unidad. Porque en esa cruz Cristo, nuestra paz, nos reconcilió y reunió en un solo pueblo (cf. Ef 2,14). Sobre los brazos de la cruz, el altar de la unidad, coloco ahora estos pensamientos que he compartido con vosotros. Pueden ser los puntos cardinales que nos guíen hacia la plena comunión, que es don, armonía, camino y misión.
Os agradezco vuestra visita y os aseguro un recuerdo en mis oraciones. Confío también en sus propias oraciones por mí y por mi ministerio. Que el Señor os bendiga y la Madre de Dios os proteja.
Ahora, si queréis, recemos juntos, cada uno en su propia lengua, el Padre Nuestro.
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