Olor a oveja: Reflexión de Mons. Enrique Díaz

IV Domingo de Pascua

Photo: Cathopic - Luis Gerardo

Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio con ocasión del IV Domingo de Pascua, titulado “Olor a oveja”.

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Hechos de los Apóstoles 13, 14. 43-52: “Ahora nos dirigiremos a los paganos”

Salmo 99: “El Señor es nuestro Dios y nosotros su pueblo. Aleluya”

Apocalipsis 7, 9. 14-17: “El Cordero será su pastor y los conducirá a las fuentes del agua viva”

San Juan 10, 27-30: “Yo les doy la vida eterna a mis ovejas”

Olor a Cristo

Es clásica la propuesta del Papa Francisco a sacerdotes y obispos, a todos los ministros, invitándolos a tener “olor a oveja”. Este olor a oveja no es una graciosa ocurrencia del Papa, está enraizado en la más profunda tradición bíblica. El pastor vivía, comía, dormía y caminaba con sus ovejas. Imposible no tomar ese hedor, que en muchas culturas resultaba desagradable. Alguien sugería que debería decir “tener el olor de Cristo”. A mí no me queda muy claro si ésta es una excusa para seguirse comportando como apartado y lejano de las ovejas, o si encierra una verdad más profunda: El olor a Cristo es el olor a Cordero, es el olor a encarnación, es el olor a entrega y a servicio. Como dice el Apocalipsis: “Éstos son los que han pasado por la gran tribulación y han lavado y blanqueado su túnica con la sangre del Cordero… El Cordero que está en medio del trono, será su pastor y los conducirá a las fuentes del agua viva”. Así el lenguaje juega entre la miseria de los pecadores, de la pobreza y del dolor… con la blancura, limpieza y belleza del Cordero. Jesús no solamente se hace pastor, también asume el papel de Cordero, con todas las características de una verdadero cordero. Hoy, Jesús nos trae la bella imagen del Pastor acompañando a sus ovejas, que no teme lo ensucien o lo “perfumen de sus olores”, que reconocen su voz y sus silbidos, que saben que junto a Él encontrarán aguas que les restauran.


Jesús se presenta como el Buen Pastor y único Pastor, y nosotros –todos—parte de su Rebaño. En el texto de hoy, Jesús da una prueba de su amor y de su entrega. Nunca en tan pocas palabras se pudo decir tanto: voz, conocimiento, seguimiento y vida. Palabras que se entrelazan y nos llevan por el sendero escabroso de las montañas siguiendo al Buen Pastor. Se ha demostrado que la voz es única e irrepetible. Los modernos aparatos sólo responden a la voz programada. Pero los humanos también tenemos que reconocer la voz, y Jesús es esa voz que nos da vida. Hay muchas formas de apagar una voz: la violencia, un ruido más fuerte, otras voces, taparnos los oídos. El que pertenece a Jesús conoce su voz. Todo su evangelio está construido en una constante oposición entre quienes pertenecen al mundo y quienes pertenecen al reino de Dios y hoy lo pone en una síntesis maravillosa: “Discípulo es el que sabe escuchar la voz de Jesús”. ¿Cuáles voces influyen en nuestra vida diaria y cuáles son las voces de Jesús que más nos estremecen y que nos invitan a seguirlo? Su voz ha resonado desde el inicio del evangelio como una gran noticia que ofrece una salvación plena, pero que pide a cambio una verdadera conversión.

Encontramos voces de Jesús de gran misericordia que se acercan acompañadas del gesto humano que toca las fibras más íntimas y transforman a la person. Su voz, otras veces, se llena de autoridad para exigir verdad y coherencia entre la Palabra y la vida, no es primero sí y luego no. Su voz está dirigida a todos y cada uno de los hombres, para cada uno tiene un tono especial. ¿Qué voces de Jesús resuenan en nuestro interior? Tendremos que tener el oído y el corazón muy atentos porque hay muchas voces que quieren ahogar la voz de Jesús, como si Él no tuviera nada que decir a nuestro mundo de hoy. El primer reto será reconocer esa voz amorosa entre tantas voces que quieren ahogarla y llegan a nosotros en tropel para ensordecernos.

Si Jesús pide el reconocimiento de su voz es porque: Él nos conoce. Conoce en nuestro interior y ¡conociéndonos nos ama! Nosotros vamos por la vida y, aunque no lo queramos, llevamos como máscaras. Algunas personas nos conocen superficialmente; otras, un aspecto nuestro, otras solamente nuestro nombre, nuestro cargo o de una familia o de una sociedad. Y así nos tratan y así nos respetan o nos ignoran. Pero Jesús conoce nuestro interior. Así dirige su voz a cada uno de nosotros. Su voz es una voz amiga que tiene el acento familiar, directo, de quien sabe qué fibras tocar. No se deja engañar por nuestras expresiones y máscaras porque descubre las razones de nuestras alegrías, de nuestros complejos y de nuestros temores. Sabe descubrir nuestro lado positivo y lo mejor de nuestro corazón. Y al conocernos, su voz es vida para nosotros, tiene el acento que sabe despertar lo mejor de nosotros, nos lanza a la esperanza, nos levanta de nuestros fracasos, nos mantiene alertas en nuestras luchas. No podemos apoyarnos en ideologías o tradiciones, no pueden sostenernos costumbres ni mandatos, lo único que nos sostiene es saber que Cristo nos conoce y nos ama. ¿Cómo hemos experimentado este amor y este conocimiento de Jesús?

Reconocer a Jesús como pastor nos obliga a seguirlo. No nos podemos quedar en la romántica figura de un pastor cargando a su oveja, sino que implica un seguimiento incondicional. La incoherencia de los fieles y los pastores entre lo que dicen y lo que hacen mina la credibilidad de la Iglesia. Hoy no se puede anunciar el Evangelio de Jesús sin el testimonio concreto de la vida. Los que nos escuchan y nos ven, deben poder leer en nuestras acciones lo que se escucha de nuestra boca. El mundo nos ofrece sus voces que nos invitan a seguirlo, disfraza su mentira para destruir la verdad, trastoca los valores para aturdir los deseos, camufla las agresiones contra la vida como derechos de personas, nos presenta como deseables y agradables las “cosas de la tierra”, para hacernos olvidar las promesas de Jesús. Jesús nos presenta nuevamente su palabra, dicha así con tanto amor, con tanta intimidad, que no la podemos despreciar ni dejar que caiga en el vacío. Hoy tenemos que seguir a Jesús. Su palabra trae aires nuevos de esperanza, pero debemos escucharla. Claro que exige y en serio, pero porque Él ha sido capaz antes de darse por nosotros, de amarnos sin medida y de presentarse ante nosotros como el gran servidor y cuidador de la vida. Quienes lo siguen tendrán vida eterna y no perecerán jamás. Los nuevos seguidores de Jesús, al igual que la primera comunidad, tendrán que afrontar con valentía un mundo que quiere apagar su voz. Sabemos que nadie puede arrebatar de su mano a las ovejas que le pertenecen, pero tendremos que tener cuidado para no entregarnos nosotros mismos a un mundo sin amor, lleno de ambiciones y egoísmos. El pequeñísimo pasaje de este día termina con una frase de esperanza y de modelo: “El Padre y yo somos uno”. De esperanza porque no nos deja de su mano; de modelo porque a semejanza de Jesús estamos invitados a ser uno solo con Él, con el Padre y con todos los hermanos. Tendremos que tener el olor de Cristo, olor oveja, olor de comunidad, olor de amor y de ternura.

¿Reconocemos la voz de Jesús? ¿Estamos impregnados de su olor y su ternura? ¿Estamos dando vida?

Dios, Padre Bueno y misericordioso, guíanos a la felicidad eterna de tu Reino, a fin de que el pequeño rebaño de tu Hijo pueda llegar seguro a donde ya está su Pastor resucitado.

Amén