Fernando Moreno, doctor en Educación, ofrece este artículo sobre el ministerio del catequista “oportunidad para la renovación de la catequesis”.
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El pasado 13 de diciembre, la Congregación para el Culto Divino y la Doctrina de los Sacramentos publicó el rito para la institución del ministerio del catequista, que entró en vigor el 1 de enero. El 23 de enero, el Papa Francisco otorgará el ministerio del catequista a un grupo de catequistas procedentes de todo el mundo en una celebración en la basílica de San Pedro.
La puesta en marcha de este nuevo ministerio, establecido mediante el Motu Proprio Antiquum ministerium, ha sido muy rápida y ha despertado expectación. Estos acontecimientos ocurren poco más de un año después de la publicación del Directorio para la Catequesis. Los catequistas de todo el mundo observan con curiosidad e interés los primeros pasos, a la espera de que sus correspondientes Conferencias Episcopales definan los criterios para el ejercicio del ministerio y los planes de formación.
Aunque solo parte de los catequistas recibirán este ministerio, no cabe la menor duda de que su implantación tendrá un gran impacto en toda la catequesis católica, si se sabe aprovechar la oportunidad para que sirva de referente. Sin catequistas no hay catequesis. La pretensión de conseguir la ansiada renovación de la catequesis está condicionada a la necesaria renovación de los catequistas. Por decirlo con otras palabras, el reto no consiste en dar un nuevo nombre a lo que ya existía y acompañarlo de un rito ceremonioso. A nadie se le escapa que muchas de las directrices establecidas por el anterior Directorio General para la Catequesis tuvieron una muy pobre aplicación en la práctica.
De los catequistas que reciben este ministerio se espera que sean “hombres y mujeres de profunda fe y madurez humana, que participen activamente en la vida de la comunidad cristiana, que puedan ser acogedores, generosos y vivan en comunión fraterna, que reciban la debida formación bíblica, teológica, pastoral y pedagógica para ser comunicadores atentos de la verdad de la fe, y que hayan adquirido ya una experiencia previa de catequesis”. ¿Y qué se espera entonces de los demás catequistas? Salvo la experiencia -que solo se adquiere con el tiempo-, ninguno debería sentirse dispensado de cumplir con las demás condiciones.
Pues bien, el cumplimiento de dichas condiciones requiere, sin duda alguna, una fuerte motivación por parte de todo catequista; pero también un esfuerzo acompasado de las diversas diócesis por proporcionar a los catequistas la formación y acompañamiento que son imprescindibles y de la que en muchos casos carecen. Ojalá sean bienvenidas las iniciativas que, provenientes del ámbito clerical o laical -adviértase que el nuevo ministerio está dirigido a los laicos-, ayuden a que esto sea posible. Propuestas como las de #BeCaT (https://becat.online), promovidas por instituciones y fieles laicos al servicio de la Iglesia, constituyen una oportunidad que vale la pena acoger con los brazos abiertos.